Con el Diario de lo diminuto quiero compartir contigo mi proceso personal con el cáncer de mama.
Capítulo VII
Un desvío provisional
Domingo, 14 de marzo de 2021
Quedan dos días para la segunda sentencia, en que se delimitará el grado de agresividad del asesino al que tú misma has dado asilo en tu interior. Pero no es eso lo que más te preocupa, sino la lejanía creciente que sientes en los escasos whatsapps que él te manda, cada vez más formales, cada vez más asépticos, como si se fuese carcomiendo por segundos la fuerte cuerda del amor que os ha mantenido unidos durante siete años. Resulta tan doloroso y frustrante lo que está sucediendo, que lo único que puedes hacer es permanecer quietecita sobre el filo de esa navaja, dándole el tiempo y el espacio que te ha pedido y aguardando una tercera sentencia, que era lo último que te esperabas.
Recibes un whatsapp en que te dice que quiere quedar contigo en el zoom mañana por la noche, pero tienes clase y acabarás cansada, y el martes tienes cita con la cirujana muy temprano, así que le propones que quedéis el martes o el miércoles, una vez pasado el trago del diagnóstico. Se apresura a decirte que quiere hablar contigo ANTES de que vayas al hospital, así que quedáis mañana por la mañana. ¿Querrá anteponer su sentencia a la otra? No, eso no puede ser, eso sería una crueldad innecesaria.
Aunque te sientas sola, no lo estás. Aunque sufras, estás en el único lugar donde merece la pena estar. Pero, joder, esto no hay quien lo aguante. Clic para tuitear
La noche se hace ardua de atravesar. La soledad es espesa y negra como los restos del café en el fondo de la taza del desayuno. El amor te ahoga, te quema, te empantana, te sepulta… y te preguntas si realmente merecía la pena abrir el corazón de par en par a la vida, o si deberías haber dejado tu trauma escondidito donde nadie pudiera verlo ni manosearlo. En todo caso, ya no hay marcha atrás. Y, en el fondo, sabes que abrir el corazón te ha permitido vincularte a mucha gente valiosa por el camino. Aunque te sientas sola, no lo estás. Aunque sufras, estás en el único lugar donde merece la pena estar. Pero, joder, esto no hay quien lo aguante.
Lunes, 15 de marzo de 2021
Has tenido un sueño superficial e inquieto. Te levantas débil, pero también palpitante, como una florecilla que pugna por crecer en la grieta del asfalto de una autopista, dispuesta a mostrar sus colores aun en el más hostil de los ambientes. La cuerda que te unía a él se ha convertido en un cable muy fino y quebradizo, y esto queda ratificado con que justo hoy no funciona la conexión por el zoom. Tampoco hay forma con el Skype. Probáis con el whatsapp, pero también se corta cada dos por tres. Y acabas viéndote en una extraña postura en la escalera, donde parece haber algo más de cobertura, viendo su cara pixelada y escuchando sus palabras entrecortadas y frías, mientras tú mueves tus pequeños pétalos malvas y temblorosos para hacerte ver. Pero él solo puede mirar su propio ombligo y te trata como a una extraña en la que no se puede confiar y de la que parece querer librarse cuanto antes. Apenas entiendes lo que te dice, por la lejanía de sus palabras y por esa repentina ausencia de conexión a todos los niveles. El mensaje de la superficie parece ser que sus sentimientos han cambiado y que necesita más tiempo y más espacio. Lo que tú sientes es cómo el hilo (delgado ya como un cabello) que os une se quiebra definitivamente. Con un arrebato de dolor inconcebible, la pequeña flor es atropellada por la goma ardiente de un neumático y queda aplastada contra el asfalto. Los coches siguen pasando, raudos, y nadie (ni siquiera ella misma, ya) es testigo de la debacle.
