Cuando pienso en las personas que nos dedicamos a la escritura, me parece cosa de locos, porque en ningún momento —mientras escribimos un relato, una novela, un poema o hasta un artículo de blog— sabemos si alcanzaremos nuestro objetivo, el de expresar con finura y efectividad cuestiones para nosotros trascendentales. Me parece cosa de locos que dejemos muchas veces de lado a nuestras parejas, hijos, amigos… por esa fe ciega depositada en que, si la vida tiene algún sentido, pasa por desmenuzarla en forma de palabras. Pero ahí seguimos, día a día, muchas veces con la realidad circundante paralizada hasta que terminemos de escribir lo que creemos que tenemos que decir, porque si no lo decimos, no sabríamos cuál es el siguiente paso que tenemos que dar en la vida, ni siquiera creemos que mereciera la pena vivir. Es una extraña paradoja, porque a la vez tenemos la sensación vertiginosa de que estamos moviendo, transportando y a la vez transformando, nuestra realidad, nuestra vida, con la escritura.
La culpa la tiene la creatividad
Y yo creo que la culpa de todo la tiene la creatividad.
La creatividad es la fuerza arrebatadora que nos permite persistir en sacar a la luz nuestra sensibilidad artística por medio de la técnica. Share on X
A mi modo de ver, la creatividad sería la fuerza arrebatadora que nos permite persistir en sacar a la luz nuestra sensibilidad artística por medio de la técnica. Las tres patas (la creatividad, la sensibilidad y la técnica) son igualmente importantes para que no se desplome el taburete, y nosotros con él. Tampoco vale la pena buscarle más patas al gato… digo, al taburete (la de la artificiosidad, la de la evasión, la de la complacencia, la de las prisas, la de la ostentación...) para transformarlo en un diván sobre el que amodorrarnos.
El verdadero escritor siempre ha de sentirse algo incómodo, con la sensación de que puede darse un trastazo en cualquier momento, de que está apostando todas sus fichas por un número que tal vez no salga en la ruleta de la suerte, pero que es por el único que él puede apostar en ese momento. En definitiva, que tiene una importante misión que cumplir en el mundo, por más que se arriesgue a que al mundo no le interese lo más mínimo lo que él tiene que decir. Para volcarse en eso hay que tener mucha sensibilidad y mucha técnica. Pero también muchos huevos. Esos huevos son la creatividad.
El verdadero escritor siempre ha de sentirse algo incómodo: que tiene una importante misión que cumplir en el mundo, por más que se arriesgue a que al mundo no le interese lo más mínimo lo que él tiene que decir. Share on X
La técnica se aprende; la sensibilidad se educa; la creatividad es rebelde y tempestuosa
La técnica se puede aprender y, por tanto, enseñar. La sensibilidad no se puede enseñar, pero sí educar. La creatividad, por su misma naturaleza atrevida, rebelde y tempestuosa, no se puede enseñar ni educar. Es algo que tienes dentro, normalmente tapado con muchas falsedades y miedos, y que te pueden ayudar desde fuera, eso sí, a desvelar y fortalecer.
Al principio del aprendizaje tu parte creativa vendría a ser como un cachorrito débil, indefenso y acorralado que solo al cabo de años de práctica y porrazos se convertirá en un león poderoso. Pero ese cachorrito ya tiene dentro el corazón del león en que se convertirá, y sus latidos son los que impulsan la escritura.
Recuerdo la primera vez que escribí un cuento. Fue a los veintisiete años, en un taller literario, el de Enrique Páez. Nos dejó los últimos diez minutos para escribir un relato. Yo pensé que se había vuelto loco si creía que allí, en esa mesa rodeada de gente desconocida, me iba a poner a escribir no ya un cuento, sino una línea. Hay un precipicio abismal, aterrador, entre cero y uno, y yo no me atrevía a dar ese salto. Todos cogieron su boli y se pusieron a escribir. Yo me quedé de brazos cruzados. Pero me daba vergüenza, así que me dije: «Anda, ponte a escribir lo que sea, para disimular». Posé el boli sobre el papel, y salió un cuento. Un cuento malo que no valdría para nada por más que me tirase toda la vida corrigiéndolo, pero allí estaba, con sus personajes, su inicio, su nudo y su desenlace. ¿Cómo fui capaz de escribir ese primer relato? Todavía me lo pregunto, parece cosa de magia. En cualquier caso, sé que aquella proeza tenía que ver con ese motor creativo del que os hablaba, con esa especie de rendirse a la evidencia del fluir de las palabras, de uno mismo.
