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Cómo te autoengañas: 10 formas en que te mientes

Autoengaño 10 formas de mentirte

El del autoengaño es uno de los pocos temas en que me considero una experta. Soy la reina del autoengaño, te lo aseguro, así que espero poder darte unas cuantas pistas para que puedas distinguirlo y, si no eliminarlo, al menos no dejar que maneje tu vida al completo.

A ver, todos nos autoengañamos. Ante la verdad del sufrimiento, una de dos: o te autoengañas o estás iluminado. Presupongo que tú, como yo, no estás iluminado, así que podemos seguir hablando del tema. Estamos programados para ir en busca del placer y huir del dolor y, ya desde ese engañoso punto de partida (el de creernos que huir del dolor es lo que debemos hacer), es imposible no autoengañarse.

Pero, antes que nada, ¿qué es el autoengaño? Podríamos definirlo como una trampa de la mente mediante la cual te convences a ti mismo de una realidad que es falsa.

Para captar el autoengaño, a mí me sirve dividir mi experiencia en las esferas del cuerpo, el corazón y la mente. Cuanto más alineadas siento estas tres esferas, más cerca estoy de mi verdadera naturaleza. Share on X

¿Y cómo distinguir lo verdadero de lo falso?, dirás. Ya me gustaría a mí darte una respuesta científica a eso, pero no la tengo. Lo que sí tengo es lo que me ha enseñado la exploración emocional, la meditación y la escritura.

Veinte años meditando me han dado la certeza de que no hay nada básicamente erróneo en nosotros ni en la realidad que nos circunda. Lo erróneo es nuestro punto de vista, marcado por la ignorancia, que nos hace realizar una separación entre yo y lo otro, y eso nos conduce a relacionarnos con el mundo en base al apego y al rechazo.

Antes he dicho que estábamos «programados» para buscar el placer y huir del dolor. Pero que llevemos un programa prediseñado inserto en nuestro disco duro no significa que «seamos» eso, o que el modo en que nos hace percibir las cosas ese programa sea la verdad o la realidad. De hecho la verdad, que tiene que ver con nuestra auténtica naturaleza, la podemos tapar con muchísimo esfuerzo, una ignorancia y un autoengaño activos, pero a poco que nos relajamos (en la meditación, por ejemplo) todo ese constructo se viene abajo como un castillo de naipes.

Para captar el autoengaño, a mí me sirve dividir mi experiencia en las esferas del cuerpo, el corazón y la mente. Cuanto más alineadas siento esas tres esferas, más cerca estoy de mi verdadera naturaleza que, a su vez, está alineada con el mundo y trasciende los extremos de «bueno» y «malo», o de «placer» y «dolor». Y la separación —o disociación— entre esas tres esferas me sirve para medir el autoengaño.

No es habitual experimentar a la vez lo que percibe tu cuerpo, lo que siente tu corazón y lo que ocurre en tu mente. Más bien solemos estar saltando de una a otra esfera, identificándonos con cada parcela y solidificándola como si fuera lo real, y esa es precisamente la fuente del autoengaño.

Veamos ahora algunas formas en las que te puedes autoengañar:

1. Te identificas con tus creencias

Las creencias son constructos mentales y emocionales que hemos heredado de nuestros padres y del entorno en el que vivimos en la infancia. Lo malo de las creencias es que no suelen estar a la luz, sino que manejan tu vida sin que apenas te des cuenta, de una forma subterránea y automática. Y estás tan sumamente identificado con ellas (te las «crees» tanto) que ni se te ocurre ponerlas en cuestión.

Pero que tú te las creas no las hace verdad, ni tampoco significa que no se puedan cambiar. Que te creas torpe, por ejemplo, puede hacer que te comportes torpemente. Y ahí radica precisamente el autoengaño, en que tomas el efecto por la causa, te dices a ti mismo «Pero qué torpe soy», y así perpetúas la creencia.

Nos mentimos a nosotros mismos con miles de creencias engañosas («No valgo para nada», «Nadie puede quererme», «El dinero es malo», «Tengo que matarme a trabajar para ser alguien en la vida», «Soy el mejor», etc.), hacemos de hecho un hogar de ellas, y saltamos como un perro rabioso cuando alguien pone en peligro ese lugar al que tan habituados estamos, aunque sea de lo más inhóspito.

