18 de mayo de 2020
La desescalada, vuelta a rutinas extrañas
Han pasado ya unas semanas de desescalada, y parece que esa palabra que se han sacado de la manga, «nueva normalidad», tiene su razón de ser. Al menos en mi caso, siento que me sumerjo poco a poco en una especie de rutina muy extraña, que no deja de ser rutina ni deja de ser extraña.
Al leer el periódico, se me hacen repetitivas tantas noticias sobre el coronavirus, que ahí sigue acechante, pero que ya no es novedoso para mi mente siempre ávida de situaciones cumbre. Las muertes y los contagios van bajando en el país, aunque sea a costa de no salir, y un pensamiento mágico parece decirnos que han de seguir bajando aunque nos aglutinemos en las calles y en las tiendas. La palabra «pandemia» ya no impresiona tanto, y la crisis es profunda pero no muy tangible todavía para algunos.
Es primavera, empieza a hacer calor, y las calles se llenan a las horas de los paseos, en realidad se llenan a todas horas. Los de unas edades se recogen más tarde, mientras que los de otras salen antes, de modo que todos nos hacemos los tontos por detrás de las mascarillas. Como si todo fuera «normal», cuando en realidad hemos caído en una especie de depresión colectiva, a pesar de la primavera.
En mi vida han cambiado cosas pero, como una goma que se ha estirado demasiado y quiere volver a su posición aun a costa de retorcerse sobre sí misma, trato de acoplarme —sin mucha fortuna— en algún sitio cómodo donde pueda desarrollar tranquilamente las cosas que he aprendido en el confinamiento. Lo malo es que es imposible desarrollarse desde la comodidad.
Muchas personas buscan la paz y la transformación a través de un proceso psicológico que les dirige a la comodidad. Sergi Torres Share on X
Dice Sergi Torres que «muchas personas buscan la paz y la transformación a través de un proceso psicológico que les dirige a la comodidad; pero cuando una persona se acomoda lo que hace es no dejarse sentir el miedo que tiene a que esa situación cambie».
Y eso me está pasando: me estoy acomodando. La situación límite pasó, y mi mente empieza a adormecerse a la velocidad del rayo. El caso es que me acuerdo perfectamente de la intensidad con la que vivía hace una semana, y hace dos, y hace tres… así que este sopor acomodaticio lo estoy viviendo con extrañamiento y temor. No lo quiero, no quiero volver a introducirme en mis patrones habituales evasivos, como si no fuera también yo misma la que me estoy tirando de cabeza a esa piscina.
Meciéndonos en una hamaca ilusoria de bienestar
Nunca había visto mi ignorancia con tanta claridad. Y junto a la mía, la del grueso de la humanidad, meciéndose en masa en una hamaca ilusoria de bienestar. Si no me gusta algo, lo niego y me invento lo que querría. De esta manera, no vivo en lo que hay, sino en mi propia fantasía de lo que me gustaría que hubiera.
Me gustaría acceder de nuevo al gozo chispeante del presente o a la revolución de la consciencia, pero me veo queriendo eludir el dolor o la decepción que conlleva, así que me sumerjo de nuevo en la falta de tiempo y el trabajo compulsivo, en la niebla de la dispersión, en la lejanía de quienes sufren, en el olvido de lo importante. Y, por las noches, sueño —insomne— que todo está bien, que las piezas encajan, que soy una persona con suerte y que cumplo con mis obligaciones.
Cuando medito, hago lo mismo, eludo los aspectos burdos o feos de mi experiencia con los que a la vez me identifico. Los agarro con una mano y los rechazo con otra. Me embriago en ese eterno vaivén, mientras mi fantasía se inventa idílicos paisajes espirituales. Ciega, voy haciendo eses por el precipicio de mi mente ausente mientras me creo muy sobria.
Podría decir que si puedo palpar mi propia ignorancia no estoy tan ciega. Quizá me falta dejar de vivir esto como un fracaso. No es tan mala noticia poder verme de puntillas queriendo regresar a la zona de comodidad, a lo malo conocido. Quizá mi ignorancia —que es mi presente— proceda de la misma fuente que hace unas semanas hacía que resbalaran mis creencias como el jabón bajo el agua de la ducha. Quizá no haya diferencia —salvo por la parcialidad de mi mirada— entre la ignorancia y la consciencia.
Mi capacidad para ver mi propia ignorancia es un faro en la oscuridad. Espero tener coraje para ir hacia la luz desde el mismo epicentro de las tinieblas Share on X
Tratar de vivir un momento cumbre de claridad que quedó atrás sería más engañoso que contactar con esta masa viscosa que me impide ver claro. Los políticos siguen bramando, la gente asoma los ojillos entre deprimida y asustada, los muertos no volverán, los ahorros se agotan, tantos sanitarios que se han dejado el pellejo ahora sin trabajo, millones de madrileños tristes metidos en agosto en la ciudad, el negocio de la construcción que sigue adelante, la industria del automóvil también, ¿hay acuerdos sobre cómo restaurar el planeta?
Estamos en medio del balancín entre la trascendencia y la disolución… ¿Hacia dónde nos inclinaremos? Mi tendencia acomodaticia me avisa de que quizá prefiramos desaparecer del mapa que dar el brazo de nuestro apoltronamiento a torcer. Mi capacidad para ver mi propia ignorancia es, sin embargo, un faro en la oscuridad. Espero tener coraje para ir hacia la luz desde el mismo epicentro de las tinieblas.
