Con el Diario de lo diminuto quiero compartir contigo mi proceso personal con el cáncer de mama.
Capítulo XXVIII
El mejor final no feliz
Lunes, 14 de febrero de 2022
Mientras te diriges al Hospital de la Cruz Roja a hacerte la primera mamografía desde que te operaron hace algo menos de un año, tus pasos van caminando hacia atrás en el tiempo. Has estado tan sumida en tu vuelta a la normalidad que hasta ahora no habías tomado en consideración la importancia simbólica de esta cita. Te das cuenta de que hace justo un año estabas caminando también hacia este hospital para que te hicieran esa maldita biopsia que marcaría un antes y un después en tu vida.
Hoy, sin embargo, vas para realizarte una mamografía de rutina. Je, bueno, no tan de rutina. Escaneas tu cuerpo, y te dice que se siente bien: no hay bultos, no hay dolores, no hay oscuridad, no hay tamoxifeno... Tu corazón está un poco tembloroso, abierto y frágil como una amapola. Tu mente te dice que no hay nada que temer, todo ha cambiado tanto en este último año… Y aún más en las últimas semanas.
Hace tres meses exactos que quedaste con él para decirle que NO retomaríais la relación. Fue la conversación más triste de tu vida. Los dos llorasteis tanto que parecía que llovía sobre las pantallas de vuestros ordenadores. Él quiso explicarte, y dejaste que lo hiciera, pero tu decisión era firme, calmada. Cuando os dijisteis adiós y cerraste el zoom, respiraste profundamente: por fin podrías cerrar ese duelo que llevaba abierto desde 2015.
Cuando te diriges a Radiología, algo se revuelve en tus tripas. Te sientas, palpitante, en la misma silla de la misma sala de espera donde hace un año esperaste, entrelazadas tus manos con las de Germán y Elmo, a que te llevaran al matadero, donde cruzaste el umbral que te separaría para siempre de las «personas sin cáncer». Ya siempre llevarás ese emblema: «Yo es que tuve cáncer», y la mirada de la persona que tengas enfrente se oscurecerá por unos segundos, antes de que baje la cabeza y la menee en señal de conmiseración. Pero tú no la bajarás, porque sabes que tener cáncer te ha salvado de algo mucho peor que la muerte: la inconsciencia.
Hace un año tu pareja estaba a punto de abandonarte, y ahora… ahora nada que ver. Si hace justo tres meses le dijiste que NO, tres semanas después recibiste un paquete certificado cuyo remite te hizo saltar el corazón por los aires. Dejaste el paquete sobre la mesa y no fuiste capaz de abrirlo hasta al cabo de varias horas, y con toda precaución, intuyendo que no tendrías la habilidad ni la fuerza necesarias para desactivar la bomba que llevaba en su interior.
Al desenvolver el paquete, te encontraste con una caja en la que aparecía la foto de una especie de batería eléctrica (qué cutre, ¿no tendría otro envoltorio?).
Dentro de la caja, papelitos de colores, fotos en miniatura, una larga carta escrita a mano en cartulina amarilla, un manifiesto, una cajita y un pen drive. Solo con una ojeada supiste que, como escritora y romántica empedernida, no podrías resistirte a algo así. Y él lo sabía mejor que tú.
Dentro de los papelitos, letras de canciones y bellas declaraciones de amor.
Dentro de las fotos, vosotros abrazados y felices, invernales o veraniegos, lluviosos o soleados, a lo largo de los años, en 2014, en 2015, en 2021…
Dentro del manifiesto firmado por él y con huecos para tu firma y tus propias cláusulas, todas esas cosas que se comprometía a recordar en caso de crisis para no dejarse llevar por los patrones.
Dentro de la carta, una ristra de compromisos y promesas: te amaba, eras la mujer de su vida, quería pasar el resto de su existencia contigo, se comprometía a hacer terapia individual continuada, se había apuntado a un curso de un año y medio para superar sus traumas con un maestro espiritual, tenía ya cita para vuestra primera sesión de terapia de pareja a finales de diciembre, quería vivir contigo… y, mientras tanto, te compraría una bicicleta eléctrica para que subieras a la casita de la colina con vistas al Rin donde residía. Más adelante te enterarías de que la caja que contenía todas esas chuches tenía también su sentido: era de una batería de bicicleta eléctrica. No daba puntada sin hilo.
Dentro del pen drive, vídeos con él entonando canciones de amor y, en el último de ellos, una petición en toda regla, rodilla en tierra: «¿Quieres casarte conmigo?».
Dentro de la cajita, los dos anillos.
Y dentro de tu corazón, claro está, la hoguera del siglo.
Te probaste el anillo y te quedaba un poco grande. pero, con la emoción, no supiste leer ese mensaje.
No le habías dicho «SÍ, QUIERO» inmediatamente, que conste. Te diste cuatro días para pensártelo, pero tú ya sabías que tu corazón en llamas y tu cabezonería no te dejarían alternativa: tenías que probar. Te daba garantías suficientes, no solo en forma de palabras, sino de actos. Ninguno de los dos erais los mismos que hacía un año, y esta vez estabais preparados para hacerlo bien, con los apoyos adecuados. O, al menos, estabas dispuesta a comprobarlo.
Una enfermera dice tu nombre y te saca del globo rosa en el que te balanceabas entre nubes de algodón. No es la misma enfermera que hace un año consoló durante veinte minutos a la niña asustada y temblorosa en que te habías convertido tras la biopsia. Esta es morena y de pelo corto, nada que ver con la bella trenza pelirroja, la voz algodonosa y los ojos almendrados de Beatriz. La acompañas hasta la sala de Rayos. Cuando te aplasta sin muchas contemplaciones el pecho derecho (todavía disminuido, dolorido y asustado por la biopsia, la operación y la radioterapia) entre las dos placas transparentes hasta que queda hecho un sello, das un grito y el globo rosa se estrella contra el suelo. No contenta con eso, la enfermera te lo aplasta también en vertical, para después hacer lo mismo con el izquierdo. Cuando termina de torturarte, te dice que esperes fuera, que te llamarán para la ecografía.