El caso es que, después de más de veinte años, me sigue pasando lo mismo. Cuando me pongo a escribir, no sé qué saldrá, pienso que no tengo nada interesante que decir, que ya tengo agotado mi vocabulario, y el de los diccionarios, y la sintaxis y la expresividad. Pero confío en que ese motor se pondrá en marcha, el coche echará a correr y cuando me quiera dar cuenta estaré en otro sitio muy diferente, porque escribir no es sino hacernos permeables al cambio, al dinamismo de la consciencia y, por tanto, de la vida.
Escribir es hacernos permeables al cambio, al dinamismo de la consciencia y, por tanto, de la vida. Share on X
Eso sí, desde que escribí mi primer relato tardé muchos años en rendirme a la evidencia. Muchos años de escribir a trompicones, o de no escribir. Muchos años de frustración. Muchos años de angustia. Muchos años de sentir que lo único que yo sabía hacer no lo estaba haciendo. No era una buena madre, ni una buena pareja, ni una buena empresaria, ni siquiera una buena persona, pero sabía usar las palabras (o las palabras sabían usarme a mí) para conectarme conmigo misma, con el mundo, con los vivos y también con los muertos. Pero no me atrevía a hacerlo. Tardé muchos años, al fin, en adquirir la confianza de que, por más mágico que parezca, las cosas son así. Me pongo a escribir, y cuando me quiero dar cuenta ya me han salido tres metáforas, la del taburete, la del león y la del coche. ¿Qué le vamos a hacer? No son originales ni brillantes, ni siquiera precisas, pero me da igual, arramblo con todo lo que pillo para decir lo que deseo desde lo más hondo que entendáis, que todavía no sé lo que es pero ya saldrá, ya saldrá. Las palabras son mi chivato, me van soplando lo que quiero decir.
Las palabras son mi chivato, me van soplando lo que quiero decir. Share on X
La escritura: vehículo para el cambio
Me quedo ahora con la metáfora del coche. La carrocería y las ruedas son la técnica, la gasolina es la sensibilidad, y el motor, como habíamos dicho, nuestra parte creativa. La técnica se puede aprender, la sensibilidad se puede educar y la creatividad la llevamos dentro. ¿Qué problema hay, entonces? Pues que acojona la velocidad. Tendemos a la parálisis, por puro miedo a perder la fastuosa imagen que tenemos de nosotros mismos. El mundo gira y tú gastas todas tus energías en tratar de detenerlo, en convertirlo en una especie de postal estática, inerte y mortalmente aburrida.
La técnica se puede aprender, la sensibilidad se puede educar y la creatividad la llevamos dentro. ¿Qué problema hay, entonces? Pues que acojona la velocidad. Share on X
Cuando empezamos a escribir, solemos superponer esa necesidad de control sobre la escritura. Nos metemos en el coche, nos aferramos al volante, comprobamos que el depósito esté lleno, pero no damos a la llave de contacto. Fingimos que vamos en coche, pero no avanzamos ni un milímetro. Nos da miedo. Si ponemos en marcha el motor, ¿dónde acabaremos?, ¿qué nos encontraremos allí?, ¿dónde habremos dejado a quienes éramos antes de salir? Acojona, no me digáis que no.