Estás en esa especie de desierto interno que tanto te aterroriza, donde creías que ya nunca más te encontrarías, pero al que pareces destinada a volver una y otra vez. Ni siquiera el terror puedes sentirlo. Todo es gris y está… Clic para tuitear
Así que cuando colgáis no queda nada. Estás en esa especie de desierto interno que tanto te aterroriza, donde creías que ya nunca más te encontrarías, pero al que pareces destinada a volver una y otra vez. Ni siquiera el terror puedes sentirlo. Todo es gris y está amortiguado por el trauma y la parálisis. No hay vida. No hay palabras. No hay expresividad. Intercambiáis algunos whatsapps desabridos. Dice que contactará contigo cuando tenga las cosas más claras. En apariencia, le has dado más tiempo y espacio. En realidad, sabes que todo ha acabado, aunque no serás tú quien se lo diga. El hilo ha sido cortado. No puedes sentir el amor. No puedes sentir nada. En medio de esa nada, el móvil vibra, y aparece en la pantalla uno de esos números interminables que solo puede tener que ver con médicos u hospitales. Así que lo coges. Te llaman del Hospital de la Paz para darte cita para una resonancia, que te harán el 26 de marzo. Te dan una serie de indicaciones que apuntas con letra ilegible en una esquina de tu cuaderno y que tu mente no registra. La resonancia, tu vida entera deja de tener sentido si no puedes compartirla con él.
Pasas el día como una zombi o un robot, ejecutando las tareas encomendadas por esta sociedad. De vez en cuando sientes una ráfaga de intenso dolor, pero enseguida vuelves a sumergirte en esa neblina gris y acolchada de la pura supervivencia. ¿De dónde sacarás las fuerzas para ir mañana a por un diagnóstico que ya te da exactamente igual?
Martes, 16 de marzo de 2021
No has parado de llorar en toda la noche y cuando te miras al espejo te preguntas qué pensará tu cirujana cuando vea esos ojos hinchados. Tampoco te preocupa mucho, la verdad. Lo bueno de hundirte en el colchón gris de la desesperación es lo que la asemeja a ingerir un Lexatin: todo te importa una mierda. Lo malo es que el «pobrecita de mí» nunca te ha solucionado tampoco una mierda.
Cuando vas caminando al hospital, los edificios y los árboles parecen cortados a cuchillo, como sacados de una película de psicópatas. Las distorsiones de tu percepción se hacen muy evidentes en este recorrido que tantas veces has hecho en los últimos años: para ir al centro de salud con tus hijos, y también para ir al centro Shambhala, donde asistías como coordinadora de la formación Karuna, o para impartir algunos de tus talleres en la sala Art Meditation Room, antes de que el coronavirus marcara un antes y un después y mandara todo lo presencial al carajo.
Y ahora, por si el maldito virus no fuese suficiente, aparecen estas otras dos líneas divisorias: entre la salud y el cáncer; entre el amor y el abandono. Aunque mejor sería agrupar estos conceptos de esta manera: Salud y Amor; Cáncer y Abandono. Está claro que la vida no se ha limitado a susurrarte el mensaje que tenía para ti, sino que te lo está gritando a pleno pulmón. Pero, ¿cuál es ese mensaje? Siempre has sido dura de oído. Miras con atención esos árboles y edificios tétricos que se ciernen sobre ti. Puede que solo sean el reflejo de tu propio interior, de la pordiosera en que te has convertido en cuanto te han arrebatado —una vez más— la mirada iluminadora del amor, que te has empeñado en situar —una vez más— en el exterior. Te sube por el esófago una arcada de rabia, que se mezcla con la desesperación en el pequeño espacio viciado de la mascarilla. Con la mandíbula y los puños apretados, entras —una vez más— en el Hospital de la Cruz Roja.