Empezarás a trascender tus creencias cuando te hagas consciente de ellas y veas nítidamente cómo actúan en tus tres esferas de experiencia (por ejemplo, tu mente se vuelve negativa y estrecha, tu corazón se encoge, y te coges una gripe). Es decir, dejas de estar enganchado a un pensamiento (confundiéndolo con la realidad) para conectarte al conjunto de la experiencia, y eso, a su vez, te puede llevar a cambiar tu comportamiento.

Nos mentimos a nosotros mismos con miles de creencias engañosas («No valgo para nada», «Nadie puede quererme», «El dinero es malo», «Tengo que matarme a trabajar para ser alguien en la vida», «Soy el mejor», etc.); hacemos de hecho… Share on X

2. Te identificas con tus opiniones

Opinas que los rusos son los malos, que el Real Madrid es el mejor, que las normas están para cumplirlas, que la enseñanza pública es una mierda, que habría que abolir el capitalismo o que deberían poner servicios mixtos en todos los bares del país. Sea lo que sea lo que opines, ¿a que por lo general te identificas con ello y crees que es la verdad?

Pues esa es otra forma de autoengaño, porque las opiniones no son la verdad, son solo opiniones o puntos de vista. No pasa nada por que tengas tu propio punto de vista sobre las cosas, incluso está genial que lo tengas, pero si pretendes transformarlo en la verdad, estarás encerrando la realidad en una caja muy pequeñita, y te estarás perdiendo la enorme cantidad de matices y perspectivas que no son esa en la que te has encajonado.

Desidentificarte de tus opiniones, admitir que pueden cambiar, abrirte a nuevas perspectivas, ver qué «opinan» no solo tu cabeza, sino tu corazón y tu cuerpo, sostener un punto de vista sin solidificarlo, pueden ayudarte a salir de este tipo de autoengaño.

3. Te identificas con tu carácter

Eres tímida, o desconfiado, o fumadora, o cariñoso, o seductora, o persistente, o hablador, o reflexiva, o derrotista, o elegante, o «un triste»… ¿Y qué? ¿Piensas ser así para siempre? ¿No te vas a dar la oportunidad de ser de otra manera? ¿Qué tal si te bajas de ese carro y miras a ver qué pasa?

Recuerdo que lo que más me costó de dejar de fumar fue desidentificarme de la Isa fumadora. Si no fumaba, ¿quién era yo? Lo malo es que me pasa lo mismo con mi timidez, mi desconfianza, mi ansiedad, mi propensión a la tristeza o mi perfeccionismo. En el momento en que les doy carta blanca para configurarme, me meto en un autoengaño de narices, cuyo beneficio secundario es que, como «soy así», no tengo que responsabilizarme de mi vida.

Estamos tan apegados a nuestros rasgos de carácter que los confundimos con lo que somos en realidad. En una ocasión escuché decir a Sergi Torres, en una de sus charlas multitudinarias en el teatro Goya de Barcelona: «Si yo tuviera que salir aquí, a este escenario, delante de todos ustedes, identificado con mi carácter, sería incapaz de articular una palabra».

Una cosa es que tengas ciertas predisposiciones; otra cosa diferente es creerte que «eres» tus predisposiciones. Aplicar consciencia a esta identificación con tu carácter y ver cómo se manifiesta en el ámbito de tu cuerpo, tus emociones y tus pensamientos, es empezar a liberarte de esta forma de autoengaño.

4. Te identificas con tus emociones

Cuando un bebé necesita cariño o protección y no se los dan, llora. No tiene noción del tiempo, así que tampoco tiene paciencia. Le parece que su malestar va a durar para siempre. Por eso es tan importante atender a los bebés cuanto antes, no vale decirles: «Espérate a que acabe la contabilidad de este trimestre, y luego te cojo». Si su llanto no surte efecto, llorará más fuerte. Si no se le atiende, llegará a un punto tal de desesperación, que le sobrepasará, claudicará y se deprimirá. Y puede llegar a morir de «hambre emocional» o, en todo caso, sufrir graves deterioros de por vida.

