En el aprendizaje de la escritura hay que pasar por todo tipo de etapas... y una de ellas es la decepción y el desánimo, la sensación de que nunca vamos a hacerlo bien Share on X
En el aprendizaje de la escritura hay que pasar por todo tipo de etapas, unas buenas… y otras malas (estas últimas se reproducen de vez en cuando —por fortuna, cada vez más débilmente— como un mal sabor en el paladar). Una de ellas es la decepción y el desánimo, la sensación de que nunca vamos a ser capaces de hacerlo bien, como los grandes, que siempre habrá piezas que no encajen, aspectos narrativos que se nos escapan, y si creemos que no, ya se ocupará el profe o el amigo listillo de turno para buscarlos hasta debajo de las preposiciones.
Un relato, un tubérculo
Con cada relato es como si partieses de cero, y lo primero que te sale te parece una patata, por lo informe y lleno de tubérculos. Quizá la diferencia que va imponiendo el paso del tiempo es que ya no haces tanto caso a ese aspecto depresivo de ti mismo, que te vuelcas en tu necesidad de escribir, a riesgo de estar cultivando un campo de patatas amorfas y tuberculosas.
Como un campesino aplicado, las plantas, las dejas crecer, las sacas, las limpias de tierra, las pelas, les quitas los ojos, las lavas, las cortas, bates los huevos y haces una tortilla. De una forma normal, cotidiana, sin muchos aspavientos, sin darles tanta importancia a tus defectos, al estado de ánimo, al clima, a los impedimentos, hasta al placer de oler la tortilla recién hecha… Es tu forma de vida, tu oficio, lo único que sabes hacer, bien, mal o regular.
Como un campesino, dejas que cada tubérculo crezca, lo limpias, le quitas la tierra, lo lavas, lo cortas, bates los huevos y haces esa tortilla tan redonda y deliciosa que sabes hacer. Share on X
No sé. Hay que pasar a través de esos fantasmas (no se trata de evitarlos o darles una patada; no se irán) y seguir escribiendo. Y esto que digo no tiene que ver con el nivel de escritura que uno tenga. El nivel no importa mucho. Lo que importa es el oficio, la dedicación, la presencia, el esfuerzo de levantarse por las mañanas, lavarse las legañas y salir al campo, al amanecer, llueva o hiele, a cultivarlo.
Del libro ‘100 Recetas exprés para mejorar nuestros Relatos‘ de Isabel Cañelles de venta en Relee.
8 comentarios en «La etapa de la patata en la escritura»
Siempre a tiempo, como la verdadera maestra que eres. Parece que la etapa de la patata irá siempre conmigo
Hola, Loreto,
Siempre, lo que sí, en algún momento, la mirarás con cariño y todo ;-).
Besos,
Isa
¡Qué bonito! ¿O será bonita porque es la patata? jajaja. En serio :), lo que cuentas vale para aplicarlo a todos los ámbitos de la vida. Gracias Isa.
Sí, la verdad es que la «etapa de la patata» es universal ;-D. Gracias, Paloma, me alegro de que lo puedas aplicar.
Un abrazo fuerte,
Isa
Lo mejor es cuando el campesino Deja momentáneamente la labor , se sienta y no piensa en nada … solo descansa y disfruta del campo… se toma su tiempo para el mismo … una especie de pequeña meditación … luego, reanuda su trabajo , acaricia la patata y se va hasta su casa …
Me encanta el relleno que le has hecho a la tortilla, Montse ;-). Entre todas vamos perfeccionando la receta.
Un abrazo fuerte,
Isa
Gracias Isa! Me siento tan identificada con “la etapa de la patata,” y no sólo en esta iniciación a la escritura llevada de tu magistral mano y cálido corazón, sino que, durante muchas de esas etapas de frustración y desánimo, en mi vida, estaba convencida de que yo era la PATATA ?
Ahora creo que es tiempo de labrar y preparar mi tierra, coger esa patata hacerla cachitos, como veía que mi padre hacía cuando yo era niña, Y enterrarla bajo esa tierra, regarla, con mucha suavidad, dejar que se pudra y con su tiempo necesario, escarbar, abrir la tierra y recoger unas deliciosas patatas!
Hola, Ascen,
Precioso y delicado cómo lo cuentas… Sí, es ese cambio de visión el que procuramos con el aprendizaje (de cualquier oficio o vocación). Lo feo, cuesta arriba y lleno de tierra, se convierte en algo bello, porque somos capaces de hacerlo con amor en vez de con desprecio hacia nosotros mismos.
¡Qué bien!
Un abrazo enorme,
Isa