En la sala de espera, cierras con fuerza los ojos y tratas de calmarte. No quieres montarle un numerito a tu cirujana y empezar con mal pie vuestra relación. Si con alguien te interesa ser cuidadosa, es con quien va a empuñar el bisturí que hurgará en tu pecho. Tratas de llevar la atención a la respiración, pero te ahogas con esa maldita mascarilla. De pronto, reparas en lo extremo, dramático y hasta patético de la situación: tú allí, recién rota la relación más importante de tu vida, esperando el diagnóstico del grado de malignidad de un cáncer en tu mama derecha. Según el doctor Hamer, el que sea en la derecha indica que tiene que ver con conflictos emocionales con la pareja. Sin duda, la realidad supera la ficción.
Salta tu numerito en la pantalla, y tú saltas del asiento para dirigirte a la consulta número 2. Cuando entras, te llaman la atención de inmediato unos ojos oscuros y vivarachos que destacan sobre la mascarilla y te observan sin ningún pudor de arriba abajo mientras cierras la puerta y te sientas —algo cohibida— en la silla tras la raya roja. Es la primera vez en este periplo que entras en una consulta y, en lugar de que el facultativo o facultativa de turno te pregunte distraídamente qué te trae por allí, pareciera saber más de ti que tú de ella.
Mira, esto es un desvío provisional que has tenido que coger en la carretera de tu vida, pero se pasa. No va a ser fácil, y habrá algún que otro túnel, pero tú tienes que mirar la luz del final. Clic para tuitear
—¿Qué tal?, ¿cómo te encuentras? —te pregunta.
—Bueno…
Y no te da tiempo a decir más, porque vuelve a tomar la palabra enérgicamente, mirándote a los ojos.
—Mira, esto es un desvío provisional que has tenido que coger en la carretera de tu vida, pero se pasa. No va a ser fácil, y habrá algún que otro túnel, pero tú tienes que mirar la luz del final. Y nosotros nos ocuparemos del resto, te guiaremos hasta allí, así que no tienes que preocuparte de nada, ¿de acuerdo?
Te quedas perpleja. En realidad, le dirías que no estás preocupada por eso, que lo que ocurre es que te han roto —una vez más— el corazón y no eres capaz ni siquiera de ver ninguna luz al final del túnel. Pero, en vez de decirle eso, asientes con la cabeza.
—Bueno, pues ahora vamos a mirar el nombre y los apellidos del tumor —dice, mientras se vuelve hacia la pantalla del ordenador.
Aprovechas para acortar la ventaja que te lleva y la observas con atención. Tiene su media melena morena dividida en dos, aunque se nota que su pelo —como ella misma— no se deja dominar fácilmente, y se eleva hacia arriba en ambos lados como si estuviera electrizado. Es más bien bajita y robusta, con una enorme energía que irradia por todos sus poros y que hace que se imponga con una especie de liderazgo natural, maternal e irrebatible ante cualquiera que se le ponga por delante.
Le da a la tecla de imprimir, y apenas deja que el papel saque su lengua por la parte superior de la impresora cuando estira de él y lo planta sobre la mesa, lo más cerca posible de ti, para explicarte lo que significan los incomprensibles vocablos que componen el diagnóstico.
—Esto significa que tiene receptores hormonales, y eso es muy bueno, porque será sensible al tratamiento con pastillas. Y que estos dos parámetros den negativo también es muy bueno. En fin, todo son buenas noticias. Dentro de lo malo, has tenido suerte.
Algo se aligera en tu corazón al escuchar sus palabras. Agradeces ese instinto animal y egoísta que, en este momento, es lo único que te vincula con la vida, el único signo de que te importas a ti misma más de lo que tus patrones te quieren hacer creer.
Tu cirujana dice que te desnudes de cintura para arriba para explorarte. De ese modo se establecen las protocolarias presentaciones —unos guantes de látex y algo de piel de por medio— entre el ominoso bultito con el que comenzaron todos tus males hace un par de meses y aquella a la que le tocará extraerlo de tu cuerpo.