14 comentarios en «Aprender de la ignorancia»
Gracias Isabel por escribir!! Siento lo mismo que tú y agradezco el poder leer algo acorde a mis pensamientos.
Un abrazo.
Gracias, Mar, me alegro que te sientas identificada con el escrito…
Un abrazo fuerte,
Isa
Ya es mucho, ver las tinieblas, querida Isa. Mucho, muchísimo. Y haber visto otra luz, distinta, aunque sea a fogonazos, desde este confinamiento, es una gran victoria.
Siento como tú. Y sigo en el filo del alambre. A punto de caer en lo conocido, y con el miedo a saber que aún me mantengo en un equilibrio muy inestable.
Escribes tan certero… que es como una ventana hacia los adentros.
Gracias siempre, Isa
Gracias por tu aportación, Pilar. Sí, es un equilibrio inestable. Quizá pensábamos que todo iba a cambiar de un día para otro, y los cambios son más lentos… Esperemos que todo esto no haya sido en balde, para nosotras y para el planeta entero.
Un abrazo fuerte,
Isa
Cuando leí tu pregunta «¿Se puede aprender algo de la ignorancia?», antes de leer el artículo, me contesté: Claro, si la ignorancia es el origen del nirvana en la medida en que lo es del samsara. Si nos damos cuenta de esto, nos liberaremos, paso a paso, poco a poco, o de repente. Y tú lo dices, me parece, en otras palabras, enfatizando la valentía necesaria para lograrlo. Acompañémonos en el camino sin temor a la oscuridad, que es solo la otra cara de la luz. Un abrazo grande, Isa.
Hola, Adela, compañera en el camino,
Sí, la oscuridad y la luz son las dos caras de la misma moneda. Y mientras no alcancemos la no dualidad, nos seguiremos asustando de una y cegando con la otra. Y, en el camino, vamos haciendo pequeños o grandes descubrimientos.
Un abrazo enorme,
Isa
Lo que nos perturba no es lo que nos ocurre, sino nuestros pensamientos sobre lo que nos ocurre.
Bien dicho, Len :-).
Besos,
Isa
Pues la verdad es que yo siento un tirón hacia dejarme desaparecer. Es un vaivén de intento de acción y caer en el sofá del que me cuesta arrancarme. Sólo cuando me doy cuenta de que no puedo abandonarme por los mas quiero en el mundo, que tengo que dar esperanza, consigo aparentar que resisto aún, y de ahí a la luz que consigo hacer brillar un rato hasta que se acaba la vela y vuelvo a apagarme cuando el telón cae.
Días extraños, donde de momento la inquietud y la tristeza lo tiñen todo.
Hola, Loreto,
Te entiendo, y creo que es normal este bajón después del nivel de alerta por el que hemos pasado. No hemos descansado ni podemos permitirnos descansar ahora. Hay que seguir estando ahí, y a veces se hace cuesta arriba.
Cuídate mucho.
Un abrazo fuerte,
Isa
Tendremos qué darnos tiempo, aunque la mente quiera correr. En mí caso, durante todo el año, aunque se agudiza en primavera, ni mi mente ni mí cuerpo me permiten ya correr como antes, así qué voy dejando de luchar y aceptando mí nueva vida con palabras como paciencia, escucha, respeto, recogimiento y silencio (como una nueva forma de abrazar mí «yo» interior) y juego a cambiar las palabras y mí foco de atención, ya qué antes me machacaba mucho y no era bueno para mí salud, ni física ni emocional y me ha costado muchos años aceptar el ser qué soy ahora. Todavía hay miedos qué siguen por ahí y a veces juego a ignorarlos y cuando me siento con fuerzas tengo el coraje de batirme en duelo con ellos y es un desgaste enorme, así qué me retiro para coger aire y respirar en la calma y el silencio. Y sé qué otras batallas me esperan en el camino. Tal vez, el escuchar a los demás sea una nueva forma de abrazos sin contacto físico. Muchas gracias Isabel por motivarnos a escribir. Abrazos de luz y esperanza!!
Hola, David,
Gracias a ti por contar tu propia experiencia, muy enriquecedora. Sí, conozco el desgaste de batirse en duelo con los miedos hasta caer derrotada. Es mejor técnica abrazarlos, pero a mí no se me da muy bien ;-).
Un fuerte abrazo, y mucho ánimo en esta nueva etapa,
Isa
Al leerte he sentido tristeza. Y me he dado cuenta de hay una parte en mí que también está triste porque todo sigue siendo extraño y la incertidumbre continúa acompañándonos. Creíamos que con lo que había ocurrido – y lo que nos había ocurrido – las cosas iban a cambiar pero nos olvidamos de que los cambios requieren de perseverancia, paciencia y amor, de los que tú tienes grandes dosis. La luz de tu faro es muy potente, y no solo te guiará a ti, sino que guiará a mucha más gente, porque la luz que ilumina ese faro eres tú.
Hola, Paloma,
Gracias por tus bellas palabras. Todos somos faros para las personas que nos rodean, y por eso es tan importante que vayamos abriendo los ojos en la oscuridad.
Un abrazo fuerte,
Isa