Te vuelves a sentar en la sala de espera y, de pronto, te entra el nerviosismo. ¿Y si encuentran algo? ¿Y si todo ha sido un «globo»? ¿Y si no estás tan bien como pensabas? ¿Y si no tendrías que haber vuelto con él? ¿Y si, lejos de ser una historia de amor, esto es un suicidio en toda regla? ¿Y si casarte es la mayor locura que puedas cometer? ¿No te basta haberte casado una vez para conseguir el compromiso de un hombre? ¿Por qué necesitas hacerlo de nuevo? Justo ayer has pedido al registro el certificado de matrimonio con las notas de divorcio, que necesitas para solicitar el de un nuevo matrimonio. Él, por su parte, está viendo qué papeles necesita en su país. ¿No se te queda un poco grande todo esto, como el anillo (que habrá que arreglar)? Ciertamente, cuando te imaginas la boda con él, solo puedes visualizarla como una película de Wim Wenders, y no como algo real. Y entonces te entra taquicardia, y sientes que no podrás hacerlo, que no serás capaz, que no estarás a la altura, que todo saldrá fatal y empezaréis con mal pie esa vida en común en el país de siempre jamás… y eso aviva tu miedo al abandono y tu niña interior empieza a patalear. Menos mal que la enfermera te interrumpe para decirte que en la mamografía no se ve nada raro y que ni siquiera es necesario que te hagan la ecografía. Entonces se te ilumina la cara y dices: «¿En serio?». Y todos esos pensamientos negros como el carbón que estabas teniendo se estrellan contra el suelo como antes se había estrellado el globo rosa. Últimamente te pasa mucho eso, pasas del miedo a la euforia con una rapidez pasmosa.
Sales a la calle, y percibes con toda nitidez el sol radiante sobre tu piel, la perfecta curvatura de las nubes, la gallardía de ese viejo edificio que tantas veces te ha acogido en sus entrañas. De pronto, te das cuenta de que todo está bien, de que no hay nada erróneo. Hace una semana tuviste consulta con la doctora B. y te preguntó por él, como llevaba haciendo desde la segunda sesión. Estaba claro que para ella había una relación directa entre tu historia de amor y tu cáncer. Le dijiste, un poco avergonzada, que habíais vuelto juntos, pero con una base firme, que se apoyaba en acciones y no en palabras; le aseguraste que estabas siendo muy cautelosa y, para que te creyera, te callaste lo de la boda. A ella se le ensombreció un poco la mirada y te preguntó:
—¿Crees que, si te ves envuelta de nuevo en el miedo y la desesperación, serás capaz de dejar la relación?
Te lo tuviste que pensar unos instantes, pero respondiste:
—Creo que sí.
Ella asintió, sonriendo. Y tú, desde entonces, mides bien tus marcadores emocionales. A veces se te van un poco de las manos, como hace un rato en la sala de espera, pero por lo general pones los medios para mantenerte centrada en tu tabla de surf, cabalgando las olas de este amor tan pasional como complicado.
Cuando llegas a casa del hospital, le mandas un mensaje de whatsapp: «Hola, mi amor. He estado en el hospital, y todo estaba bien. Al salir, me sentía feliz. La última vez que estuve allí fue hace un año, cuando me hicieron la mamografía, la ecografía, y al día siguiente la biopsia. Estar allí de nuevo ha sido extraño para mí, me han venido algunos recuerdos… Y cuando la enfermera me ha dicho que todo estaba bien, he sentido una gran liberación. También he visto muy clara la diferencia entre cómo estaba hace un año (llena de miedo y oscuridad) y cómo estaba hoy (hay miedo, pero la confianza y la luz son mucho más fuertes). De modo que las calles me sonreían mientras volvía a casa. Y sentía que tú estabas ahí, a mi lado, en el mismo barco, recuperándonos juntos de toda aquella oscuridad. Y todo estaba bien, en su sitio. Me siento muy feliz, porque esto, recobrarme del cáncer y que los dos seamos capaces de construir una relación amorosa, es algo importante, algo grande. Gracias por la parte que te corresponde en esto. Me siento tan feliz, agradecida y orgullosa…».
Casi de inmediato recibes una lluvia de corazones y palabras cariñosas. Y piensas que este será un buen final para tu Diario de lo Diminuto, para cerrar el ciclo de un año, de la oscuridad a la luz, del cáncer a la salud, del abandono al amor consciente. Un happy ending en toda regla que, además, coincide con el día de San Valentín.
Lo malo es que escribes más lentamente de lo que transcurre la vida, y aún vas por el capítulo XV. ¿No habrá alguna manera de congelar el tiempo en este instante de plenitud para que no pasen más cosas que transformen en carbón este bello globo rosa?
Viernes, 12 de mayo de 2023
Hace más de un año que no te dirigías al Hospital de la Cruz Roja, desde la última mamografía, y más de dos que te hicieron la biopsia. Ya desde que te has despertado te sientes extraña. Ese hospital se ha convertido para ti en una telaraña de recuerdos imborrables, así que mientras desciendes por la calle Castillo Piñeiro, tan cerquita de tu casa, vas haciéndote a la idea de que hoy no será un día cualquiera. Aunque no tienes bultos ni nada que te haga temer malas noticias, lo cierto es que llevas unas semanas (desde que ingresaste a tu madre en una residencia en contra de su voluntad) de mucha intensidad emocional y descansando mal. Aparte, si algo has aprendido en el último año, es que hay muy poquitas cosas en la vida que puedas controlar, así que no te atreves —ni de lejos— a adelantar nada sobre los resultados de la mamografía que van a realizarte en un rato.
