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La escritura y la libertad

Alguien cortando un filete

Domingo, 15 de septiembre de 2019

En el último post del diario de escritura te hablaba de la escritura no pensada, y cómo practicarla propicia un tipo de texto que no sigue un hilo de pensamiento, sino que es más espontáneo y natural. Esto contrarresta nuestra tendencia a controlarlo todo a través de la razón y nos permite experimentar la libertad de dejarnos ser, sin más, en el acto de la escritura, sin expectativas ni temores.

La escritura no pensada nos permite experimentar la libertad de dejarnos ser en el acto de la escritura, sin expectativas ni temores Clic para tuitear

Porque la narrativa, si sientes cierta inclinación hacia las palabras y el lenguaje, no es sino la puerta artística que te lleva a la libertad. Traspasarla parece fácil —dado nuestro ansia de libertad—, pero no lo es —dado nuestro miedo al espacio abierto—, así que necesitamos un cauce o pasillo que nos dé seguridad y confianza. La técnica narrativa es el pasillo que nos sacará del recinto cerrado de nuestra mente actual y nos llevará, finalmente, a campo abierto. Y alternar el cultivo de la técnica narrativa con la escritura no pensada es buenísimo para que no nos quedemos encallados en la racionalidad. Es decir, hace más rápido y orgánico el camino.

La narrativa, para quienes se inclinan por el lenguaje, es la puerta artística que te lleva a la libertad. Clic para tuitear

La escritura, la necesidad palpitante de expresar

En nuestra sociedad tenemos asociada la escritura (como casi todo) a pensar más que a sentir o experimentar. A la vez, cualquier persona que se acerca a la creación literaria tiene una necesidad palpitante de expresar sus sentimientos, de ser ella misma, de vivir sin vergüenza ni ocultamientos y de conectar así con los demás de una forma auténtica. Al principio queremos hacerlo por imitación, aplicando con muchísimo esfuerzo nuestra mente analítica y fabricando los textos a imagen y semejanza de aquellos que nos gustan, pero claro, a nosotros no nos salen igual… A veces incluso nos creemos que estamos fluyendo, cuando no hacemos más que decir tópicos o frases hechas.

Escribir de verdad es quedarte en pelotas Clic para tuitear

Escribir de verdad es quedarte en pelotas, pero hace falta tiempo y técnica para superar el miedo al ridículo. No se trata, entonces, de aprender a escribir «bien» (eso sería ponerte más trajes encima), sino de atreverte a quitarte capas. Sin una técnica (sin un lenguaje, sea el de la música, el de la pintura, el de la poesía o el de la ficción) no sabríamos cómo hacerlo, el miedo nos bloquearía.

En el caso de la literatura, armamos un microcosmos (que no es más que un espacio mental) donde nos sentimos seguros, confiados. En él, nos disfrazamos de nuestros personajes y vivimos una historia en la que podemos poner el alma sin que nos tomemos aquello por real. O precisamente porque no lo tomamos por real podemos implicarnos y atravesar el miedo. Cuando dominamos la técnica y no tenemos que pensar en ella, podemos ejercer la libertad de experimentar y transmitir lo que ocurre en nuestra experiencia momento a momento, porque nuestra experiencia y la historia se hacen una.

El escritor inexperto sería el que cogería una cucharilla de café para comerse un filete. Clic para tuitear

Se me han venido a la cabeza dos imágenes para expresar esto. Una es de la escritora Amy Hempel, quien decía que para ella escribir era como cuando un perro mojado se sacude con fuerza el agua (el agua sería la realidad). La otra es de Alessandro Baricco, a quien en una ocasión le oí decir que escribir es como comerse un filete. Cuando te lo comes, no estás pensando en cómo te lo comes o en si coges el cuchillo y el tenedor de determinada manera. Te lo comes, sin más, y disfrutas de la experiencia de comerte un filete. El escritor inexperto sería el que cogería una cucharilla de café para comérselo, o el que estaría más pendiente de la postura de sus manos a la hora de cortar el filete que de la experiencia en sí.

Entonces, no basta con las buenas intenciones de abrirse a la escritura y «fluir» (una palabra que, por cierto, ahora se usa mucho y a mí me pone un poco nerviosa; como decía una amiga mía: la gente habla de «fluir» cuando no quiere comprometerse). Y no porque haya nada que intrínsecamente te lo impida, sino porque tienes tanto miedo que te aferras continuamente a la razón y a todo lo que reafirme tu existencia en el mundo. Así que hay que estar dispuesto a aprender la técnica, es decir, a usar los cubiertos, porque esta es la llave que te dará acceso a una visión del mundo más amplia (menos egocéntrica) y a asumir lo que sientes momento a momento, para que en algún momento te atrevas a lanzarte al río —y después al mar— de tu propia experiencia.

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