A continuación, te dice que te vistas, y pasa a explicarte detalladamente en qué consistirá la operación. Lo hace con palabras simples y didácticas, e incluso te hace un dibujo de tu mama seccionada en cuatro, como una diana donde el dardo del bolígrafo marca con un círculo de tinta el diminuto objetivo. Dibuja también la colmena de veintitantos ganglios que, al parecer, habita en tu axila, y te cuenta cómo tendrán que ir a la búsqueda y captura del ganglio centinela, mediante unos isótopos radiactivos muy listos y fosforitos que te introducirán el día antes de la operación por la areola y lo localizarán, para que ella —tu cirujana— sepa dónde realizar la incisión. En la misma operación analizarán el ganglio y, si da positivo, te extraerán todos los ganglios. Si da negativo, volverán a cerrarte.
Por cómo te lo explica todo, entiendes que hará lo que esté en su mano para que la escabechina sea de la menor magnitud posible, que tratará de que tu pezón no se vea afectado y que, como mujer, se pone totalmente en tu pellejo. En fin, sientes que, aunque haya muchas incógnitas que dependen de lo que se encuentren cuando te abran y todo eso de los ganglios centinelas y los isótopos radiactivos te suene a película de ciencia ficción, estás en las mejores manos que te puede ofrecer la medicina tradicional.
Cuando termina de explicártelo todo, te mira y te dice:
—¿Tienes dudas?
Le preguntas tímidamente por el tratamiento posterior a la operación.
—Vamos por partes. Hasta que no recorramos esta parte de la carretera no tiene sentido preguntarnos si nos encontraremos obras en la siguiente, ¿no crees? —te dice, tajante.
—¿Pero tú crees que…?
—Lo más posible es que tengas que pasar por radioterapia, quimioterapia y tratamiento hormonal, sí. Pero todo eso va a depender de la información que saquemos de la intervención. Mira, tú lo único que tienes que hacer es confiar en que haremos lo que sea mejor para ti y no pensar a largo plazo. Dedícate a descansar, pasear, hacer cosas relajantes…
Le explicas que eres autónoma, que eso no es muy relajante que digamos, y que no te queda más remedio que planificarte. Te hace la pregunta retórica de si te parece que un cáncer es algo que se pueda planificar. Clic para tuitear
Le explicas que eres autónoma, que eso no es muy relajante que digamos, y que no te queda más remedio que planificarte. Te hace la pregunta retórica de si te parece que un cáncer es algo que se pueda planificar. No te queda más remedio que soltar tu afán de control, mover la cabeza en signo de negación y decirle que no tienes más dudas.
Te dice que va a llamar a la cirujana plástica y que, si está libre en este momento, iréis juntas a verla, para que te la presente. Mientras habla por teléfono, tratas de asimilar la nueva porción de información que te acaba de llegar. Es la primera vez que en este desvío provisional aparece la señal de «cirugía plástica», y eso te alerta sobre que lo que tú visualizabas como una operación sencilla para extraerte una bolita de menos de dos centímetros de diámetro puede que no sea tan sencilla si lo «plástico» se va a meter de por medio.
Mercedes —después del grado de intimidad que has alcanzado con ella en estos veinte minutos ya te sientes con la confianza para llamarla por su nombre— te dice, triunfante, que podéis bajar a ver a la cirujana plástica. Mientras bajáis en el ascensor al sótano, te pregunta cómo estás llevando el proceso. Lo recibes como una invitación a sincerarte, así que le contestas:
—La verdad es que emocionalmente está siendo un poco duro.
Notas cómo todo su cuerpo se pone rígido y, con el tono que usaría un sargento para hablar con su pelotón, te regaña:
—Pues no, ¿eh? A las emociones hay que mantenerlas a raya en todo esto. —Y, mientras las puertas del ascensor se abren, zanja el asunto diciendo—: Nada de emociones.
Entiendes que te has topado con el límite de lo que te puede ofrecer la medicina tradicional, así que vuelves a meter tu corazón maltrecho en su concha, reservando esa parte de ti para otros entornos más receptivos, mientras tu cuerpo —lo único que te está permitido mostrar en el universo de lo alopático— se dirige junto con tu cirujana Mercedes a ser explorado por tu cirujana plástica Ángela. Bastante es que tengan nombre y aboguen por la cirugía conservadora. Incluso agradeces estar en un hospital en que una cirujana va por los pasillos con su paciente a visitar a una colega en su consulta, como si todos fuésemos de la familia.