Además, después tienes cita con la ginecóloga del Hospital de la Paz, porque en los dos últimos meses has tenido unos sangrados excesivos (después de un año sin menstruación), y tiene que darte el resultado de algunas de las pruebas que te ha mandado, teniendo en cuenta tu Síndrome de Lynch y el campo de minas estadístico por el que te mueves. Desde luego, no se puede decir que no te hayan tenido controlada en el último año: colonoscopia, gastroscopia, histeroscopia, dos biopsias de endometrio, citas con el oncólogo, con la de digestivo, con la de medicina radioterápica, con la cirujana, con la ginecóloga, con el responsable de cáncer de familia, varias analíticas por cada especialista… A este paso, te vas a tener que pedir un internista para que te ayude con todo este galimatías de citas y hospitales. Tú que hace tres años apenas habías pisado el centro de salud, que ni siquiera sabías quién era tu médico de cabecera, ahora te has convertido en una de esas enfermas profesionales que tanta grima te daban. Quién te ha visto y quién te ve, Isa.
No obstante, con todas tus heridas de guerra, notas tus pasos más firmes sobre la acera, tu mirada más clara, tu corazón abierto no solo hacia afuera, sino también hacia dentro.
Hace unos días, eso sí, que te has vuelto a acordar de él, aunque llevabas meses sin hacerlo. Hace una semana fue su cumpleaños, y has recordado las dificultades por las que estabais pasando hace un año, pocos meses después de que el castillo de naipes de vuestra relación empezase a venirse abajo y dos semanas antes de veros por última vez el día de tu cumpleaños en Madrid, el 24 de mayo de 2022. Recuerdas con toda exactitud el orden en que empezaron a caer las cartas.
La primera en caer fue la de su terapia individual, en febrero, dos meses después de volver a estar juntos: y es que él estaba estupendo, no necesitaba ningún tipo de terapia, entendía que te lo había prometido, pero eso había sido dos meses atrás, y las cosas evolucionaban, tú no te preocupes, amor mío.
Lo segundo en caer (y fue como si le lanzaran un dardo a tu niña interna) fue la bicicleta eléctrica: la batería se estropearía si no se usaba con la suficiente asiduidad, no merecía la pena gastarse el dinero en eso.
Lo tercero en desmoronarse fue la boda: se había enfadado con una funcionaria que le puso demasiado complicado lo de los papeles.
Cada naipe que caía minaba tu confianza y creaba una fuerte crisis en la relación, así que poco después tú también eras la última que quería casarse en medio de algo que por momentos parecía un naufragio y, en otras ocasiones, la cruda realidad. El manifiesto, por su parte, fue convirtiéndose en papel mojado tras varios encontronazos en los que el miedo, la rabia y la desconfianza os ahogaron a los dos.
Mientras tanto, aprendiste mucho de ti: aprendiste que no eras la niña buena ni una víctima inocente de las circunstancias, sino que ponías tu cuota correspondiente de distorsión, agresividad y alejamiento en la relación. Aprendiste a mirar a través de la apretada retícula del miedo al abandono y a no actuar llevada por él. Te diste cuenta de que querías ver en él a alguien que él no era. Aprendiste a desmoronarte, a soltar toda expectativa, a mirar de frente, a pedir perdón, a perdonarte, a decir lo que no te gustaba y, finalmente, aprendiste lo más difícil: a poner un límite claro que ya nunca más sería traspasado.
El último naipe en caer fue la terapia de pareja. A la última sesión le dijiste que fuese él solo, porque tú ya no tenías nada que tratar. Y unos días después, el 16 de julio de 2022, unas semanas antes de que se fuese de vacaciones con su ex pareja y sus hijos como si fuera la cosa más normal del mundo, le dijiste que, aunque seguías amándolo, no deseabas estar con una persona así, que querías romper la relación y que ya no podrías confiar en él nunca más. En septiembre, después de sus vacaciones en Sri Lanka, quiso seguir con la pantomima de nuevo, pero tu puerta ya estaba cerrada para siempre.
Aún te duele cuando lo recuerdas, aún te sube la rabia desde el vientre hasta la punta del último pelo, aún reconoces el amor tras el dolor, aún sientes la carga radiactiva de la caja que guardas al fondo del armario, incapaz de tirarla, como escritora fetichista que eres. Además, algo te dice que está bien que te duela, que está bien guardar la caja como recuerdo de lo que te ocurrió, de todo lo que aprendiste, y de lo que no debes olvidar.
Tus duelos son largos, pero lo importante son los límites que has puesto. Cuanto más capaz eres de responsabilizarte y cuidar de ti misma, más puedes abrir el corazón a los demás, porque ya no te dejas dañar por ellos. Clic para tuitear
Tus duelos son largos, está claro, en vez de un año ya van a ser diez. Y, sin embargo, eso ya no te importa. Lo que te importa es que fuiste capaz de poner un límite claro, que también has podido hacerlo con algunas amistades, con tu familia, con tu madre. Y que cuanto más capaz eres de responsabilizarte y cuidar de ti misma, más puedes abrir el corazón a los demás, porque ya no te dejas dañar por ellos.
