7 de junio de 2020
¿Las proyecciones y los recuerdos son parte de tu atención?
Todos estamos muy familiarizados, de un modo u otro, con la palabra «atención». Desde pequeñitos, en el ámbito familiar o el escolar nos decían: «Pon atención, que se te caen las cosas», «Atención, que vienen coches», «Presta atención en clase»… Y así indefinidamente. Hemos aprendido que prestar atención (a nuestra pareja, en nuestro trabajo, cuando leemos, cuando cocinamos, cuando nos hablan…) es muy importante. En los últimos tiempos, además, hemos oído hablar mucho del «cultivo de la atención», de la «atención plena» o mindfulness. Los que realizamos esta práctica procuramos estar, por supuesto, más atentos todavía.
La mayor parte de mi atención no está en lo que estoy haciendo, sino en fabricaciones mentales sobre lo que estoy haciendo, en proyecciones y recuerdos, sensaciones y emociones que vienen y van... Share on X
Personalmente, llevo casi veinte años meditando… y en estos días me estoy preguntando dónde diablos está mi atención. Por supuesto, cuando me siento a meditar, voy siguiendo las pautas, y dirigiendo muy disciplinadamente mi atención a las diferentes partes de la práctica. Al menos en apariencia. A veces hasta consigo que mi atención repose un rato en el soporte de la respiración o el que sea. Sin embargo, una y otra vez mi atención se desplaza del lugar en el que quiero que repose, como si fuera un muelle que comprimes con los dedos pero, a poco que los relajes, salta por los aires.
Si eso me pasa en la meditación (con la que me entreno precisamente en domar mi atención), ya te puedes imaginar en mi vida cotidiana. Aparentemente estoy llevando mi atención a las actividades que realizo, y supongo que en parte debe de estar ahí, porque si no se me quemaría la comida constantemente o el trabajo no saldría adelante. Sin embargo, la mayor parte de mi atención no está en lo que estoy haciendo, sino en fabricaciones mentales sobre lo que estoy haciendo, en proyecciones sobre lo que voy a hacer a continuación, en recuerdos sobre algo que me ha ocurrido, en sensaciones y emociones que vienen y van… En cuestiones, en definitiva, que si me preguntaran si quiero estar atenta a ellas, respondería rotundamente que no. Pero lo cierto es que en el fondo pienso que este desvío de mi atención es inevitable.
Quién maneja a quién
De modo que mi atención se sostiene inestablemente en una creencia muy arraigada en que no soy yo la que la manejo, sino ella la que me maneja a mí. Las manifestaciones captan —casi podría decir que «capturan»— mi atención y yo no puedo hacer nada para evitarlo. Por eso, cuando llevo la atención al soporte en la meditación, por ejemplo, cualquier cosa (un pensamiento, un ruido, el roce del aire en la piel) tiene el poder de sacarme del lugar que había elegido para que mi atención reposara. Pero ¿quién les otorga ese poder sino yo misma? Y es que previa a la atención está la «intención», pero de eso no solemos darnos ni cuenta.
Voy a poner un ejemplo. Últimamente estoy entrenándome en la gratitud, en agradecer aquello que me ofrece el mundo. Es algo que siempre se me ha dado mal, porque nadie me enseñó a agradecer lo que tenía, sino más bien a quejarme de todo lo que me faltaba. Para lo que me está sirviendo este entrenamiento, en que trato de llevar la atención a todo lo que tengo que agradecer, es para darme cuenta de cómo me desplazo sistemáticamente a las carencias y a la queja. Y también para ver que ese desplazamiento es una elección intencionada que hago, en base a una serie de predisposiciones que considero que me configuran inevitablemente. Puede parecer paradójico lo de la inevitabilidad intencionada, pero es que ¿quién si no yo decide que eso es inevitable?
Nos sentimos incapaces de llevar la atención al soporte porque damos un poder a nuestros mecanismos mentales que no tienen de entrada. Hay que dejar caer la creencia de que la dispersión es inevitable. Share on X
Después de unos días de entrenamiento, esta mañana me he despertado descansada. Era domingo. Y, de forma natural, ha surgido el agradecimiento en mí por este día nuevecito y resplandeciente. Me ha sorprendido, porque no he tenido que hacer ningún esfuerzo para que surgiera. Inmediatamente, sin embargo, he visto acercarse los nubarrones de la negatividad, que me venían a recordar la cantidad de tareas que tenía que resolver en el día de hoy y que me cansaban ya de antemano, acompañados por esa sensación de inevitabilidad: esto es lo que hay, esta es la que soy. Entonces he comprendido que el esfuerzo de llevar la atención al agradecimiento (que es lo que ha permitido que hoy surgiese de forma natural en mi mente) tenía que combinarlo con quitarle poder a la creencia subyacente de carencia: porque lo cierto es que esa no soy yo ni es inevitable creerme que lo soy.