Ángela viene a ser el opuesto de Mercedes. Si la última es enérgica y tajante, la primera es suave y vacilante. Si Mercedes es bajita y robusta, Ángela es alta y sinuosa. Parecen una actriz y su manager. Mercedes me presenta a Ángela o, más bien, presenta mi anatomía, exponiendo los detalles médicos relevantes para la operación. Ángela pide que me desnude de cintura para arriba, y las dos observan mi pecho muy concentradas. Mercedes habla y Ángela asiente, musitando algunos ajás y dibujando líneas y coordenadas en el aire. Después, cogiendo el móvil de encima de su mesa, me pregunta si puede sacar algunas fotografías.
—Vale. Si no las cuelgas en Internet… —le digo muy seria.
—No, por supuesto que no… —dice, asustada, hasta que se da cuenta de que era una broma y emite una risita juguetona.
La atmósfera se distiende de repente. Tus palabras parecen haber puesto de manifiesto lo surrealista de la situación y que ese cuerpo que diseccionan con la mirada y la calculadora mental está habitado por una pequeña alma que, como mínimo, tiene sentido del humor.
Cuando Mercedes y Ángela se han puesto de acuerdo —de forma incomprensible para ti— en cómo entretejerán a cuatro manos sus intervenciones sobre tu pecho, te dicen que te vistas. A partir de ahora, las verás en citas separadas para ultimar los detalles. De momento, hay que esperar a que te hagan la resonancia y te den los resultados y, entonces, se fijará la fecha de la operación.
Te despides de esas dos mujeres a las que has encomendado el futuro de tu pecho derecho y, cuando sales del hospital, tienes que ir a sentarte a un banco. Es casi mediodía, y estás triste y agotada. Envías un whatsapp a Germán para quedar con él a comer y a contarle cómo te ha ido.
Te arrastras hasta casa y aguantas como puedes hasta la hora a la que habéis quedado en una plaza cercana a tu casa. Cuando lo divisas a lo lejos con su sombrero, su abrigo ceñido y su bolso cruzado, es como si vieras una boya en medio del mar. Braceas como puedes hasta él, lo abrazas, rompes a llorar y te permites —perdiéndote en ese abrazo— sentirte la persona más desgraciada del planeta.
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Con el Diario de lo diminuto tengo la intención de compartir contigo mi proceso con el cáncer de mama a lo largo de estos meses. Este compartir tiene dos direcciones:
- Mostrarte de un modo muy personal cómo es este camino en una situación nueva y compleja como es la pandemia.
- Contarte cuáles son los tratamientos y vías de sanación que he descubierto, cuál es mi elección final y cómo será su desarrollo a lo largo de estos meses.
¿Y cómo puedes apoyarme en este proceso? También tienes dos vías (que no se excluyen mutuamente ;-)):
- La primera es apuntarte, disfrutar y difundir mi nuevo programa online «Escribe y medita por tu cuenta», que puedes realizar cuando quieras y a tu ritmo y me ayudará a mantener algunos ingresos en los meses en los que debo estar enfocada en el tratamiento y mi sanación (como sabes, los autónomos no lo tenemos fácil en este sentido).
- La segunda es leyendo, dejándome tus comentarios y compartiendo estos artículos con todos aquellos conocidos, amigos o familiares a quienes pueda ayudarles mi diario.
