El del personaje es un tema fascinante, y no solo a nivel literario, sino a nivel espiritual y vital. Todos llevamos dentro infinidad de personajes, y de hecho eso a lo que llamas «yo» no es más que un personaje que te inventaste de pequeño para sobrevivir y que vas cambiando de disfraz (aunque llamándole con el mismo nombre) a lo largo de tu vida. El problema es que te crees tanto a ese personaje, estás tan aferrado a él, que de ese aferramiento a algo en realidad inexistente se deriva todo tu sufrimiento.
¿Quién soy «yo» en la escritura?
Crear consiste más en convertirse en un canal adecuado para transmitir una verdad o una experiencia que en fabricarla. La realidad no la creas tú: está. Share on X
A veces ese aferramiento al yo nos lo llevamos también a la creación literaria, cuando justo la escritura está para liberarnos de esas cadenas. Centralizar demasiado el trabajo creativo en ti mismo es, contrariamente a lo que pueda parecer, vulgarizarlo, quitarle esa parte trascendente, suprema, universal y auténtica gracias a la cual lo llamamos «arte» y no «batir un huevo» o «hacer una tortilla».
No creamos de la nada, ni tampoco configuramos nuestras creaciones a base de conocimiento y racionalidad. Crear consiste más en convertirse en un canal adecuado para transmitir una verdad o una experiencia que en fabricarla. La realidad no la creas tú: está. Tú, como escritor, eres un mero conductor y, para serlo, has de procurar propiciar las condiciones favorables para que esa conducción o transmisión se produzca eficazmente, entre otras perseverar en la práctica con placer y diligencia hasta que el momento mágico de la transmisión se produzca. Pero el trabajo real de quien escribe tiene más que ver con el «no hacer» que con el «hacer».
Y tal como en tu vida el sufrimiento proviene del aferramiento al yo, también en tu escritura resulta nocivo convertirte en el centro de tu creación. Aparte de la excesiva carga de responsabilidad que supone pensar que todo ha de salir de ese ser pequeñito e insignificante que soy yo, esta visión basada en un error de percepción nos lleva a solidificar el universo creativo de la misma forma que hacemos con nuestra realidad. Si «yo» soy quien configuro cada frase, si «yo» soy el que creo a mis personajes de la nada, si «yo» soy el que fabrico una voz, etc., lo que estoy haciendo es interponer continuamente un intermediario muy pesado entre la creación y la fuente de origen. Sin embargo, si mantienes una actitud abierta, dejando simplemente que la obra surja a través de ti, tus textos se harán mucho más fluidos y naturales.
El buen escritor sería «aquel que sabe regalar las palabras a las cosas, que desaparece de una forma muy personal en favor de las cosas» Share on X
Según el filósofo Heidegger, el mal escritor sería el que trata de poner, imponer o superponer las palabras sobre las cosas, mientras que el buen escritor sería «aquel que sabe regalar las palabras a las cosas, que desaparece de una forma muy personal en favor de las cosas». Esa forma muy personal de desaparecer en favor de las cosas es la que cada escritor ha de ir desvelando.
Entonces, no solo se trata de «desaparecer», sino de hacerlo de una forma «muy personal». Es decir, abandonar el «yo» no significa «dejar de ser», sino precisamente dejar que brote tu auténtica naturaleza, y ahí es donde te sentirás como en casa.
Convertirse en otro
Si el aferramiento al «yo» nos condiciona en nuestra vida, y también en nuestra forma de desarrollar la creatividad, ir aflojando ese aferramiento a algo inexistente puede ir abriéndonos a un universo más amplio de posibilidades ilimitadas.
Y si tomas en cuenta que no estás condicionado por un ente permanente e independiente que te limite, entonces puedes vivir tu vida, y también tu escritura, de un modo mucho más creativo. Entonces, tener la actitud artística adecuada te permite disfrutar del despliegue mágico de la mente, que es capaz de crear la ilusión no solo de un «yo», sino de muchos. En literatura, esto se puede traducir en una mayor libertad a la hora crear personajes e introducirnos en su pellejo. Como decía el escritor portugués Fernando Pessoa hace ya más de un siglo: «Con semejante falta de gente coexistible como la que hay hoy, ¿qué puede hacer un hombre de sensibilidad sino inventarse a sus amigos o, cuando menos, a sus compañeros espirituales?». Y, en su caso, no bromeaba, ya que se inventó un montón de heterónimos —con sus propias biografías y diferentes estilos literarios— a través de los que desplegar su arte.
