Suelo aconsejar a mis alumnos y alumnas que, a la hora de escribir relatos, no se fíen mucho del chivato de la fluidez. Sobre todo en los comienzos del aprendizaje, el que escribamos del tirón no garantiza en absoluto la calidad literaria de la narración, y en ocasiones es síntoma justo de lo contrario, pues nos dejamos llevar —fluidamente, eso sí— por unas tendencias arraigadas y una idea de lo literario que no se corresponden con aquello en lo que consiste la verdadera narrativa. Por el contrario, podemos sentir unas enormes resistencias a la hora de escribir un relato (por ejemplo cuando tratamos temas que nos duelen), y eso no tiene por qué significar necesariamente que lo que salga de ahí sea malo.
La fluidez proviene de la libertad que sentimos al expresar determinadas ideas de una forma clara, directa y ensayística, creyéndonos que estamos narrando
En ocasiones, la fluidez proviene de la libertad que sentimos al expresar determinadas ideas de una forma clara, directa y ensayística, creyéndonos que estamos narrando. Es normal. Somos seres inteligentes y sensibles, y nuestros mundos internos son muy ricos. Eso es lo que queremos sacar al exterior cuando escribimos literatura, y en especial relato breve. ¿Y con qué nos encontramos? Con un montón de normas, limitaciones y restricciones que parecen puestas aposta para hacernos la vida imposible y que no podamos expresar ni una mínima porción de todo ese caudal maravilloso y experiencial que nos recorre por dentro.
¿No os recuerda mucho a cuando aprendemos un idioma nuevo? Los primeros meses —y hasta años— nos sentimos muy tontos cuando tratamos de hablar con alguien, como si fuésemos niños pequeños capaces de balbucear solo las nociones más básicas: blanco o negro, alto o bajo, amor u odio… nada de matices ni de complejidad.
El de la narrativa es otro idioma, y tenemos que aprenderlo bien antes de poder hablarlo con fluidez
Bueno, pues eso es lo que pasa cuando aprendemos a escribir relatos. El de la narrativa es otro idioma, y tenemos que aprenderlo bien antes de poder hablarlo con fluidez. La fluidez, de hecho, es una mera consecuencia, lo último que llega, y aun así insisto en que no es requisito indispensable para escribir bien. Así que a las personas que están aprendiendo les recomiendo mucha paciencia, porque les queda incomodidad para rato, y la sensación de estar encajonados o presos por un montón de restricciones.
A la vez, esta ausencia de libertad y fluidez nos será devuelta con creces en pequeños detalles, en la inesperada belleza de una frase, en la capacidad para vivenciar una acción o un sentimiento desde dentro del personaje, en un destello de lucidez no «pensado», en la congruencia de un diálogo o de una escena… Y así, muy poco a poco, se empieza a saborear la libertad dentro de la misma restricción, hasta que un día uno se da cuenta de que las mismas cuerdas que antes lo ataban se han convertido en las riendas de un poderoso caballo con alas.