18 comentarios en «Algo diminuto, pero que no puedes ignorar VII»
Isa, cada vez que comienzo con uno de tus capítulos me quedo pegada a la pantalla del ordenador y no puedo despegarme hasta que termino, casi ni respiro. Mientras leo me en entran unas ganas tremendas de estar contigo, apoyarte, acompañarte y cuando acabes este largo y duro camino hacerte Directora General de Salud de alguna comunidad autónoma, porque serías candidata perfecta para acometer una reforma que humanice la sanidad en España-
Muchas gracias, Ana :-). Ya me apoyas un montón leyéndome y no pudiéndote despegar de la pantalla hasta que terminas. Esa es mi mayor felicidad como escritora…
No me veo como Directora General de Salud :-D. Pero si algún día estos posts se publicaran en forma de libro, ojalá se lo lean muchos médicos y sanitarios :-).
Un abrazo enorme,
Isa
Querida Isa. Leer todo tu proceso es muy duro para mi pero lo hago con ese amor dedicación y sentimiento de querer reducir tu dolor y sensación de estar al borde de un abismo. Pero también se que eres esa flor a la que tu aludes y se que saldrás victoriosa y creceras y luciras tu perfume y tu color brillante y todos admiraban esa belleza de la flor. Esa flor que eres tú y que tantos y tantos amigos y personas que te queremos sabemos que saldrás de este momentontan largo y delicado.
Saldrás victoriosa, más fuerte y sabia de lo que tu eres, si es que esto es posible.
Eres nuestro referente.
Sufro contigo y por ti. Se que todo, pasado un tiempo, quedará como una experiencia más en tu vida que te hará grande y poderosa.
Así será y te seguiremos admirando porque te mereces nuestra admiración y amor.
Un abrazo querida Isa.
Muchas gracias, Matilde :-). A mí me gustaría que no solo sufras con lo que escribo, sino que también disfrutes, porque yo no solo sufro, también libero las emociones y dejo que se conviertan en flores y mariposas. No son sólidas, se pueden atravesar, por dolorosas que sean (o parezcan), gracias entre otras cosas al amor de quienes me leéis.
Un abrazo enorme,
Isa
Hola Isa, leí tus primeros post de tu proceso y me impresionaron.Ahora continué con este último y me emociono mucho. Aunque comparto la opinión de la médica sobre las emociones eso no quita que estén ahí. Y esa es tu maravillosa cualidad: escucharlos, sentirlos y darles voz. Esa humanidad sensible, aparentemente quebradiza, la desmenuzas como una flor y ,pétalo a pétalo,vas exponiendo sus entrañas. Nos regalas con valentía el exponerte: esa especie de suicidio de lo íntimo.Pero,intuyo, que sabes porque lo haces.Quizás sepas que los otros cuerpos no existen y solo existes tú. Y ,en una alquimia cósmica, a los otros les pase igual. Quizás sólo hay un@ y ese el truco del juego.Quizás sólo hay un amor, que como un agujero negro fantástico, acabará engulléndolo todo.
Y, mientras tanto,seguiremos disfrutando de tu compañía y tus hermosos relatos.
Hola, Harry,
Muchas gracias por tus palabras… Me encanta lo del «suicidio de lo íntimo». Yo muchas veces me pregunto por qué expongo así mi vida. De alguna forma, para mí no hay fronteras entre vida y literatura, entre realidad y ficción. Nuestra vida nos la inventamos, igual que nos inventamos una historia, porque la vivimos filtrada a través de nuestros condicionamientos, carácter, patrones… Todo cosas que no son reales. Exponerme, entonces, es una liberación tremenda, porque es también desenmascararme, y darme cuenta de lo que subyace, siempre, siempre, es el amor y el espacio, la interconexión con los seres y la consciencia. Y a eso solo puedo llegar a través de la escritura.
Gracias, muchas gracias por la compañía,
Isa
Querida Isa: Me dejan sin palabras tus palabras. Me dejan con un anhelo enorme de abrazarte. Me dejan impregnada de tu tristeza y de tu fuerza y de tu coraje y de tu fragilidad, de todo lo humana que eres y compartes con quienes te leemos. Aquí sigo acompañándote desde lejos y pensándote y mandándote siempre mis aspiraciones por que tu andar en el camino siga y siga, llevándote cada vez más cerca de ese lugar tan anhelado más allá del sufrimiento. Y, sí, te abrazo desde acá, esperando que el sol y el viento y la lluvia y la luna y alguna estrella te hagan sentir el abrazo hasta allá.