Los personajes: qué o quiénes son
No pretendo aquí dar una definición cerrada del personaje, algo que supondría posiblemente herirlo de muerte. Simplemente nos daremos una vuelta por algunas de las nociones que se han dado sobre él.
Para Aristóteles, el padre de la crítica literaria, lo importante en la epopeya o la tragedia era la ordenación de las acciones, mientras que los personajes estarían subordinados a estas.
A partir de ahí y hasta nuestros días, las teorías del personaje literario han oscilado entre dos grandes modelos:
- El estructural-actancial, heredero de la visión aristotélica e impulsado por los formalistas y estructuralistas, renuncia explícitamente a concebir al personaje como entidad psicológica y lo define como agente o «actante» (subordinado a la acción).
- El psicológico, que vincula al personaje y su caracterización a la esfera de la persona, de los atributos de identidad caracterológica y de sus posibilidades.
Quizá una teoría cabal del personaje ha de abarcar su interdependencia respecto al resto de elementos del texto (al fin y al cabo, se nos muestra a través de un discurso escrito), pero también su presencia ante los ojos del lector como ser vivo por encima de la acción que la trama les asigna.
De modo que, aunque el personaje literario no se comporte totalmente como una persona, es muy importante que el escritor no lo considere tampoco como un saco de palabras o una marioneta al servicio de su intelecto. Sus personajes son partes de sí mismo que toman autonomía propia («Madame Bovary c’est moi», afirmó Flaubert).
Quizá algo en lo que casi todos los estudiosos estarían de acuerdo sería en que los personajes han de causar —en estrecha colaboración con la imaginación del lector— lo que podríamos llamar el «efecto persona». Es decir, los buenos personajes han de aparecer en el texto de tal modo que creen la ilusión de que alguien (y no algo) muy concreto está ante nosotros protagonizando los hechos.
Hemos hablado de lo que acerca el personaje a la persona, pero hagámonos ahora la pregunta contraria: ¿qué los diferencia de nosotros? Pues que, mediante el cauce de un argumento, una temática y un contexto narrativo concretos y finitos, el autor podrá comprender y plasmar al personaje de una forma mucho más completa y edificante de lo que en las múltiples dimensiones de la vida real tenemos acceso a los seres de carne y hueso (incluidos nosotros mismos).
La encarnación en el personaje
Si mantienes una actitud abierta, dejando simplemente que la obra surja a través de ti, tus textos se harán mucho más fluidos y naturales Share on X
Antes de cómo caracterizar a tus personajes, voy a destacar la importancia que tiene, en primer lugar, que te sumerjas en ellos. De nada te servirán los trucos, las técnicas y las ayudas que te puedan ofrecer si no estás dispuesto a meterte dentro de tus criaturas y padecer hasta sus dolores de muelas.
Puede que el mayor problema que tengas para practicar esta catártica transubstanciación (como la denomina José Luis Sampedro), es que no requiere exactamente esfuerzo ni disciplina, algo que a lo mejor tienes a raudales si quieres dedicarte a escribir. Tiene que ver más bien con relajarte un poco, abandonar el afán de control y dejarte empapar por todo lo que empezará a fluir de tu inconsciente en cuanto la tensión quede atrás. Has de desaparecer como «persona que quiere construir un personaje» para sumergirte de lleno en lo que tus personajes tienen que decirte.
De este modo, cada vez te será más fácil salirte del entorno de los conceptos y las palabras para pasar a visualizar a los personajes y sus acciones. Cuando seas capaz de «verlos» como en una película te será bastante sencillo (si te dejas llevar y no bloqueas la visión) identificarte con ellos (no olvides que son, al fin y al cabo, una parte de ti mismo). Y entonces será cuando puedas convertir sus acciones en palabras.
Si practicas así a diario serás capaz de avanzar cada vez más en la inmersión en tus personajes.