Entras de nuevo en la sala de espera de Rayos. Por aquí parece que no pasa el tiempo, aunque a ti te atraviese como una flecha. Las mismas sillas, los mismos fluorescentes, el mismo chico de gafas en el mostrador que te pide que sostengas tú la tarjeta sanitaria mientras apunta los datos, porque no quiere tocarla, no vayas a contagiarle el Covid…
Hoy hay bastante gente, así que, después de sentarte, te pones a escuchar un audio de Virginia Gawel por los auriculares. Si el año pasado la vida te regaló a Gabor Maté para que te acompañara en tu camino, este año te ha regalado a Virginia Gawel con sus cursos sobre interpretación de sueños, sobre Eneagrama, sobre Prácticas para Liberar lo Condicionado, y con sus maravillosos e innumerables audios y vídeos sobre psicología transpersonal; a Michael Brown y su Proceso de la Presencia; a Martina Novatzsky, con su impactante libro Volver aquí y algunos encuentros presenciales con ella que te están ayudando a superar el trauma con tu madre. Te sientes muy afortunada de —habiendo llegado al mundo desde el pozo más oscuro de la vergüenza y la humillación— haber encontrado las ayudas necesarias para alcanzar a olfatear la fuente de origen del amor, más allá de los patrones familiares.
Por fin te llama una enfermera, y te hace pasar a la sala de Rayos. Te hace algunas preguntas, antes de someterte a la tortura de rigor.
—¿Antecedentes familiares de cáncer de mama?
—Mi madre, mi tía por parte de madre y una prima por parte de padre —le dices.
Te dice que la prima no cuenta, te pregunta las edades de tu madre y de tu tía cuando contrajeron el cáncer y te dice que si hay alguna otra cosa reseñable.
—Bueno, yo tuve cáncer de mama.
Te mira, estupefacta.
—Cuando te pregunten por los antecedentes familiares, tú siempre te tienes que poner en primer lugar —te dice, regañándote con suavidad.
Dices que sí con la cabeza y te sientes un poco tonta, porque dabas por supuesto que ya habría mirado tu historial en el ordenador, y por eso no se lo habías dicho. Te pregunta algunas cosas más sobre tu cáncer, y luego te dice que te desnudes de cintura para arriba en el vestuario y pases a la sala. Cuando lo haces, te ayuda a colocarte en la máquina con mucho cuidado antes de proceder al aplastamiento. Cuando las placas aprietan hasta el límite tu pecho derecho y tú lanzas un gemido, ella te dice:
—Ya lo sé, cariño —y por su tono de voz parece que le doliese a ella también, lo que produce en ti un inmediato efecto balsámico.
Sigue colocándote y tratándote con tanta delicadeza que el dolor y el fastidio dejan de importarte, incluso consigues relajarte y vivir instante a instante, sabiendo que este es el sitio exacto en el que tienes que estar en este momento, así que es mejor no rebelarte contra ello y rendirte a la evidencia. Cuando se termina el aplastamiento horizontal y vertical de ambos pechos, la enfermera te dice que esperes fuera, que te volverá a llamar para la ecografía.
Mientras esperas, te vienen los pensamientos negros. ¿Y si encuentran algo extraño? ¿Y si no te estás cuidando como crees? ¿Y si el veneno de los patrones familiares sigue corriendo por tus venas? ¿Y si lo que crees que son límites no es más que egoísmo, como te grita al oído tu sentimiento de culpa? ¿Y si estabas destinada genéticamente a las metástasis desde el comienzo? ¿Y si tienes que arrepentirte de haberte negado a tomar el Tamoxifeno?
Afortunadamente, la enfermera te llama antes de que termines de lapidarte a pensamiento limpio. Te pasa a la sala de ecografías donde te hicieron la biopsia, y te dice que te desnudes en el baño de cintura para arriba, mientras te da una gasa grande de papel para que te cubras. Mientras lo haces, te preguntas por qué la última vez no vieron necesario hacerte una ecografía y esta vez sí. ¿Será que han visto algo raro en la mamografía? Cuando sales, un poco asustada, la enfermera te dice que te tumbes en la camilla. Al hacerlo, no puedes evitar acordarte de la biopsia y te entra un escalofrío. Le preguntas si se veía algo en la mamografía, y te dice que eso lo dirá el doctor cuando venga, pero que en principio ella cree que todo estaba normal.
—Es que la última vez no vieron necesario hacerme una ecografía —le dices.
Ella te dice, mientras se apoya en la pared, que a veces la hacen y otras no, pero que no tiene nada que ver con que vean algo en la mamografía. De pronto se te acerca, te mira a los ojos y te dice:
—Yo a ti te conozco.
Tú la miras por primera vez desde que te llamó para la mamografía, e inmediatamente reconoces su voz y te acuerdas de esos ojos almendrados del color de la miel, y retrospectivamente evocas la delicadeza y empatía con que te colocaba en la máquina hace unos minutos.
—Anda, yo a ti también… —le dices.
—Te acompañé en la biopsia.
—Claro, me acuerdo perfectamente… No te había reconocido.
—Es que me he cortado el pelo…
—Sí, lo llevabas largo, en una trenza —dices, y mientras miras su media melena teñida y las arrugas que empiezan a asomar alrededor de sus ojos, el corazón se te abre como una rosa y los ojos se te empañan—. Me estoy emocionando. Me trataste con tanta dulzura, y yo estaba tan asustada…
Sus ojos te sonríen, agradecidos.
—Te atendió la doctora Garrido, ¿te acuerdas? —te dice—. Ya no está en el centro.
—De ella apenas me acuerdo, pero de ti sí.
—Es que te acababas de enterar, estabas asustada.
—Beatriz, ¿a que te llamas Beatriz?
Beatriz abre mucho los ojos, y su risa suena a cascabeles.
—Qué memoria —te dice.
Estás en un tris de decirle que has escrito sobre ella, que la has inmortalizado en tu Diario de lo Diminuto. Pero no te parece procedente. Te pregunta qué tal te ha ido. Le cuentas que muy bien, que al final no te tuvieron que hacer quimio, que sí te hicieron radio, pero que ahora ya estás muy bien.
