(Foto de Sydney Sims en Unsplash)
Con el Diario de lo diminuto quiero compartir contigo mi proceso personal con el cáncer de mama.
Capítulo XX
Cuando tu cuerpo toma el volante
Martes, 4 de mayo de 2021
Te despiertas tarde, después de haber pasado una mala noche. Hace casi una semana que te operaron y tu cuerpo no te da tregua. Hoy tienes cita con la cirujana y quieres preguntarle cuándo se va a acabar esto, aunque no sabes si la próxima fase será peor todavía.
Tu cuerpo ha arrebatado el volante a tu voluntad y no te queda más remedio que rendirte a la evidencia. Clic para tuitearPor las noches no sabes cómo ponerte, porque estabas acostumbrada a dormir sobre el lado derecho, y ahora no hay forma, por el dolor y la incomodidad. Y, sobre todo, estás muy cansada. También te sientes anímicamente decaída, quizá porque no puedes llevar puesta la sexta marcha, que es a la que estabas acostumbrada. Tu cuerpo ha arrebatado el volante a tu voluntad y no te queda más remedio que rendirte a la evidencia. Lo que te ocurre te recuerda a cuando haces un viaje en avión: a lo mejor has tardado dos horas en recorrer 2.000 kilómetros, y tu mente cree que ha llegado a su destino en un pis-pas, pero tu cuerpo físico se resiente como si hubiera atravesado en burro la estepa siberiana, mientras que tu cuerpo sutil se ha quedado atrás, en el punto de partida, y tarda unos cuantos días en llegar y acoplarse al físico y al mental.
Una intervención quirúrgica se parece un poco. Aparentemente, cierras los ojos en la sala de reanimación, los vuelves a abrir al segundo siguiente, y allí no ha pasado nada. Tu mente te dice: «Ya está, todo ha acabado, ya puedes volver a tu vida de antes». Pero cuando lo intentas empiezas a sentir un desinterés y un cansancio infinitos. Y mucha tristeza. Y tienes pesadillas. Y te duele todo. Y el intestino se te revuelve sin venir a cuento. Y la vida parece carecer de sentido, o al menos del sentido que le dabas hace una semana. Entonces, tu mente se impacienta y te repite: «Pero ¿a qué esperas?». Y tú te encabezonas en que todo ha pasado y fuerzas el ritmo, porque, joder, eres autónoma, no hay bajas médicas que valgan y el trabajo se ha acumulado. Pero el cansancio aumenta hasta que casi no te puedes levantar por la mañana.
Tu cuerpo se siente profundamente agredido y enfadado, porque llevan trajinando con él tres meses, estresándolo, aplastándolo, biopsiándolo, inyectándole, intoxicándolo y pintarrajeándolo. Clic para tuitearAsí hasta hoy, que te sientas a meditar y en vez de seguir encabezonándote en volver a ser la misma de antes, decides aguzar el oído de tu intuición, y te das cuenta de que tienes un duelo pendiente (por no decir dos). Respirando, y abriendo espacio en el mismo centro de tu impaciencia y ansiedad, consigues alinear tu cuerpo, corazón y mente. Solo así percibes, sin palabras, que tu cuerpo se siente profundamente agredido y enfadado, porque llevan trajinando con él tres meses, estresándolo, explorándolo, aplastándolo, amasándolo, apretujándolo, biopsiándolo, inyectándole, inflamándolo, intoxicándolo y pintarrajeándolo para, un buen día, dormirlo a traición, y una vez dormido, desnudarlo ante los ojos de un montón de gente, abrirlo en dos lugares diferentes con un objeto punzante, y a continuación hurgar en él para quitarle algunas partes que consideraba suyas, que estaban allí por algo, caramba. Le han extirpado un ganglio, le han amputado un tumor llenito de células vivas, le han quitado tejido, y luego lo han cosido como si fuese un viejo muñeco de trapo. En plena meditación te echas a llorar, porque por fin tu mente entiende y tu corazón se compadece, y dejas que tu cuerpo empiece a liberarse —a través de las lágrimas— de esa dura carga, aunque en realidad es un machaque de muchos años de esclavitud, por no decir de muchas vidas.