De mayor, tienes más recursos. Aprendes a esperar a la hora de la comida o a que te den un abrazo, porque sabes que no tendrás que esperar para siempre. Y, sin embargo, en muchos sentidos sigues siendo un bebé. Te identificas hasta tal punto con tus estados de ánimo que dejas que estos tiñan por completo la forma en que ves la realidad. Cuando estás triste, te parece que esa tristeza no se irá nunca, «eres» esa tristeza, percibes el exterior con ese filtro y te lo crees a pies juntillas. Cuando estás alegre, te parece que el mundo será color de rosa hasta el final de los tiempos. Y así, vas saltando por diferentes estados emocionales, pensando que el de ahora es el definitivo.

El beneficio secundario de este autoengaño es que, al creerte que eres tus emociones, no tienes que responsabilizarte de ellas. Sostener en tu cuerpo, tu corazón y tu mente la tristeza, o la alegría, o la ansiedad, o el enfado… sin convertirte en ellos y actuar reactivamente, no es tan fácil, pero sí muy provechoso, porque te da la oportunidad de aprender poco a poco que los colores con los que ves el mundo no son la realidad, sino solo filtros. Y entonces, ya sí, puedes disfrutar del maravilloso espectáculo energético y caleidoscópico que generan tus emociones.

5. Te identificas con quien quieres ser

Personalmente, me he pasado la mitad de mi vida fingiendo ser un personaje (construido a base de intelecto) que nada tenía que ver con lo que sentía por dentro. Yo quería ser (de verdad de la buena) una persona fuerte, independiente, comprometida, bondadosa, compasiva, una madre amorosa, una trabajadora eficaz y yo qué sé cuántas cosas más. Pero era un poco como cuando un aprendiz de escritor quiere escribir como Raymond Carver y, sin fijarse en la fuente de origen de sus narraciones, trata simplemente de imitar sus características externas y superficiales (la simplicidad del lenguaje, la ausencia de adjetivación, la sordidez de los ambientes…).

Pues yo hacía lo mismo con los rasgos de esa persona que quería ser: superponerlos a lo que sentía en el fondo de mi ser y que no me gustaba nada, maquillar hasta la extenuación todas mis imperfecciones para que pareciesen lo que no eran. Vamos, me metí en un autoengaño de narices del que me está costando salir la otra mitad de mi vida.

De nuevo, bajarte del burro de tus pensamientos y fantasías (que confundes con la realidad) y ver lo que está pasando en todo el espectro de tu experiencia, abrir la puerta a tus partes imperfectas, inseguras, infantiles y dañadas, airear tus tensiones corporales, tus dolores y tus limitaciones, limpiar el polvo a tus contradicciones y a tus conflictos internos, es la única forma de empezar a entrar en relación con esa persona maravillosa que nunca dejaste de ser y a la que no querías prestar atención.

6. Te identificas con tu cuerpo

Vas al gimnasio, comes sano, te crees —o te quieres creer— joven para siempre, te deleitas con un chuletón, vas al spa, te pegas unas vacaciones de aúpa en el Mar Menor, vas a bailar una vez a la semana, te preocupan esas arrugas que te están saliendo en el cuello, haces el amor todos los sábados, te maquillas para salir a comprar el pan…

En vez de sentir tu cuerpo o disfrutar de tus sentidos, te identificas con ellos de tal manera que te ausentas de tu impermanencia, mortalidad y deterioro. Un buen día te dicen que tienes cáncer y te caes de culo, como si a ti no te pudiesen pasar esas cosas, reservadas solo al resto de la humanidad.

En el relato «La cosecha», de Amy Hempel, la joven protagonista sufre un accidente grave cuando va en la moto con un hombre al que ha conocido hace poco. Una de sus piernas queda para el arrastre. En una parte del relato, la protagonista dice: «Después del accidente, aquel hombre se casó. La chica con la que se casó era modelo. (“¿Crees que el físico es importante?”, le pregunté a aquel hombre antes de que se marchara. “Al principio no”, me respondió)».

Sin comentarios.

La identificación con el cuerpo es uno de los mayores engaños —y autoengaños— de la sociedad de consumo. Y, curiosamente, es la que te impide relacionarte con él de una forma sana y placentera. Es como si mirases tu cuerpo desde un punto de vista mental: te relacionas y te identificas con una fantasía de lo que es tu cuerpo, pero no con la experiencia viva, sabia y continuamente cambiante de tu cuerpo y tus sentidos. Empezar a reconocer esa esfera de experiencia, que no está separada de tu corazón y tu mente, significa afrontar este tipo de autoengaño.