—Bueno, a ver —le confiesas—, ha sido todo un viaje, y nada fácil. Pero vamos, visto desde ahora, he aprendido muchas cosas.
Empezáis a recordar el día de la biopsia como si en vez de dos años hubiesen pasado dos semanas.
—Fíjate —le dices—, para mí fue más dura la biopsia que la operación o la radioterapia.
—¿Sí, eh? Claro, se ve que nosotros lo vemos desde otro punto de vista. Ten en cuenta que hace unos años era un procedimiento mucho más complejo, en que había que operar en quirófano. Ahora se ha simplificado mucho.
Te gustaría contestarle que, en efecto, ese es el punto de vista médico, pero que desde el punto de vista de una paciente que se acaba de enterar de que tiene algo sospechoso de ser cáncer, resulta un procedimiento agresivo y traumatizante, o al menos así lo viviste tú, y eso que tuviste la enormísima fortuna de tenerla a ella al lado apretándote el brazo mientras te hurgaban en el pecho, y consolándote después durante veinte minutos con sus manos de mariposa sobre tu seno herido como un ruiseñor moribundo, susurrándote palabras dulces y tranquilizadoras al oído hasta que saliste del estado de congelación; pero sospechas que muy pocas mujeres habrán tenido y tendrán esa suerte, porque no deben de existir demasiadas Beatrices como ella en el mundo. Te gustaría decirle todo eso y mucho más, pero aparece el doctor y os quedáis las dos mudas de golpe, conteniendo la respiración como si os hubiese pillado fumando en el recreo. El doctor se sienta frente al ordenador donde el día de la biopsia la doctora se sentó a matar marcianitos dentro de tu pecho.
—Acerca más el culete a mí —te dice.
El «culete». Pues vaya. Tú lo acercas, y te alegras de tener a Beatriz en tu otro flanco, bien atenta a todo lo que ocurre. El doctor te dice, amigable y con acento latinoamericano, que no se veía nada raro en la mamografía, pero que de todas formas prefería hacer también una ecografía. Suspiras, aliviada. Te dice que acerques más todavía «el culete», así que lo llevas hasta casi rozarle el muslo. Te embadurna ambos senos de gel, y empieza a amasártelos con esa especie de rastrillo con ojos. Mientras tanto, te pregunta quién te operó.
—Mercedes —le dices.
—Ah, la doctora Martín. Una excelente profesional —comenta.
—Sí, desde luego.
—Y además, una excelente persona.
—Estoy de acuerdo —afirmas—. La verdad es que me trató muy bien en todo momento. También hay que decir que tiene carácter, la mujer —añades.
—Bueno —dice el doctor—, es necesario tener carácter en su profesión.
—Sí, estoy segura. Ella tiene a todos firmes.
Beatriz y el doctor se miran, e intuyes que se están lanzando una sonrisa cómplice por debajo de sus mascarillas.
—Es una excelente persona, y no solo con los pacientes, sino también fuera del hospital —te dice el doctor—. Sus vacaciones las usa para realizar servicios humanitarios.
—Vaya —dices, admirada.
—No sé si le interesará que le cuente estas cosas.
—Sí, sí, por favor, me encanta saberlo —le dices.
Ninguno de los dos sospechan que eres escritora, y que «estas cosas» son las que más te interesan en el mundo entero, mucho más que la superficialidad y trato gélido que se suele dar en las consultas. Con la charla, casi se te ha olvidado la incomodidad del chisme apisonando cada centímetro cuadrado de tus pechos. De vez en cuando se oyen pitiditos procedentes del ordenador.
—Aunque yo esté aquí sacando muchas fotos —te dice el doctor, tranquilizador—, no se ve nada raro, ¿de acuerdo?
—Uf, menos mal —dices, aliviada.
El doctor continúa su exploración, hasta que se detiene de repente y acerca mucho su cara a la tuya. Contienes la respiración, y piensas que ha visto algo extraño.
—Que pase usted un buen día —te dice solemnemente, mientras se levanta del taburete.
Inmediatamente los tres os echáis a reír del susto que te ha dado. El doctor sale, y Beatriz te ayuda a incorporarte. Te dice que te limpies el gel con la gasa, y que hay más papeles en el baño por si necesitas. Antes de que pases al baño te dice:
—Me alegro muchísimo de haber vuelto a verte.
—Yo también, Beatriz.
Os miráis con franqueza y calidez a los ojos, y te introduces en el baño, con la esperanza de volver a verla cuando te vistas y terminar la conversación. Cuando estás limpiándote, te das cuenta de que el baño tiene otra puerta, en la que pone «Salida». Entiendes que lo que acaba de suceder ha sido una despedida hasta dentro de un año como mínimo. Se te han quedado muchas cosas en el tintero que te habría gustado decirle a Beatriz y, cuando ya estás vestida, dudas por un segundo si romper el maldito protocolo hospitalario y volver a salir (o entrar) por la puerta por la que has entrado (o salido), porque no te quieres separar todavía de tu enfermera favorita. Pero tu parte adulta toma las riendas de la situación y te dice que sueltes, que ya está, que no puedes quedarte pegada a cada persona que te muestra un poco de cariño como una polilla a la luz, que dentro de un año, cuando tu Diario de lo Diminuto ya esté editado, vendrás a hacerte la próxima mamografía con un ejemplar debajo del brazo para dárselo a Beatriz. Y le piensas dar otro ejemplar a Mercedes, y otro a la doctora B., porque entre las tres han formado para ti el triángulo médico protector que te ha permitido ver la luz tras ese túnel que Mercedes, en su día, te dijo que te tocaba atravesar. En aquel momento no tenías ni idea de a qué se refería. Pero ahora sí, ahora lo sabes perfectamente. Ha habido tramos muy, pero que muy negros.