La caracterización de los personajes
Tal como he dicho, la identificación es absolutamente necesaria para desarrollar con plenitud a tus personajes, y el mismo hecho de ir desvelando o abriéndote al sueño vívido de la ficción te dará muchísimas pistas (casi todas, de hecho) a la hora de caracterizarlos. No obstante, no viene mal tener algunas herramientas para que, una vez inmerso en la historia, no te veas obligado a salirte de ella por falta de recursos técnicos para expresar aquello que estás viendo y experimentando.
Te voy a decir cuatro formas de mostrar los rasgos de un personaje:
. Acción
La acción tiene dos grandes ventajas a la hora de caracterizar a los personajes. La primera de ellas es que se opone a la descripción. Mientras la acción está en marcha, la trama y la intriga de la narración van avanzando. Si puedes presentar a tus personajes sin tener que detener el tiempo y la historia para hacer una descripción estática, estarás cumpliendo uno de los lemas de la narrativa: aprovechamiento integral de los recursos narrativos. Es decir, si puedes usar un solo recurso para varias tareas, no dejes de hacerlo.
La segunda ventaja es que las acciones ayudan a visualizar no solo la historia, sino al personaje. Lo que te costaría una buena retahíla de sustantivos y adjetivos en forma de descripción, puedes solventarlo rápidamente con un solo gesto. «Historia» implica «movimiento». Tus personajes pueden pensar, pero cuidado: no pueden solo pensar. Tienen también que moverse, actuar. En consecuencia, vienen definidos, en buena medida, por sus acciones.
Y aquí tenemos la razón por la que los personajes pasivos no suelen funcionar bien narrativamente. Cuando el protagonista no es quien actúa sino sobre quien se actúa, no puede haber auténtica intriga, ya que el interés del lector por lo que va a suceder se basa en la valentía por parte del personaje para tomar decisiones y actuar en consecuencia, mientras que una sucesión accidental de acontecimientos por los que se deje llevar convierten al personaje en una víctima de las circunstancias y constituyen una falsa intriga.
. Habla
Los personajes también se nos revelan a través de lo que dicen y cómo lo dicen. Esta forma de caracterización tiene dos grandes ventajas: nos permite acceder directamente a la voz del personaje y nos acerca a su humanidad (¿qué hay más humano que los titubeos y la imperfección personalísima de lo que decimos?).
A la vez, a diferencia del resto del discurso, el habla de los personajes —según dice Todorov— no solo se refiere a la realidad designada por las palabras que profieren, sino que entraña también un acto, el acto mismo de articular la frase. Si un personaje dice a una mujer «Eres muy guapa», no significa solo que la persona a quien se dirige sea (o no) hermosa, sino que dicho personaje cumple ante nuestros ojos un acto, el de hacer un cumplido. Estamos aquí, de nuevo, ante un recurso narrativo que cumple dos funciones a la vez, lo que lo hace altamente recomendable.
Y quizá más relevante todavía que lo que dicen los personajes es lo que no dicen (y que más vale que quede implícito también en lo que dicen). Es importante que en los diálogos no se diga todo, sino que quede margen para que el lector pueda interpretar, en base al habla de los personajes, un subtexto en relación a los caracteres de los personajes y a la trama de la historia.
. Apariencia
Podemos sacar también bastantes conclusiones de la imagen del personaje, de su estilo de vestir, de su forma de caminar o de la expresión de su cara. La ventaja que reviste esta forma de caracterizar al personaje es que remitirá al lector rápidamente a una imagen visual que le ayudará a sumergirse en el sueño de la ficción. A la vez, la apariencia que tenga un personaje le transmitirá información sobre qué lugar ocupa esa persona en el mundo y ante sí misma.
Uno de los peligros que entraña volcarse demasiado en este tipo de caracterización es que puedes perderte fácilmente en detalles superfluos que quizá remitan al lector a una imagen detallada del personaje, pero que no son relevantes para la historia (no sirve de mucho señalar que el protagonista es rubio o de «complexión atlética» si ello no va a influir en la trama de la narración). Hay que tener cuidado también con las largas descripciones físicas, que detienen la acción y el lector suele olvidar con facilidad. Más vale ir introduciendo pequeños detalles relevantes a medida que al personaje se le va presentando también a través de sus acciones, lo que dice, etc.
