martes, 18 de junio de 2019
Hacer deporte no te convierte en deportista ni cocinar en cocinero/a ni bailar en bailarín o bailarina. O, por decirlo de otro modo, una cosa es desarrollar una actividad y otra desempeñar un oficio.
¿Qué es, entonces, lo que te convierte en escritor o escritora?
En realidad, cualquier oficio es un acuerdo mutuo entre quien lo desempeña y quien se beneficia del producto resultante. Yo puedo proclamarme cocinera, pero si nadie quiere comer los platos que preparo mi simple proclamación no serviría de mucho. De la misma forma, yo puedo preparar unos platos para chuparse los dedos, pero si no me siento cocinera, no lo seré.
Llegar a este acuerdo mutuo es delicado, y no siempre fácil. Especialmente cuando llevamos bastante tiempo escribiendo y «se supone» que deberíamos haber llegado a algún sitio con todas esas horas invertidas en la práctica de la narrativa.
A veces, para eludir la cuestión, nos escudamos en el «yo escribo para mí», «no quiero publicar» o «me da igual lo que piensen», pero la realidad es que uno no se pasa años de su vida desarrollando una técnica enfocada a la transmisión si le da igual el otro extremo de ese acto de transmisión.
Tú has de ser tu primer y más exigente lector. Clic para tuitearPor otra parte, si te obsesionas con gustarle a otros, puedes perder tu centro. Lo más importante es que disfrutes del proceso, para lo que tiene que interesarte —apasionarte— aquello que estás escribiendo. Tú has de ser tu primer y más exigente lector.
Objetivo: ser generoso con tu lector
No obstante, el objetivo último es que otros puedan disfrutar también de tus mismos descubrimientos. Es como cuando quieres regalar algo muy especial a tu pareja. Procuras que sea algo que a ti te encantaría que te regalaran, pero también tomas en cuenta sus gustos; es más, quizá el mejor regalo sea algo que podáis disfrutar en pareja, de modo que —de alguna forma— tú también formas parte del regalo.
Entonces, sin dejar de ser tú, has de ser generoso con quien te vaya a leer, ponerle fácil la entrada, invitarle al espectáculo, hacerle participar. Si tu escritura es arisca y rácana, nadie querrá entrar en ella. Si es medicinal como un supositorio, tampoco. Si es excesivamente verborraica, tampoco. No puede ser perezosa, ni demasiado clemente. Ni invasiva, ni incomprensible.
La narrativa no es un monólogo sino un diálogo en el que hay dos interlocutores. Clic para tuitear
La narrativa no es un monólogo sino un diálogo en el que hay dos interlocutores. Tú tienes que imaginar las preguntas para elaborar las respuestas, que a su vez pueden ser preguntas. Y así se establece un baile en el que escritor y lector disfrutan y sufren y viven su historia de amor.
Si no entras en ese baile nunca te sentirás escritor/a. Estarás solo/a en la pista de baile fingiendo que disfrutas de tu aislamiento, sin atreverte en el fondo a sacar a bailar a nadie, con mil dudas en tu inconsciente: ¿y si no le gustas?, ¿y si descubre el lunar que tienes en la espalda?, ¿y si te rechaza?, ¿y si quiere arrancarte el corazón? Y así, seguirás buscando mil excusas para no abrirte, para no entregarte, para no admitir tu humanidad. Pero de ese modo, ¿cómo vas a aprender a bailar?
Si deseas explorar esos miedos que te mantienen en ese limbo entre la afición y el oficio, puede que mi acompañamiento Escritura Consciente te pueda ayudar.