Así que abres la puerta con el cartel de «Salida» y, al cerrarla a tus espaldas, sabes que este diario ha llegado a su fin.
la vida no se mueve en las coordenadas de lugar, tiempo y acción, como las historias al uso, sino que se trata de una especie de juego de espejos o caleidoscopio alucinante, en que todas las piezas encajan en cualquier momento si… Clic para tuitear
No es un happy ending al modo en que pensabas que sería hace un año. A estas alturas ya sabes que, igual que el tiempo no se detiene, tampoco existe propiamente hablando; que la vida no se mueve —aunque pueda parecerlo— en las coordenadas de lugar, tiempo y acción, como las historias al uso, sino que se trata de una especie de juego de espejos o caleidoscopio alucinante, portentoso, en que todas las piezas encajan en cualquier momento si tienes abierta la mirada a que así sea.
De modo que sales del hospital, te quitas la mascarilla, te detienes en la acera, y dejas que el sol penetre por tus células hasta encontrarse con ese sol más pequeñito que es tu corazón. Dejas que los rayos de ambos soles se entrelacen y disuelvan toda separación entre el calor de fuera y el calor de dentro, poniendo fin a esta historia de amor y de cáncer.
36 comentarios en «Algo diminuto, pero que no puedes ignorar XXVIII»
Querida Isa,
Muchísimas gracias por este diario tan sincero y tan bello.
Me he reído y he llorado también mientras leía tus palabras.
Espero que sea un mensaje de amor y sabiduría para todas las personas que lo lean.
Con amor
Piluca
Muchas gracias, Piluca. Tú fuiste la primera que me echó un cable con todo esto, y eso no se olvida… Ni tantas otros lazos que nos unen.
Un abrazo muy fuerte,
Isa
Querida Isa,
mil gracias por compartir de forma tan generosa y valiente todos estos años.
Me ha parecido entender que vas a editar Diario de lo diminuto,sería genial,
!!ayudarías a tanta gente!!.. y el placer de leer un texto tan bien escrito,que genera tanta expectacion y tan emocionante se merece ser conocido y sentido
A mi me has ayudado mucho y seguiré estando atenta a todo lo que ofrezcas para seguir aprendiendo y disfrutando contigo.
Besos Lola
Hola, Lola,
Bueno, voy a intentar editarlo… Otra cosa es que lo consiga ;-).
Muchísimas gracias por tus palabras. Tu lectura atenta ha sido una compañía para mí.
Un abrazo muy fuerte,
Isa
Querida Isa:
Gracias por expresar divinamente los sentimientos que nos asaltan a los que vivimos con el diagnóstico de paciente oncológico y que nos guardamos en lo más profundo del corazón. La incertidumbre en las revisiones, el miedo a que te digan que ha regresado, es un punto para trabajarnos. La decepción cuando el oncologo te dice que no te da el alta hasta que pasen 7 años más (y te ves calculando que entonces tendrás casi 80 años y lo mismo haces el tránsito por otro motivo) esto siempre me produce mucha risa.
Me siento muy orgullosa y agradecida por tener con amiga, hermana y compañera en el camino. Te quiero mucho. Maribel
Muchas gracias, Maribel, hermana espiritual y oncológica. Yo la verdad es que no espero que me den nunca el alta médica, con el historial que tengo ;-). Pero bueno, ya me lo he dado yo solita a través de este recorrido. Habrá más ciclos de aprendizaje, pero este queda cerrado para mí.
Yo también te quiero y estoy muy agradecida, porque el contenedor de la lama, del dharma y de la sangha ha sido la base, para mí, de todo lo demás. Sin esa base, no habría podido tomar la adversidad como camino.
Un abrazo enorme,
Isa
💗
Gracias, Alejandra, amiga y compañera de camino.
Un abrazo fuerte,
Isa
Leer tu diario de lo diminuto me ha acompañado en estos casi tres años, y ha sido como estar a tu lado. Espero que hayas notado mi compañía sin más que eso, solo estar ahí.
Eres generosa y valiente, has pasado una etapa tan intensa y dolorosa que ha dado sus flores esta primavera de 2023.
Dolor y escritura,
Amor y escritura
Flores
Hola, Loreto,
Claro que he notado tu compañía, y tus palabras honestas en todo momento me han acompañado y me han hecho reflexionar. No hay nada mejor para quien escribe que encontrar lectores apasionados que se identifiquen con la historia y la confronten a la vez.
«Dolor y escritura,
Amor y Escritura,
Flores»
Qué bello.
Un abrazo enorme,
Isa
Querida Isa
Ha sido un viaje compartido. En pleno proceso de duelo por una ruptura que todavia me cuesta aceptar. Ha sido un regalo ser testigo del tuyo, de tu viaje
traves del amor y la enfermedad, acompañarte, llorar muchas lágrimas que confluian como los ríos y sus afluentes lo tuyo y lo.mio hasta convertirse en uno.
Deseaba un final feliz y me apunto «al mejor final no feliz» porque lo deseo para mi y me inspira a seguir recorriendo el camino y la meta posibles: el brillo, la luz del corazón.
Gracias por acompañarnos y por dejarte acompañar
Muchas gracias, Carlos :-).
Un placer acompañarte y dejarme acompañar por ti. Si no has muerto de sobredosis al leer casi todo el diario del tirón… es que tienes agallas y la determinación de atravesar lo que haga falta para ir hacia la luz. Ahí seguiremos juntos en el camino de la escritura y la espiritualidad.
Un abrazo enorme,
Isa
Muchas gracias por haber compartido tu diario, Isa. Es una maravilla leerte, siempre.
