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La fuente de origen

Fuente de origen de una narración

Cuando leo una narración, a veces tengo la impresión de que se produce algún tipo de desajuste. A lo mejor no es el narrador en sí, ni las excesivas reflexiones o explicaciones en sí, ni la focalización en sí, ni cualquier otra cuestión concreta de técnica narrativa. Puede ser simplemente que la voz narrativa, la focalización, los personajes y la trama no fluyen a la vez y en un mismo sentido. Como si se produjese una dislocación o un desplazamiento de los elementos de la narración, y unos chocasen con otros: me parece presenciar —como lectora— que el narrador pone la zancadilla al protagonista (al salirse de su visión del mundo y juzgarlo por su lado), o cómo un personaje adquiere de pronto mucho relieve sin que eso esté suficientemente justificado, o cómo se me dan explicaciones quizá innecesarias o redundantes…

Estas son mis percepciones subjetivas, que luego trato de racionalizar y convertir en sugerencias que expongo al autor para ayudarlo. Cuando aconsejo a alguien, eso sí, suelo pedirle que esté atento a cómo le resuena lo que le digo, ya que hacerme caso al pie de la letra o de una forma ciega puede llevar a la persona a escribir el texto que a mí me gustaría leer y no el que ella quería escribir.

Para entender por qué en un narración el lector tiene la percepción de que las piezas no cuadren siempre podemos centrarnos en la fuente de origen

Pero a veces mis consejos ni siquiera resultan de utilidad, porque la persona no acaba de ver cuál es el problema de su narración (a ella le gusta y le fluye, por más que a mí no). En esas ocasiones, quizá lo más útil es que volvamos a los orígenes, a esa primera percepción original que yo o cualquier otra persona tuvo en una primera lectura, la de que las cosas no acababan de cuadrar, y que resulta bastante fiable porque es —básicamente— inocente, pura y desnuda (aún no ha sido sometida a análisis, juicio y racionalización). El modo en que las piezas cuadren lo podemos dejar para más adelante, y nos centramos en el por qué, en la fuente de origen.

A veces ocurre, por ejemplo, que nos hemos aficionado a un tipo de lecturas que se nos han «pegado» a la hora de escribir, lo que hace que estemos enamorados de nuestro narrador (por más que nos digan que no es la persona idónea para nosotros). Hemos de tener en cuenta, entonces, que el hecho de que nos salga cierto tipo de voz sin mayor esfuerzo o de que se nos haya pegado determinado modelo de narrador o de que estemos profundamente enamorados de él no son ninguna garantía de autenticidad. Tampoco es algo malo. Ni bueno. Pero desde luego no es lo que va a dar validez a dicho narrador.

Y con esto llegamos a la fuente de origen: lo que va a dar validez al narrador es que se adapte como un guante a lo que queramos expresar y a todos los demás elementos narrativos de la historia. En ese sentido, ha de darnos igual lo que hacen o dejan de hacer nuestros autores favoritos. Uno está solo frente a un microcosmos al que tiene que dar vida y en el que todas las piezas han de estar interconectadas. Por eso es tan importante limpiar bien la fuente de origen.

La fuente de origen: lo que va a dar validez al narrador es que se adapte como un guante a lo que queramos expresar y a todos los demás elementos narrativos de la historia

Se trata, entonces, de purificar la intención, de establecer una autenticidad de partida. Hay veces que un autor es capaz de hacerlo a la hora de escribir relato breve pero, por alguna razón, cambia el chip al ponerse a escribir una novela, como si una parte de él le dijese que no tiene que partir del mismo sitio para configurar la narración, como si a la intención primigenia se le hubiesen quedado pegadas ideas sobre la literatura o sobre cómo hay que escribir una novela o sobre cómo le gusta reflexionar sobre determinados temas.

Pero, ¿qué más da lo que nos guste o nos disguste o a lo que tengamos apego o rechazo? Lo que importa es que todas nuestras energías vayan encaminadas hacia el mismo punto; lo que importa es que perdamos la egoicidad y nos convirtamos en un mero canal para que la historia que narramos le llegue a nuestros lectores de la forma más diáfana posible.

 El verdadero gozo y la sensación de plenitud al escritor es constituir un canal válido de transmisión

Porque lo que produce el verdadero gozo y la sensación de plenitud al escritor es constituir un canal válido de transmisión. Eso tiene que ver con la técnica, pero sobre todo tiene que ver con entender la vida, con hacer más habitable el mundo, con convertir en transitable el camino a los que nos rodean, yo qué sé.

