Seguimos con el comentario literario de El principito, de Antoine de Saint-Exupéry, que estamos viendo por partes. Aquí tienes el análisis de los capítulos XXII hasta el XXV.
Si quieres releerte estos capítulos antes de leer el análisis, en este enlace encontrarás la obra completa.
Si quieres acceder al análisis de los capítulos del XVII al XXI, pincha aquí.
Allá voy.
¿Hacia dónde vamos tan deprisa? Queremos que nos sobre tiempo, ¿para qué?, ¿para gastarlo, a su vez, en ahorrar tiempo? Share on X
Capítulos XXII y XXIII
En estos dos capítulos cortitos, en que se cuenta el encuentro del principito con el guardavías y con el comerciante, no se hace sino remachar el sentido del capítulo anterior. Lo que a través del zorro se nos cuenta en positivo, a través de estos dos personajes se nos muestra en negativo:
- La prisa de las personas que les hace ir de aquí para allá a velocidad de vértigo (como los trenes de alta velocidad) sin saber hacia dónde van, en contraste con los niños, que son los únicos que aplastan su nariz contra el cristal y sienten curiosidad por las pequeñas cosas (las esenciales) de la vida.
- Lo absurdo de economizar tiempo cuando no se sabe qué hacer con él. ¿Hacia dónde vamos tan deprisa? Queremos que nos sobre tiempo, ¿para qué?, ¿para gastarlo, a su vez, en ahorrar tiempo?
«Yo —se dijo el principito—, si tuviera cincuenta y tres minutos para gastar, caminaría tranquilamente hacia una fuente…». Es de una lógica aplastante… en la que no parecemos reparar en nuestra fuerte inercia diaria.
Capítulo XXIV
Este capítulo, en el que el principito y el narrador se ponen a buscar un pozo, es de una extraña belleza. Se mezclan varios factores.
- Ya se nos han dado las suficientes claves a lo largo del relato para que casi cada palabra tenga a estas alturas un referente conocido. Se hable de zorros, agua, desierto, flores o estrellas, ya se ha creado un imaginario común con anterioridad en el que cada una de esas palabras tiene determinadas connotaciones, emotivas, físicas y metafísicas. Por tanto, un diálogo en que se condensa todo lo anterior adquiere una viveza inusitada, como una sinfonía especialmente compuesta e interpretada para nosotros, porque todo lo que hemos leído con anterioridad lo hemos hecho, de alguna forma, nuestro.
- Quizá provocado por lo anterior, este capítulo es de un lirismo cristalino, abrumador. No se nos está hablando ahora de cosas sólidas, de actos concretos. Se nos está hablando, justo, de lo que no se puede tocar, de lo que no es sólido, líquido ni gaseoso, de lo invisible e intangible y, sin embargo, crucial para el ser humano. De lo único que importa, de hecho, y nos lo perdemos por nuestra estupidez instante a instante.
- Se deshace aquí el narrador de todo atisbo de sarcasmo, ironía o burla para permitirse entrar de lleno en la emoción pura y dura, en la ternura, en la triste y a la vez bella paradoja que es descubrir la amistad justo cuando te estás muriendo de sed. El contraste entre el tono un poco ácido y distanciado de los capítulos anteriores y esta caída en la suavidad hace que al leerlo nos deshagamos y nos entren, de nuevo, unas irreprimibles ganas de llorar. Y no precisamente a través del falso sentimentalismo precipitado de las películas de Hollywood, sino por medio de la sensibilidad con la que el autor ha sabido abrirse paso, capítulo a capítulo, en nuestro corazón.
¿Por qué brillan las estrellas? Por lo que significan para nosotros, por una flor abierta en una de ellas. ¿Qué hace importante a la flor? El amor del principito. ¿Qué hace poderoso al principito? Su fidelidad a esa flor. Share on X
Argumentalmente, volvemos a la historia entre el principito y nuestro narrador, abandonada a lo largo de los anteriores capítulos, en los que se nos ha relatado todo el recorrido del principito hasta llegar hasta allí. De alguna forma, el principito se encuentra con el narrador cuando ambos están preparados para la amistad, cuando pueden crear vínculos duraderos y pueden establecer un trasvase de experiencia de uno a otro, regalarse mutuamente todo lo que han aprendido en la vida y aceptar el regalo que supone el uno para el otro.