7. Proyectas tus conflictos internos sobre los demás

Dedicamos buena parte de nuestra vida a quejarnos, y la otra parte a echarle la culpa a los demás de nuestros problemas. ¿O a ti no te pasa? No parece tarea fácil responsabilizarte de que tu vida adulta es, en su mayor parte, cosa tuya. Eso no quiere decir que los demás no te puteen, o puedas sufrir un accidente en cualquier momento, o pillar el Covid, o que estalle una guerra en tu país. Pero solo tú eres responsable de cómo te relacionas con todo lo que te ocurra.

Culpabilizar a los demás, al mundo o a las circunstancias de lo que nos ocurre es uno de los autoengaños más extendidos en una sociedad enferma, infantil y traumatizada, cuyos individuos viven neurotizados y paranoicos, viendo enemigos por todas partes y convirtiendo su existencia en una batalla encarnizada contra quienes creen que les están haciendo la vida imposible.

He vivido casi toda mi vida sometida a este tipo de autoengaño en mis relaciones íntimas, muy apegada al rol de la pobrecita ingenua a la que todo el mundo hacía daño y decepcionaba, usando a mis parejas para martirizarme y para no coger las riendas de mi vida, poniéndoles la careta de monstruos para justificar mi incapacidad de poner límites y siendo la eterna niña en busca de protección.

Cuando te veas quejándote, culpabilizando o juzgando a alguien, te recomiendo que vuelvas la vista hacia tu interior y explores tu cuerpo, tu corazón y tu mente en busca del conflicto que estás proyectando en el exterior, como si de una película —tu propia película— de cine se tratara. Ese es el primer paso para salir de este enormísimo autoengaño.

8. Te comparas con los demás

No sé tú, pero yo me he pasado la vida midiéndome con los demás. De hecho, durante mucho tiempo, cuando conocía a alguien nuevo, no paraba hasta encontrarle los suficientes defectos como para no sentirme una mierda a su lado. Aunque al final, fíjate, me seguía sintiendo una mierda.

Compararte con los demás es una forma de mentirte a ti mismo sobre quién eres. Porque, ¿quién estipula la unidad de medida? Pues tú mismo con tus patrones y creencias. ¿Qué verdad puede haber entonces en los resultados de la medición? Si tus creencias te llevan a tener una baja autoestima, compararte con los demás te llevará a sentirte inferior. Si tus creencias te llevan a tener aires de grandeza, la comparación te hará sentirte superior. Cualquiera de los resultados no tiene nada que ver con la realidad, sino con el autoengaño.

Observarte con curiosidad en este proceso de compararte con los demás puede ayudarte a abrir el objetivo de la cámara y empezar a apreciarte con todas tus peculiaridades y matices, tus cualidades y tus defectos. Y a aprender a hacer lo mismo con los demás.

9. Mientes para mentirte

Muchas veces me encuentro diciéndoles a otros lo que quiero oír, aquello de lo que me quiero convencer —y que suele estar en contradicción con lo que en verdad siento—. Es decir, miento como una bellaca para poder creerme mis propias mentiras, porque admitir la verdad me da miedo.

Este tipo de autoengaño te puede llevar a decir «Quiero casarme contigo» cuando lo que sientes es insuficiencia de amor, o a afirmar «Puedo hacerlo sola» cuando lo que necesitas es ayuda. De esta forma, una primera mentira se puede convertir en una escalada de contradicciones que, en algún momento, te estallarán en las narices.

El poeta inglés Alexander Pope decía: «El que dice una mentira no sabe qué tarea ha asumido, porque estará obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de la primera».

Normalmente, este autoengaño se basa en un sentimiento que (quizá por ir en contra de tus creencias) te estás ocultando, cubriéndolo con la verbalización de un deseo (que, posiblemente, coincida con tus creencias o con lo que te han inculcado). Si te pones en contacto no solo con lo que deseas, sino también con lo que sientes por debajo y con las señales que te está dando tu cuerpo, hay más posibilidades de que te des cuenta de este autoengaño sutil y optes por ser honesto contigo mismo y, por tanto, también con los otros.

10. Te vuelcas en los demás

Este es un tipo de autoengaño muy frecuente en las mujeres, pues el programa que instalaron en nuestro disco duro por defecto tiene que ver con estar siempre disponibles para las necesidades ajenas. Y parece que atender a los demás nos exime de responsabilizarnos de nosotras mismas.