Personalmente y como profesora, cuando me toca comentar un texto, hago una primera lectura, lo más inocente posible, como si abriese un libro y me pusiese a leer. Leo, y ya está. Si me atasco me atasco, si me gusta me gusta, si no me gusta dejo que no me guste, si me deshago me dejo deshacerme… Y así. Después me pongo a comentar. A veces me doy cuenta de que no estoy conectada a la auténtica fuente de origen,

Fuente de origen en una narración

o que el agua está turbia. A lo mejor escribo dos frases del comentario y me tengo que parar, y las releo y me pillo a mí misma: «No, Isa, estás enganchada a esta idea, o a esta otra». Otras veces ni siquiera empiezo a comentar, me doy cuenta de que antes tengo que hacer un poco de limpieza. Entonces me pongo a meditar un rato, o a fregar los platos, o a hacer actividades que no me tengan enganchada a prejuicios o a ideas preconcebidas o a un estado anímico en particular. Cuando me noto más limpia allá voy otra vez.

 

Y, con todas mis limitaciones, procuro cuando comento los textos (me ocurre lo mismo cuando escribo literatura) no falsear la transmisión con gustos personales ni ideas sobre cómo deben ser las cosas, sino establecer un diálogo lo más auténtico posible con el texto y con mi percepción de lectora inocente. Luego el autor podrá solucionar las cosas de una u otra forma y yo le podré hacer sugerencias, pero es importante que tenga acceso a esa percepción limpia (o lo más limpia posible), en la que si las piezas encajan, eso sale a la luz, y si no encajan, también.

Cuando comento un texto procuro no falsear la transmisión con gustos personales  sobre cómo deben ser las cosas, sino establecer un diálogo auténtico con el texto y con mi percepción de lectora inocente

Entonces, si nos dicen que existe un problema con el narrador de nuestra novela, por ejemplo, puede que el verdadero problema no esté en el narrador sino en la fuente de origen. Quizá si sintonizamos con la misma frecuencia que cuando escribimos relatos breves, o que cuando enseñamos (si somos profesores), o que cuando apagamos fuegos (si somos bomberos), todo se coloque en su sitio.

Queremos contar una historia, y queremos hacerlo de la forma más eficaz posible. De modo que el protagonista y su evolución son lo más importante, y si logramos poner todas las fuerzas de la narración a favor y en función de eso (narrador entre otras), todo irá bien. No importan los apegos, la musicalidad, el exceso (o no) de reflexión, la cantidad de diálogo, la equisciencia u omnisciencia, el postmodernismo o el clasicismo, el género, lo que le guste o le disguste a nuestra profesora de narrativa.

Escogemos lo que necesitamos: pero eso sí, hemos de escogerlo desde el lugar correcto, desde una fuente de origen limpia y desprovista de prejuicios. Hemos de escogerlo para que funcione, como seguramente ya somos capaces de hacerlo en otros ámbitos de nuestra vida y de relación con nuestros congéneres (¿como padres?, ¿como hijos?, ¿como amantes?, ¿como profesionales?, ¿como amigos?…).

La fuente de origen es esa llave que te abre las puertas para contar las historias de la única forma que hay de contarlas. 

En cuanto a la escritura, quizá muchos de los que estáis leyendo esto habéis tomado contacto alguna vez —y eso no se olvida— con la verdadera fuente de origen, con esa llave que te abre las puertas y te permite jugar con todas las pelotas a la vez. Así pues, olvidémonos por un momento del narrador, de los puntos de giro, del conflicto y del cambio y contemos nuestras historias de verdad, que es la única forma de contarlas.

2 comentarios en «La fuente de origen»

  1. ¡Qué estupenda entrada, Isa! Como profesora no puedo opinar, como escritora me siento plenamente identificada. Al traspasar la historia imaginada a historia escrita algo cambia, pierde frescura. Es como si escuchas tu voz a través del oído o lo haces por medio de una grabación, en mi caso casi podría decir que no la reconozco. Cuando escribo me sucede algo similar: la historia está ahí, pero no era eso, «auténticamente» eso, lo que quería contar, ni de esa forma. En el trasvase, una cañería ha tenido una fuga, he perdido contenido; porque la sensación es siempre esa, pierdo, no hallo. Si añado los corsés de la técnica, cuando consigo leer con esa inocencia de la que hablas, esa actitud sin prejuicio ni distorsión, me digo, pero… ¿seguro que era esto?

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  2. Es interesante lo que dices y no dudo que el problema de que muchos textos no sean redondos es perder de vista la fuente de origen, (¿origen de la idea?), pero yo para verlo necesito un ejemplo no una racionalización teórica.
    No obstante muchas gracias por compartir tu opinión.

    Responder

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