Autora: Soledad Román
Llegas a la calle y observas el edificio, cuadrado, rodeado de una verja alta. Hay gente apiñada en la entrada, como si despidieran a familiares que marcharan a un largo viaje. Tú también te despides y atraviesas el pequeño barullo un poco atolondrada.
En la entrada un señor te señala una puerta cuando le preguntas. En la sala hay varias personas, casi todas mayores que tú o eso imaginas, claro que, últimamente te das cuenta que te tranquiliza pensar que los que te rodean sean mayores que tú, como si ese detalle fuera un antídoto a tu vejez. Te asignan una habitación y la señora que te acompaña hasta ella es quien después llevará la voz cantante del retiro, pero tú, dominada por tu timidez crónica, le hablas lo justo para no resultar maleducada.
La habitación no puede ocultar su vocación de celda, moderna eso sí, porque tiene baño privado, pero no puede ser más escueta: el armario es un hueco en la pared con tres o cuatro perchas de plástico que cuelgan endebles, una mesa minúscula, una silla, y una cama tan estrecha que no crees que sus medidas sigan en el mercado. A pesar de todo, te gusta. Te recuerda la habitación donde dormiste en Katmandú, aunque mucho más limpia. Allí se podía ver alguna rata que otra atravesando apresuradamente el vestíbulo, como si fueran un huésped más del hotel.
Le das una ojeada a la documentación que te han entregado. Hoy, después de la cena, presentación del retiro y mañana, cada media hora, alternarás la meditación con un espacio al que llaman palabra, así que te dices que en esos momentos podrás hablar.
En la cena te sitúan en la mesa de los que tienen restricciones. Al parecer, tener una alergia o ser vegetariano es una limitación, pero no te molesta. Cuando acabáis te diriges con todos al último piso, una sala con las sillas situadas en círculo. Te sientes intimidada, sobre todo porque la luz es fría e intensa. Las organizadoras se presentan y os piden que hagáis lo propio y, si os viene de gusto, decir los motivos que os han llevado a estar aquí.
Eres sincera. Les cuentas que estás leyendo Biografía de la luz y que, seducida por el texto, entraste en su web y, al ver que organizaban retiros, te apuntaste, pero lo hiciste siguiendo un impulso, esos impulsos que a veces gobiernan tu vida, aunque esto te lo callas. Pero reconoces que no sabes qué te ha traído hasta aquí. No consigues mirar a nadie en concreto, y al acabar te asalta esa sensación, tan común en ti, de estar fuera de lugar, sobre todo cuando terminas escuchando veintitrés motivos razonables que explican la presencia de los que te acompañan. En ese momento te habría gustado ser Pulgarcito y desaparecer de su vista, pero te dices que al final solo serán 40 horas, bueno, 41, si se tiene en cuenta que cambiará la hora.
El silencio es como una manta protectora y te sientes bien. Share on X
En esa reunión te enteras que vivirás las próximas horas en silencio absoluto; vamos, que no podrás comunicarte con los que te rodean ni con la mirada. Esos espacios del calendario en que pone «palabra» no es para que hables, sino para que escuches y reflexiones. Te piden que olvides el móvil, y que no te preocupes por despertarte en la mañana porque sonará un gong. Cuando regresas a la habitación eres la misma que saliste dos horas antes, pero tienes una intensa sensación de incomodidad, como si hubieras aceptado ser secuestrada por voluntad propia, y claro, duermes mal, con un sueño ligero que te hace despertar antes del gong. Y tú, que acostumbras en las primeras horas del día a refugiarte en la soledad, te encuentras haciendo Chikung, helada y sumida en el silencio, con 23 desconocidos en la terraza cubierta del edificio. Sin embargo, el silencio es como una manta protectora y te sientes bien.
El problema llega después, cuando tienes que seguir unas pautas diferentes a las que te has acostumbrado con Isa en cuanto a los soportes. Entonces toleras mal hasta la voz de la persona que las guía, pero persistes y vas de la sala de meditación a la de la palabra en silencio toda la mañana. Y así, en silencio, comienzas a observar como observas, como juzgas a los que te rodean, como buscas escaparte del silencio con excusas, que les das nombre, claro, la espalda, el hombro. Como si el cuerpo no fueras tú. Pero el silencio continúa fuera y a ti te parece que no entrará nunca dentro de ti.
Y entre meditación y meditación, escuchas en silencio.
Después de comer, corres a tu habitación, y al entrar descubres la ventana cerrada y la persiana, tan blanca como la pared, echada hasta abajo. Sorprendida por no haberla visto antes, la levantas y la abres de par en par. El olor de tierra mojada penetra en la habitación y tú la respiras con ansia. Luego, cuando te sientas ante la ventana, dispuesta a escribir, descubres un gran árbol frente a ti, que debe de ser centenario por el tamaño y la frondosidad.
Te quedas prendada del balanceo sutil de sus hojas, húmedas y brillantes a causa de la lluvia. Parece como si te hablara a través de ellas.
En la quietud, fijas la mirada en ese aleteo firme y suave, y dejas que tu respiración se acompase con el movimiento. Notas como tu cuerpo respira siguiendo su ritmo. Entonces, te invade una sensación de quietud y también de amplitud, como si el árbol y tú fuerais uno.
Pero no, te dices, él está ahí fuera y yo aquí dentro. Sin embargo, no puedes dejar de mirarlo y de respirar siguiendo el aleteo imperceptible de sus hojas.
De pronto, comprendes que no hay fuera ni dentro. Que todo está. Simplemente.
Y así, en paz, abres tu cuaderno y comienzas a escribir.
8 comentarios en «Escribir desde el silencio – De Soledad Román»
Muchas gracias Isa por publicar este texto,muchas gracias Sole por escribirlo.Está tan bien redactado que comprendo sus sentimientos en esa experiencia vivida.En algunos párrafos tuvé la necesidad de poner un yo,me resultó más penetrante,más identificador.Muy agradecida les envio mis deseos de que sigan siendo tan hábiles y generosas escritoras.
Gracias María, cuando escribí el artículo lo hice de un tirón sin pensar lo que iba a decir ni como. Y casi estuve a punto de probar la primera persona pero me deje llevar por mi impulso y lo dejé tal cual.
Muy agradecida por tus palabras.
Sole
Muy interesante, Sole, esa sensación de respirar en la quietud del silencio y fundirte con el árbol. Me ha encantado lo que dices y como lo dices.
Sole, me encanta entrar en tus sensaciones. Cuando te conocí pensé: «¡Qué maravilla, no tiene inseguridades!». Y mira tú, casi siempre somos más parecidos de lo que pensamos. Y eso hace más fácil que todos respiremos acompasados. Yo contigo también.
Un fuerte abrazo,
Mer
Maravilloso escrito, Sole, y maravillosa la experiencia que has vivido. Me parece muy valiente decidirte a vivir algo que parece tan fácil de hacer como complicado de llevar a cabo. Te doy mi más sincera enhorabuena por ambos.
Un abrazo
Sole, qué preciosidad de post. Por un momento me he ido allí contigo, he respirado el silencio y he sentido la luz. Felicidades!!!?
Muy bello Sole, gracias.
¡Que bien expresado Sole ! Me has hecho recordar sensaciones sentidas, es un parón, un alto en el camino para respirar hondo y seguir. Me encanta lo que dices y como lo dices. Gracias por compartir .