No nos damos cuenta de que la escritura es precisamente el vehículo que nos facilita asumir los cambios que de hecho se están dando en nuestra vida. No queremos darnos cuenta. Nos da mucho miedo también. Son muy chocantes los disfraces que nos ponemos para no avanzar. Usamos una voz impostada, gutural. Pretendemos una erudición que no tenemos. Pedimos prestado a nuestros antepasados un estilo que en nosotros resulta artificioso. Nos atenemos a algunos tópicos que nada nos aportan. Apostamos por temas que nos resultan ajenos. Nos lo ponemos muy difícil a nosotros mismos, hay que reconocerlo. Y podemos tirarnos años ahí parados si nadie nos lo hace ver. Todo para fingir ante nosotros mismos que avanzamos mientras permanecemos en la más absoluta inmovilidad. Todo por el terror a que la escritura nos desnude y revele a otra persona distinta de la que creemos ser.
Todo para fingir ante nosotros mismos. Todo por el terror a que la escritura nos desnude y revele a otra persona distinta de la que creemos ser. Share on X
Ese es el miedo que bloquea la creatividad cuando uno se decide a emprender el periplo del aprendizaje. Aun así, es una parálisis muy ficticia. Y de ahí la importancia de alguien a nuestro lado que sepa provocarnos y señalarnos nuestro potencial. La escritura nos delata, a nuestro pesar. En cualquier texto, por estático y muerto que parezca, se pueden intuir los latidos del cachorrito de león, el gañido del motor, la punta de la pata del taburete. Esos indicios, esos frágiles capullos de amapola, son los que quien enseña puede rastrear y mostrárselos al/a la autor/a que, poco a poco, irá adquiriendo confianza, pondrá en marcha el automóvil, hará viajes cortitos, de reconocimiento. Verá que no pasa nada, que de pronto encontrarse en otro lugar es de lo más natural, que lo raro era empecinarse en permanecer sobre un terreno árido y desierto en el que ni siquiera él mismo se encontraba ya. Después avanzará por carreteras secundarias, se parará a descansar en un hotel, a veces una semana, a veces un mes entero. Luego seguirá, se atreverá a meterse en la nacional. Y un día, vete a saber cuándo, solo depende de él/ella y de su valentía para alimentarse del error, se le verá por la autopista, feliz, girando con el mundo, sin que le importe ya una mierda su destino.
Es muy bello, de verdad. Sé que desde el arcén las cosas se ven de otro modo. Lo sé porque lo he sufrido en mis carnes. Pero de momento te has de atrever a meterte en el coche, hacer como que conduces, dejarte ayudar cuando te digan: ¿Escuchas ese ruidito? ¿Ves aquel capullito entre los escombros? Míralo, tócalo, huélelo, pero no trates de congelarlo. Sin los escombros no habría podido nacer. Ahora olvídate de él e inténtalo otra vez. Arranca. Vuelve a llenar la página de escombros. Convierte en vida la escritura. La escritura en vida. Cuando te quieras dar cuenta alcanzarás la velocidad de un Ferrari, surcarás un campo lleno de amapolas, poseerás la fortaleza de un león y mantendrás, por fin, el equilibrio en el taburete. Sé que son metáforas muy tontas, palabras muy simples, nada eruditas, pero a lo mejor, vete a saber, he conseguido que entendáis lo que quería decir. Si es así, echadle la culpa a la creatividad.
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Te animo a que lo descubras a través de mi acompañamiento Escribir desde el corazón.
3 comentarios en «La creatividad: el motor de mi vida»
Gracias Isa por darme la oportunidad de emprender el camino de la meditación y la escritura; para ello necesito esforzarme en el auto-estudio de los materiales que usted facilita.
Le reiteto las gracias de todo corazón.
Humildemente, Conchita
Gracias, Isabel, por compartir con palabras tan acertadas la esencia del arte de la tinta y el papel. Resonaron dentro de mí todas y cada una de las letras que escribiste. Siento que el proceso de escribir es tal cual como lo describes 🙂
Un abrazo.
Muchas gracias, María. Me alegro de que te sientas identificada con lo que comento :-).
Un abrazo,
Isa