Si en nuestro gesto de llevar la atención a algo no entra la posibilidad de elegir, este está condenado de antemano, carece de poder. Queremos mantener la atención en el soporte de la respiración, pero en el fondo nos sentimos incapaces de hacerlo, porque damos un poder a nuestros mecanismos mentales que no tienen de entrada. No nos damos cuenta de que somos nosotros los que decidimos a qué le prestamos atención.
Así que me parece importante no solo depositar la atención en el soporte (sea cual sea), sino explorar la «intención» que subyace, dejar caer la creencia de que la dispersión es inevitable y devolvernos a nosotros mismos el poder de decisión que nunca nos ha sido arrebatado. Esto nos dará determinación, empoderamiento y estabilidad. De este modo podremos relajar el esfuerzo con el que apretamos el muelle para que no se nos escape, porque el hecho de que salte por los aires no nos distraerá, sino al contrario, abrirá nuestra consciencia, propiciando una atención relajada y un agradecimiento genuino por cada nuevo amanecer.
5 comentarios en «¿Dónde pones la atención?»
No sé si te entiendo bien, puede ser porque la dispersión me parece inevitable… Si salta el muelle puedo dejarle saltar o devolverle a su sitio, en parte sí que elijo, pero las circunstancias a veces siento que me llevan a una de esas dos opciones casi, casi, sin remedio. ¿Podría elegir cualquiera de esas dos opciones desde la consciencia? Mi pelea por no dispersarme es antológica, casi es una batalla que he dado por perdida.
Hola, Mer,
Gracias por contar tu experiencia, muy parecida, me temo, a la de todos ;-). A lo que invito es a reflexionar sobre que aunque nos parezca que estamos ineludiblemente abocados a actuar según nuestros patrones y creencias, que es lo que está por debajo de la dispersión, al fin y al cabo, lo cierto es que no es así, que podemos elegir creernos unos inútiles o no, creernos que somos nuestra inutilidad o no, agradecer o dejarnos arrastrar una y otra vez por la queja. Nos parece que no, que es inevitable, pero eso es otra creencia (porque nos creemos que los hábitos de nuestra mente son la realidad). Y solo darnos cuenta de que podemos elegir, de que la intención que subyace a la atención se puede trabajar también, ya solo eso, puede facilitar la meditación, empoderarnos un poquito, y aflojar un poco la tensión con que apretamos el muelle. En realidad no hace falta apretarlo, solo elegir donde va a reposar nuestra atención. Claro, las tendencias siempre van a estar ahí, pero cuanto más las veamos, más libertad de elección tendremos. Espero haberme explicado ;-).
Un abrazo,
Isa
Te has explicado muy bien. Me he quedado enganchada a esta frase: «De este modo podremos relajar el esfuerzo con el que apretamos el muelle para que no se nos escape». Cuando algo me resulta muy difícil, me cuesta elegir si lo bueno sería soltarlo o aumentar mi disciplina. Estoy asimilando que la intención está en un nivel diferente al resultado. Bueno, que creo que me abres una vía a explorar que va por no tener que elegir sino ponerme en un lugar diferente al elegir. No se si me he explicado, pero después de dar unas vueltas a mi me vale. 😉 ¡Gracias!
Gracias Isa, por compartir.
Me doy cuenta, a través de la práctica de que cuando logro soltar el sentimiento de culpabilidad por salirme de la atención a la presencia, me resulto más sencillo regresar a ella cuando me pierdo en el batiburrillo mental.
Agradezco darme cuenta 😉
Un abrazo. María.
¡Qué bonito el final! Y que bien explicado todo. A veces, para hacer la gracia cuando alguien se mete conmigo diciéndome que estoy en las nubes, le contesto que soy la Reina de Babia, aunque en realidad es para justificarme. A partir de ahora, además de que me va a importar un pepino que me lo digan, voy a aplicarme más en la intención y en la atención.
¡Gracias Isa!