Estás muy blandita cuando te diriges al hospital a encontrarte con tu cirujana. Solo esperas que hoy tenga un buen día y te trate bien. En la sala de espera de la planta de cirugía, te sientes otra persona distinta, sin tumor y a la vez algo disminuida, como cuando una lleva meses embarazada y de pronto da a luz y ya no lo está. Lo que sí te sigue acompañando es esta mirada negativa y cáustica que lanzas sobre el mundo y sobre ti misma. Te empeñas en cambiar el exterior, para que te pasen cosas buenas en lugar de malas, pero no cambias tu mirada sobre lo que te ocurre. Te aferras a tu carácter triste y melancólico para permanecer en el mismo hábitat mental (en lo malo conocido) con cáncer o sin cáncer, con pareja o sin ella. Así, lo sabes perfectamente, sigues dando vueltas en la rueda del hámster.
Aparece tu número en la pantalla y te diriges a la consulta, un poco anhelante. Tienes muchas ganas de ver a Mercedes, que se ha convertido —casi sin que te des cuenta— en una de las personas más importantes de tu vida, aunque sea temporalmente. Cuando entras, os sonreís con complicidad.
—¿Cómo te encuentras? —te pregunta.
—Bueno, así, así —le dices—. Bastante cansada, la verdad.
—Pues a subir ese ánimo. Venga, vamos a ver cómo va eso.
Mientras te desnudas, le dices que la semana pasada Ángela ya te quitó el vendaje, y dejó solo algunas gasas sujetas con esparadrapo. Te tumbas en la camilla, y Mercedes se pone a quitarte los esparadrapos sin muchos miramientos. Haces instintivamente el gesto de protegerte con los brazos ante la que tu cuerpo considera su agresora, pero luego los bajas, resignada. Mercedes y tú observáis la herida en tu pecho y en tu axila.
—Te voy a quitar los puntos. Esto está muy bien.
—¿Tú crees? —preguntas, dubitativa, observando la piel enrojecida y agujereada, las montañas y los valles en la zona donde ha sido extirpado el tumor, los hilos asomando como alambradas de una trinchera que acaba de ser bombardeada.
Mercedes alza los ojos, los fija en los tuyos y te dice:
—Me parece que no eres consciente de la suerte que has tenido.
Te sientes inmediatamente culpable y le dices:
—Tienes razón. Supongo que podría haber sido peor.
Mercedes le pide las tijeras a la enfermera que la acompaña mientras se pone unos guantes de látex. La enfermera trae unas que no son, y Mercedes la regaña. La enfermera, un poco asustada, se apresura a traer las correctas.
—No lo sabes tú bien —te dice Mercedes, mientras empieza a cortar los hilos—. En la operación, teníamos montado el tenderete completo, porque no sabíamos lo que nos íbamos a encontrar. Y allí se quedó; no tuvimos que usar nada. ¿Qué vamos a hacer ahora con el equipo, eh? Dímelo tú…
Sonríes débilmente, mientras Mercedes va extrayendo los hilos enérgicamente con las pinzas que también le ha traído la enfermera, y tú te estremeces un poco cada vez que lo hace.
—Ya sé que debería estar contenta —le digo—. Pero es que también ha sido duro para mí.
—Si yo te contara las cosas que me encuentro en el quirófano cada día…
—Déjame quejarme un poquito, anda… —le dices, mimosa.
Corta el último punto y deposita el hilo en la bandejita que sostiene pacientemente la enfermera. Me mira risueña y dice:
—Vale, un poquito solamente. El paciente tiene derecho al pataleo. Que si no vas a pensar que soy un ogro…
—Un ogro no… —digo, animada por su tono alegre—. Solo un poco sargento.
La enfermera, que está situada por detrás de Mercedes, me mira con complicidad y sacude la mano, como diciendo «no lo sabes tú bien». Mercedes te mira sorprendida y te dice:
—¿Que soy un poco qué?
—Un poquito sargento —dices con suavidad, arrepintiéndote ya de tu atrevimiento.
—Es que si no fuera un poco sargento esto sería un cachondeo —dice, agitando las tijeras delante de tu cara—. Tú no sabes con lo que tengo que lidiar yo aquí.
—Ya. Se nota que tú eres la que pone orden —me apresuro a expresarle—. Yo te estoy muy agradecida por cómo has llevado mi caso. Estoy contentísima de haber caído en este hospital.
No debe de estar muy acostumbrada a ser «vista» por sus pacientes, porque se queda un poco turbada, aunque también muy ufana.