En el plano del sentido, aquí se sigue hablando de la frase del zorro, corporeizándola de alguna manera: «lo esencial es invisible a los ojos». ¿Qué hace bella una casa? El tesoro que esconde. ¿Qué hace luminoso el desierto? El pozo que oculta. ¿Cuál es el sentido de las Navidades? La ilusión de los niños. ¿Por qué brillan las estrellas? Por lo que significan para nosotros, por una flor abierta en una de ellas. ¿Qué hace importante a la flor? El amor del principito. ¿Qué hace poderoso al principito? Su fidelidad a esa flor.
Veamos la médula del diálogo que mantiene el principito y el narrador:
—¡Ah!—dije al principito—. Tus recuerdos son muy bonitos, pero todavía no he reparado mi avión, no tengo nada para beber y yo también sería feliz si pudiera caminar tranquilamente hacia una fuente.
—Mi amigo el zorro… —me dijo.
—Mi pequeño hombrecito, ¡ya no se trata del zorro!
—¿Por qué?
—Porque nos vamos a morir de sed…
—Es bueno haber tenido un amigo, aun si vamos a morir. Yo estoy muy contento de haber tenido un amigo zorro…
«No mide el peligro —me dije—. Jamás tiene hambre ni sed. Un poco de sol le basta…».
—Tengo sed también… Busquemos un pozo…
—¿También tú tienes sed?
—El agua puede también ser buena para el corazón… Las estrellas son bellas, por una flor que no se ve…
Respondí «por supuesto» y, sin hablar, miré los pliegues de la arena bajo la luna.
—Lo que embellece al desierto —dijo el principito— es que esconde un pozo en algún sitio…
—Sí —dije al principito—; ya se trate de la casa, de las estrellas o del desierto, lo que los embellece es invisible.
—Me gusta que estés de acuerdo con mi zorro —dijo el principito.
Podemos ver cómo se pasa en breves líneas de la urgencia de las necesidades más inmediatas (encontrar agua, en este caso) a las necesidades del alma, a las que no solemos hacer caso y que pueden ser, en muchos casos, las que nos den las cualidades que nos permitirán cubrir las primeras, a la postre. El capítulo termina así: «Continué caminando, y al rayar el alba descubrí el pozo». Podríamos añadir que solo lo descubrió cuando entendió que lo más importante no era calmar la sed, sino haber encontrado un amigo.
Si para algo nos puede servir la conciencia, es para compartir con los demás de una forma auténtica la experiencia de la vida. Share on X
Capítulo XXV
Preparándonos para el final, el autor sigue incidiendo en este capítulo en el valor de la amistad. No vale la pena saciar la sed de una forma ansiosa y egoísta. Incluso beber agua solo adquiere sentido si va acompañado de una apertura del alma. Solo disfrutaremos de calmar la sed si antes hemos caminado con un amigo bajo las estrellas y lo hemos llevado en nuestros brazos, dormido. Todos los actos de nuestra vida se vuelven estúpidos e inútiles si están impulsados por la mera supervivencia. Si para algo nos puede servir la conciencia, es para compartir con los demás de una forma auténtica la experiencia de la vida. Ese es el mensaje urgente que nos tiene que transmitir el autor a través de sus personajes.
Este párrafo habla por sí mismo:
Levanté el balde hasta sus labios. Bebió con los ojos cerrados. Todo era bello como una fiesta. El agua no era un alimento. Había nacido de la marcha bajo las estrellas, del canto de la roldana, del esfuerzo de mis brazos. Era buena para el corazón, como un regalo. Cuando yo era pequeño, la luz del árbol de Navidad, la música de la misa de medianoche, la dulzura de las sonrisas, formaban todo el resplandor del regalo de Navidad que recibía.
La transmisión se ha llevado a cabo limpiamente. El narrador, y con él nosotros, hemos captado, gracias a la generosidad del principito, el sentido de la vida. Consciente o inconscientemente, a estas alturas el lector tendrá la sensibilidad a carne viva, y unas ganas increíbles de abrazar a sus congéneres, de saciar su sed, de intercambiar con ellos el regalo del esfuerzo mutuo.
En cuanto al argumento, sigue su curso, por medio de diálogos que avanzan a una velocidad de vértigo. El principito se prepara para la despedida, pidiéndole al narrador el bozal prometido para el cordero (y enganchando, así, con el principio del relato). Se revela, también, que está regresando al punto de partida, completando su viaje, cuyo principal cometido ha sido, sin duda, pasar el relevo de su sabiduría a nuestro narrador, que es quien, a su vez, nos lo pasa generosamente a nosotros para que lo sigamos transmitiendo, cada uno en la medida que pueda, a las siguientes generaciones.