. Pensamiento
Así como en el cine o el teatro los autores se ven restringidos, a la hora de caracterizar a sus personajes, a las tres modalidades anteriores (acción, habla y apariencia), a no ser que acudan a figuras tan artificiosas como la voz en off o a un narrador de carne y hueso vestido de arlequín, los escritores de narrativa tienen la ventaja de poder trasladarnos los pensamientos de sus criaturas con relativa naturalidad y, así, introducirnos en su vida secreta, en una intimidad mucho mayor que la que podríamos llegar a soñar en la vida real.
Aunque lo que piensa el personaje es una magnífica herramienta no solo para caracterizarlo, sino para hacerlo avanzar a través de la trama, su abuso puede dar al traste con una obra en pocas páginas.
Por un lado, en cuanto el protagonista se pone a pensar, la historia pasa del terreno de la representación al mundo de las ideas. Extender demasiado sus reflexiones puede llevar al lector a dejar de experimentar la ficción como algo vivo y pasar a interpretarla de un modo intelectual, lo que no es bueno.
Por otra parte, cuando trasladamos pensamientos del personaje, hay que cuidarse mucho de que estos no desvelen directamente la trama de la historia, es decir, que no expliquen el mensaje profundo que se ha de trasladar a través de los hechos. Esta es una de las tentaciones más difíciles de contrarrestar que sufre el escritor principiante.
Por último, igual que ocurre con la apariencia del personaje, hay que tener cuidado de que sus pensamientos no detengan en exceso el hilo de la acción. Hemos de tener en cuenta que mientras se transmite lo que ocurre dentro de la cabeza del personaje, no estamos viendo qué ocurre fuera. La acción se para; el tiempo se detiene; el espacio se volatiliza. Podemos suspender todo esto por unos momentos, pero si lo alargamos demasiado el lector puede perder las coordenadas, y cuando quiera retomar el hilo le costará volver a situarse.
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Espero que lo que te he contado te ayude en la creación de tus personajes de ficción, lo que también te ayudará muchísimo en la vida, pues tus personajes serán tus mejores maestros a la hora de ayudarte a resolver los conflictos que te aquejan.
6 comentarios en «Cómo crear personajes auténticos y profundos: encarnarse en un personaje»
Gracias, Isa, por tu invitación a esa experiencia entre amigos.
¡Qué post más suculento, Isa! Está llenito de perlas.
Me lo guardo con otros tesoros.
Mil gracias,
Qué maravilla Isa, muchas gracias!
Me sirve no solo para escribir sino para cualquier cosa, sobre todo creativa, q una quiera desarrollar. Quitarse del medio de un modo personal y dejar que fluya lo q tenga que fluir a través de una.
Me lo guardo. Mil gracias
Inés
Al fin he conseguido leerlo, después de varios intentos.
No es tu culpa, por supuesto, sino mi actual apatía para todo. Perdona, querida Isa. No son momentos propicios para mi, pero has dicho muchas verdades y nos has enseñado a mostrar a esos personajes de un modo claro, inteligente y sensible.
Nos enseñas tanto!!!
Ojala algún día pueda crear un personaje tan bueno e interesante como tu nos muestras.
Un abrazo, querida Isa.
Gracias gracias gracias! Isa el plano de las ideas donde se mueven los conceptos, con el tiempo se relegan a un rincón de la memoria.
Sin embargo cuando logramos sentir e identificarnos con lo que leemos o lo que aprendemos, es como un buen perfume que se convierte en algo sutil y perdurable en el tiempo, siempre dispuesto a estar presente de nuevo. Eso es lo que siento con tu forma de describir conceptos intelectuales, que llegan al sentimiento y logro recordarlos cuando me pongo a escribir. Así que gracias !Maite Corroto
Isa:
Gracias por el contenido de tus blog. Cada uno me abre más posibilidades para atreverme a narra historias.
En este el contenido es muy importante y los trasmites en forma tan clara, que me motiva a empezar a fijarme en las recomendaciones.
saludos desde la Ciudad de México.