Volcarse en los demás suele estar muy bien visto (sobre todo por quienes sacan provecho de ello, claro), pero no siempre es un acto altruista. La mayoría de las veces, de hecho, está por debajo la necesidad de ser querida, aceptada, protegida o valorada por aquellos en los que te vuelcas. Y por debajo de eso está tu incapacidad para quererte, aceptarte, protegerte y valorarte a ti misma.

A lo largo de mi vida he perdido mucho dinero, bienes, amistades y hasta una empresa por ese «altruismo» mal entendido. Y esto, a su vez, me ha llevado a sentir un resentimiento y una desconfianza con los que aún me debato.

Enfrentar este tipo de autoengaño tiene que ver con trabajar con la compasión hacia ti mismo, y también con aprender a poner límites a los demás, comprendiendo que tus necesidades han de estar primero cubiertas para que puedas entregar algo que merezca la pena a quienes te rodean.

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Estos son los tipos de autoengaño que a mí me han venido a la mente en mi autoexploración. Seguro que hay muchos otros, y te animo a que busques los tuyos propios. ¿Cuál es tu forma particular de autoengañarte?

Como ves, enfrentar el autoengaño empieza siempre con mirar dentro de ti con atención, cariño y curiosidad, tratando de acceder a todo el espectro de tu experiencia, en las esferas del cuerpo, el corazón y la mente. La mentira empieza siempre con una disociación, así que el antídoto es la integración.

Para realizar esta exploración interior, las disciplinas de la meditación y la escritura te pueden ser de extrema utilidad, pues están diseñadas, precisamente, para llevarte de cabeza —sin disfraces ni anestesia— a tu naturaleza auténtica.

5 comentarios en «Cómo te autoengañas: 10 formas en que te mientes»

  1. Un análisis buenísimo.
    Como me va la vida en eso de dejar de identificarme y en el trabajo personal, me creo que no me autoengaño como los demás, y cuando voy leyendo los puntos que escribes, podría poner ejemplos míos en cada uno de ellos.
    Si no escribiera no habría visto casi nada, pero en cada cosa que escribo me doy cuenta, que en ese afán de entender, está mi necesidad de integrar. Y cuando medito, abro la posibilidad de que las cosas no sean como creo que son y asoman cosas nuevas que puedo imaginar, probar o incluir en lo que hago. Así mi vida se va volviendo más creativa y menos rutinaria. De fondo, me siento mejor conmigo misma, incluso trabajando con el dolor y el conflicto.
    Sé que queda mucho, pero también que no me queda más remedio que estar en esto.
    Gracias por compartir, no es tan difícil sintiendo que no estamos solos y sabiendo que hay herramientas.

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  2. Leyendo el post has terminado de confundirme. Ahora ya sí que no sé quién soy.
    Me siento totalmente identificada con todos y cada uno de los autoengaños que has mencionado. De hecho, ya no sé si escribo este comentario para caerte bien, para mostrar lo empática que soy, porque me identifico con lo que escribo, porque soy emocionalmente frágil, porque soy tan fuerte que quiero imponer mi manera de pensar… jo, vaya lío

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  3. Qué horror, me autoengaño con todas y cada una de las diez formas de mencionas. Me ha pasado en algún punto que me iba identificando claramente con lo que se describía, y a partir de un momento dado ya no entendía nada, como si me hablaran swahili, y sin embargo está escrito de forma bien clara. Como dice Mer, qué bien saber que no estamos solos y que hay herramientas. ¡Muchas gracias!

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  4. Buenisimo análisis.
    «Si yo tuviera que salir aquí, a este escenario, delante de todos ustedes, identificado con mi carácter, sería incapaz de articular una palabra». Me encantó esta frase
    Saludos y gracias.

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  5. Ostras Isa…qué disección! Esa profundidad de análisis tuya me deja tiesa! He tenido q leerlo y repensarlo varias veces. Tremenda la hondura de las reflexiones, las implicaciones en la vida concreta, al menos en la mia…Mientras lo leía la primera vez mi Pepito grillo chillaba diciendome q a mi no me pasa, que son tontunas… Todas, caigo en todas! Y me parece bien. Observarlas me ayuda a comprenderme y de paso a enterder que yo no soy eso o al menos no solo eso
    Muchas gracias, Isa

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