Muchas gracias a ti, Garbiñe, por ser tan fiel lectora y compañera :-).
Un abrazo enorme,
Isa
Muchas gracias Isa.
Un relato tan conmovedor, tan real, tan auténtico. Te habrá servido a ti, pero siento que a mí me ha revuelto, y me ha devuelto muchas veces mi coraje perdido.
Gracias, me da pena que se acabe. Una obra maestra!!
Un beso,
Pilar Antoñanzas
Muchas gracias por tus palabras, Pilar :-). Afortunadamente, tu coraje siempre está ahí, bien presente, los demás siempre lo vemos, aunque a ti se te pierda a veces.
Un abrazo enorme,
Isa
Gracias Isa. Por mirarte con tanta franqueza y mostrarte, por desnudarte asi, por tanta honestidad. A mi me ayudas a cada paso
Un beso grande
Inés
Gracias por tus palabras, Inés. Aquí, haciéndonos de espejo la una a la otra ;-).
Un abrazo fuerte,
Isa
Isa, si tuviera que destacar algo tuyo es la valentía y la verdad. Por eso ha sido apasionante poder ver, al leerte, todo lo que va por detrás de eso que admiro, los miedos y esa atención abierta para ir distinguiendo lo real de lo engañoso. Sabes que tus pasos me ayudan a dar los míos, sabiendo que si tu has encontrado suelo, yo también lo voy a encontrar. Menuda recolección de joyas que nos has regalado al compartir esta época tan rica y tan complicada.
¡Gracias, un fuerte abrazo y un enorme deseo de salud y larga vida!
Muchas gracias, Mer :-). Tú también me has regalado tantas cosas en este camino… Entre otras el título del diario, «Algo diminuto, pero que no puedes ignorar», tu generosidad y flexibilidad al sustituirme en las clases en los momentos duros, y tu constante compañía para trasladar a otros todo eso que aprendemos. Tienes un suelo bello y fértil debajo de tus pies, aunque a veces no te des cuenta.
Un abrazo muy fuerte,
Isa
Que don tienes Isa para hacer del dolor, de tu dolor, un recorrido lleno de belleza. Me he conmovido leyéndote. Tenerte en mi vida también ha sido para mi un regalo de la vida, porque me has ayudado a mirar de frente y hacia dentro. Y eso solo es posible desde la honestidad y la valentía que te caracteriza.
Un abrazo enorme
Sole
Pues te diré, Sole, que tú tienes el mismo don, del que se benefician quienes te tenemos cerca, y estoy segura de que cada vez más gente.
Muchísimas gracias por tu leal compañía y apoyo.
Un abrazo enorme,
Isa
Querida Isa. Me he conmovido en cada una de las lecturas. Creo que has sido muy valiente al ir narrando el miedo, la angustia, la pena, la tristeza, y también algunas alegrías que has encontrado por el camino.
Seguro que este magnífico diario servirá de ayuda no sólo a pacientes con cáncer, sino a cualquiera con heridas físicas y/o emocionales. Gracias por compartirlo y difundirlo de forma tan generosa.
Y ahora a disfrutar del presente y mirar con alegría el futuro.
Carmen
Muchísimas gracias, Carmen, por tus generosas palabras. No hay mayor felicidad para mí que haber tenido y tener compañía en este viaje, lectores y lectoras atentos que valoran las palabras y lo que hay por detrás de ellas, y que tienen la valentía de realizar su propio viaje mientras yo hago el mío.
Un abrazo enorme,
Isa
Querida Isa, después de casi ocho años, aún conservo fresco el recuerdo de la primera vez que nos vimos cara a cara. Fue en la presentación de RELEE, tu ilusionante proyecto que más que una editorial quiso ser una comunidad de personas mordidas por el áspid que inocula la pasión por la escritura. Fue un evento hermoso, intenso y humano, pues en el aire flotaba un no sé qué. Tal vez los efluvios de un coctel de ilusión, esperanza y amor. Caras amables, sonrisas, abrazos besos. Nada hacía pensar entonces que un proyecto tan lleno de vida, como lo está un recién nacido que llena el aire con su llanto clamoroso tras la nalgada de la comadrona, pudiera fracasar. Tú dijiste entonces que estabas enamorada. Que el amor te había llevado a emprender la nueva aventura. Él, tu enamorado, también estaba allí, con Elmo y Ari, tus hijos. Me parecieron muy unidos, creo que había complicidad entre ellos. También estaban Eloy Tizón, David Gallego y muchas personas más a las que aún no conocía. Y Kike Parra, ¿cómo no?, pues es el autor de “Me pillas en mal momento”, primera publicación de la nueva editorial, que contiene en sus páginas esencia de buena literatura, como los frascos pequeños encierran en su interior el aroma de delicados perfumes. Conservo el libro al alcance de la mano y recuerdo que lo leí casi sin descanso, buena parte aquella misma noche en el autobús de regreso desde Madrid a Salamanca.
Así comencé mi andadura literaria de tu mano. Camino para mí muy provechoso. Durante varios años, casi sin darme cuenta, fueron germinando en mí tus enseñanzas. Gracias por ello, Isa. Y, aunque distantes, me fueron atando a ti lazos afectivos. Es natural, es humano. Quizá por eso, cuando me enviaste el email con el enlace del primer capítulo de tu “Diario de lo diminuto”, en el que hablas de sentirte zarandeada como una bola de pinball, sentí como un hachazo, lo mismo que he sentido cuando una amiga cercana me dijo: Tengo cáncer.