Muchas gracias, Adela, qué bonito y profundo lo que me dices. Se hace duro escribir sobre algunas cosas, como tú muy bien sabes. Pero siempre merece la pena. Parece que se va a acabar el mundo, pero resulta que lo que te encuentras, siempre, es más espacio para respirar. Y el vínculo que podemos establecer a través de la escritura es valiosísimo. Son las conexiones que tienen sentido.
Un abrazo enorme y transoceánico,
Isa
Isa
Cada vez que leo tus posts siento que nos abres una puerta y que cuando la cruzo me deja ver un camino, cómo el de las miguitas de Gretel y Hansel. Y las sigo y no quiero perderme ni que la tristeza no me encuentre, y sentir mi admiracion por tus palabras-miguitas que quedan ahí marcando por donde transitas y podemos acompañarte.
Un abrazo enorme
Muchas gracias, Esther, por decirlo de una forma tan tierna y visual. El camino de miguitas lo vamos construyendo entre todos y seguro, seguro, que nos llevará a un buen lugar, donde habrá una chimenea alrededor de la que reunirnos a seguir narrando historias.
Un abrazo enorme,
Isa
Hola Isa,
Sólo decirte que sigo aquí pegada a la pantalla y a tu diario. Que me emociono, me entristezco, me enrabio, me enamoro de tus palabras. Que a medida que voy leyendo los brazos se me van abriendo poco a poco para conseguir envolverte en un cariñoso abrazo.
Lo sientes?
Àngels
Hola, Àngels,
Claro que lo siento, sobre todo cuando me lo expresas tan bien. Aquí seguiremos escribiendo, corazón con corazón.
Un abrazo enorme,
Isa
Querida Isa,
Solo decirte que gracias por devolvernos humanidad a raudales. Es lo que más me hace falta, en estos tiempos tan robotizados, tan inertes. Tú eres pura vida.
Gracias, Te quiero y te admiro.
Hola, Pilar,
Sí, justo la escritura es lo que me permite no dejarme caer en la desconexión o la robotización, como muy bien dices. Seguiremos sosteniendo la vida entre los que podemos diferenciarla de los conceptos.
Un abrazo enorme,
Isa
Querida Isa: cada vez que leo tu diario de lo dominuto,me siento de alguna manera, cerca de ti. Tu dolor se me hace nudo . Me encanta leerte aunque siento por lo que has tenido que pasar. Te mando un abrazo muy grande.
Muchas gracias, Emma :-)… Ojalá entre todos podamos desanudar esos nudos…
Un abrazo enorme,
Isa
Querida Isa. He ido a leer el capítulo siguiente y me he dado cuenta que me faltaba este. Al terminar de leerlo, mi cuerpo ha revivido pequeños momentos pasados, oscuros y soleados. Gracias por demostrar una vez mas que no podemos buscar fuera lo que no tenemos dentro. Él no sabe lo que se pierde. No sabe la grandeza de acompañar un proceso como el tuyo. No sabrá que sufrirá mucho, pero será inmensamente afortunado de coger tu mano. No sabrá lo que es sentirse profundamente desgraciado y sumamente feliz. Enfadado y calmado a la vez. Dolor y amor subiendo y bajando de la boca al estómago, en una montaña rusa de mareos y emoción. Un abrazo suave y fuerte!
Gracias, María José,
Qué bonito lo que dices… Supongo que uno no puede acompañar, ni disfrutar de esa belleza, si antes no ha sido capaz de acompañarse a sí mismo. Para mí, también, ese está siendo el aprendizaje: acompañarme a mí misma, y poder disfrutar de todo ese sube y baja del que hablas.
Un fuerte abrazo,
Isa