—Hale, ya puedes vestirte —y, mientras lo haces, se da la vuelta hacia la enfermera, diciendo—: así que un poco sargento…
La enfermera parece de pronto tremendamente interesada en los hilos que han quedado depositados en la bandejita que lleva. Mercedes se dirige a su escritorio, y se sumerge en la pantalla del ordenador. Cuando estás vestida, te sientas en la silla, frente al escritorio.
—¿Y ahora qué? —le preguntas.
Mercedes te explica que ahora ha llegado el momento de derivarte al servicio de Oncología del Hospital de la Paz. Allí llevarán las siguientes fases.
—¿Y cuáles son las siguientes fases? —le preguntas—. ¿Quimioterapia y radioterapia?
—No te precipites —te dice—. Una vez extraído el tumor, ahora tenemos que analizarlo. Eso dará mucha información sobre cómo actuar a continuación.
Por su expresión mientras te imprime la petición de cita con Oncología de La Paz, sabes que no te dirá más cosas de las que te ha dicho al respecto. Suspiras. Otra vez a esperar. Te alarga el papel y te dice:
—Recibirás la cita por sms. Y nosotras nos vemos en dos semanas. Hasta entonces, descansa, ¿vale?
Te levantas y te despides de ella. Mientras sales escuchas que dice:
—Así que un poco sargento…
7 comentarios en «Algo diminuto, pero que no puedes ignorar XX»
Hola Isabel,leyendo tus días y momentos con tu enfermedad,intento entender cómo te has sentido,física,mentalmente y espiritualmente atravesando todas estas vivencias.
Y reflexiono cuán desagradecida e ignorante soy con todo lo que me posibilita vivir el cuerpo,tan acostumbrada a que funcione con bastante precisión que no soy consciente de su grandeza y milagro.
Deseando estés en calma te envío buenos deseos.
Cuanto me alegro de que tuvieras la «buena suerte», como dice la sargento Mercedes. A veces yo tengo que recordármelo a mí misma, que yo también he sido bendecida con esa «buena suerte», porque es tan fácil olvidarnos de la situación que vivimos y leer nuestra vida como si nada la hubiera afectado, como si todo lo hecho y lo no hecho hubiera sido «culpa» nuestra. Hoy leía un artículo que empezaba : El mundo que yo merezco…
El mundo que tú mereces, Isa, es uno en que la salud esté a tu lado, en el que te mimen,…
Pon lo que quieras detrás, a mí se me ocurren un montón de cosas para ti,
Besos y abrazos, Loreto
Un abrazo Isabel! Gracias por compartir esta experiencia tan íntima, eres muy generosa.
La otra noche soñé contigo, coincidíamos en un retiro y estabas muy guapa y me explicabas que toda había pasado!!
Deseo de corazón que cada días estés más fuerte a todos los niveles.
Un abrazo grande,
Anabel
Me encanta, Isa, la manera en que entretejes la ternura e incluso el humor con el dramatismo de tu viaje y de la vida misma. Gracias, una vez más, por compartirnos tus vivencias. No sabes el gusto que me ha dado, desde la entrega pasada de tu diario, enfilarnos ya hacia el final del túnel. Te mando besos y abrazos llenos de lluvia.
Gracias Isa….
Creo que el sentido del humor es la mejor medicina para bregar con las aristas de la vida. Y me gusta porque te atreves a practicarlo. Hace que surja esa complicidad, tan necesaria, el los momentos difíciles….
Un abrazo grandote!!!
Begoña
Me encanta el párrafo de «querer cambiar el exterior en lugar de cambiar nuestra mirada sobre lo que nos ocurre»
Me identifico completamente con este párrafo.
Y lo de que Mercedes es un poco sargento, me ha hecho reír al acordarme inevitablemente de mi madre.
Gracias Isabel
Disfruta de tus vacaciones y descansa.
Abrazo fuerte
Isa,
me gusta mucho el dialogo con Mercedes, como le cuesta aceptar que es un poco sargento y lo sorprendida que esta de que alguien se lo diga. Tambien es muy divertida la reaccion de la enfermera y su repentino interes por los hilos de su bandeja y el final genial con Mercedes que sigue preguntandose, así que un poco sargento…
Los demás nos ven mucho mejor de lo que nos podemos ver a nosotros mismos y por eso nos sorprende y nos cuesta tanto aceptarlo.
Un beso.
Marta