He leído cada un de los capítulos con especial atención, y he esperado el siguiente con ganas de más. Me alegra mucho que hayas podido poner ese punto final, “el mejor no feliz”, aunque espero que, en lo que respecta al amor, tan solo sea un punto y aparte o, aún mejor, un punto y seguido. Creo que este “Diario de lo diminuto” es grande, que, además de su valor literario, que sin duda lo tiene, servirá a muchas mujeres en su lucha contra la enfermedad. Publicarlo como libro es una muy buena idea. Espero que algún día me dediques un ejemplar.
Un abrazo,
José María
Oooooh, José María, qué mensaje tan preciosísimo :-)). He podido rememorar ese día de la presentación de Relee a través de tus palabras, a través de tu atenta y cálida mirada, y seguir nuestra relación a través de tus ojos ha sido bellísimo. Para mí eres una de esas personas como de toda la vida, a la que me une un cable de afecto irrompible. Aunque pase tiempo sin que nos veamos, cuando tu cara o tus letras (escribes como los ángeles) aparecen por aquí o por allá, siempre me sacan una sonrisa, y esa sensación como de pisar casa, hogar, terreno seguro. Es un placer tenerte en mi vida, y un privilegio haberte tenido como lector de este diario. Saber que la gente que te aprecia te está acompañando en un proceso tan duro, no solo en la distancia, sino unidos por las vivencias a nivel literario es… es impagable, la verdad, no se me ocurre algo mejor y más sanador.
Un abrazo muy fuerte,
Isa
Hola de nuevo Isa,
Ahora que he leído este capítulo final ya sé que tu ex amor te atrajo de nuevo en su realidad paralela. Pero es normal, son muy buenos en lo suyo que es convencer. Me alegro, aunque sé lo doloroso que es un no definitivo, que hayas salido de ahí. Y me alegro infinito de que estés bien, BIEN… en tantos sentidos.
Un abrazo
Rosana
PD Una vez más, ha habido otras, me ha emocionado hasta la lágrima tu relato.
Ah, este tipo de hombres con este trastorno, vuelven y vuelven y vuelven. Tienen un concepto del tiempo peculiar. Pueden volver, a las semanas, meses, años (hasta 10 años pueden pasar) como si nada. Pero imagino que tú ya has cerrado las vías de comunicación. Otro abrazo.
Rosana
Hola, Rosana,
Cuando leí tu primer comentario me impactó un poco, la verdad, porque aunque ya tengo asumida la personalidad psicopática de la persona con la que estuve (de hecho, desde hace un tiempo le denomino con un término acuñado por Virginia Gawel: «el psicópata de mi vida»), pues verlo negro sobre blanco escrito por otra persona me afectó. Pasadas unas semanas, puedo decirte tranquila que sí, que así fue y puede ser como dices en el futuro. No le he bloqueado porque es más doloroso para mí hacerlo que no hacerlo, y porque haber cerrado la puerta definitivamente me mantiene segura, siento esa seguridad interior que no me obliga a poner barreras en el exterior. No obstante, si en algún momento se volviera a poner en contacto conmigo, sí le bloquearía.
Muchas gracias por sinceridad, por tus buenos deseos y por tu postdata :-).
Un abrazo fuerte,
Isa
Gracias Isa, por tu sinceridad también.
He vivido lo mismo que tú. Una relación menos larga que la tuya, pero intensa.
Y, cuando una lo tiene muy claro, concuerdo con esto que dices:
«… me mantiene segura, siento esa seguridad interior que no me obliga a poner barreras en el exterior.»
Un abrazo bien fuerte que espero en algún momento, cuando sea, darte en persona.
Rosana
Querida Isa. Cuanta emoción me has despertado y que magnifica eres. Te admiro por muchas cosas, pero en lo referente a este «Diario de lo diminuto» es todo tan verdadero y tan de corazón que me he sentido mimada por el hecho de ser tu amiga. Y pienso en la felicidad que sentirá tu enfermera favorita cuando reciba de tus manos ese libro ya editado.
Qué suerte he tenido en mi vida por encontrarte en mi camino.
Te mando un gran beso y todo mi agradecimiento por todo lo que has hecho por mí.
Muchas gracias, Matilde :-). Me parece precioso que hayas pensado en la felicidad de la enfermera al recibir un ejemplar de un libro que todavía no lo es. Seguro que tu pensamiento contribuye a que el camino a que esto se convierta en libro sea más fácil, porque el amor, como el agua, siempre encuentra resquicios por los que colarse, por muchas barreras que se encuentre.
Me siento muy afortunada de tenerte en mi vida, porque tu caudal de amor es enorme, y todos los que te tenemos cerca nos bañamos en él.
Un abrazo enorme,
Isa
ISA,recuerdo aquel día en la Escuela de Escritores, con una sonrisa tímida pero valiente anunciaste que empezabas el camino tu sola. Tu sonrisa, tu sinceridad y valentía me empujaron a seguirte. Y hoy, tu valentía y tu verdad vuelven a animarme a seguir en ese camino de encontrarme a mí misma, a través de la verdad y de la escritura.Mil Gracias.
Muchísimas gracias, Mari Luz :-). Tú también eres una mujer muy valiente. En una generación en que tantas mujeres han permanecido esclavas de sus condicionamientos, tú elegiste el camino de la escritura para indagar en ti misma con una perseverancia admirable. Ha sido un placer tenerte como alumna tantos años, y siempre estás en mi corazón como persona y amiga.
Un abrazo enorme,
Isa
Precioso final Isabel al Diario de lo diminuto.
Admiro tu fuerza y valentía en todo tu proceso.
Un abrazo fuerte
Muchas gracias, Marta :-). Yo también admiro tu fuerza y tu valentía en tu proceso, en el que, aunque no has pasado por un cáncer, has pasado por muchos túneles muy oscuros que la mayoría de la gente no se habría atrevido a atravesar. Todas aprendemos de todas, y nos acompañamos mutuamente.
Un abrazo enorme,
Isa