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La importancia de distinguir entre pensar y sentir mientras escribes

Cuando escribes, ¿piensas o sientes lo que escribes?

Una de las principales causas del bloqueo y la ineficacia a la hora de escribir tiene que ver con no saber diferenciar cuándo estás pensando y cuándo estás sintiendo.

Por eso, entre otras cosas, unir la meditación a la escritura puede ser tan útil. En tu vida diaria no te das cuenta de hasta qué punto estás dirigido por patrones de pensamiento y creencias inconscientes que subyacen a tus acciones. Somos marionetas que no vemos los hilos que nos llevan de aquí para allá.

Sin embargo, cuando te sientas en tu cojín de meditación, tratas de mantener la atención en tu respiración y resulta que no te sale, empiezas a ver —por contraste— todo ese enjambre de pensamientos impulsores de tus acciones, empiezas a darte cuenta del gran componente conceptual que existe en las emociones que experimentas, te haces consciente de cómo justificas tus predisposiciones y creencias heredadas mediante un enorme y falaz constructo intelectual que, sin embargo, te crees a pies juntillas.

La meditación te lleva a ir desnudando de ese constructo la experiencia, y eso te ayuda a avanzar en tu escritura, que a su vez te abre un campo infinito de posibilidades de experimentación, superación y trascendencia.

Para que la escritura cumpla con su labor, has de atravesar ese primer obstáculo de no saber diferenciar entre pensar y sentir, y que se manifiesta en dos creencias inconscientes, erróneas: 1. Escribir consiste en trasladar al… Share on X

Pero para que la escritura cumpla con su labor has de atravesar ese primer obstáculo de no saber diferenciar entre pensar y sentir, y que se manifiesta en dos creencias inconscientes erróneas:

 1. La primera es que escribir consiste en trasladar al papel tus pensamientos.

 2. La segunda (algo más sutil) es que para trasladar al papel tus sentimientos primero has de pasarlos por el filtro del intelecto.

La diferencia entre un buen y un mal escritor radica, en muy buena medida, en que el buen escritor ha dejado caer estas dos creencias y se ha lanzado, sin paracaídas, a experimentar sobre el papel de un modo desnudo y directo. Porque sí, ese constructo intelectual lo vemos —de alguna forma— como un paracaídas que va a evitar que nos estrellemos, cuando en realidad lo que hace es impedirnos volar. Con él tratamos de fijar y controlar la realidad, cuando la realidad es dúctil, libre, y está siempre en movimiento.

Si ahora mismo yo te dijera que me contaras por escrito lo que estás sintiendo, lo más posible es que lo que hicieras, sin querer, es contarme lo que piensas que estás sintiendo. Es decir, me contarías lo que piensas, y no lo que sientes. Es como si tuviésemos una especie de intérprete simultáneo interno, en su cabinita, con sus cascos y todo, que traduce nuestros sentimientos a pensamientos. Lo malo es que, al hacer esa traslación, desconectas de la vivencia. Es más, el objetivo de ese traductor simultáneo es alejarte de la pureza energética de lo que sientes. De este modo, se produce una especie de disociación, de separación entre el discurso escrito y tu experiencia interna. Se van alejando cada vez más el uno de la otra, irremisiblemente, y tú no te das cuenta, porque confundes esa sarta de pensamientos con el sentir original.

Si tu texto se llena de contradicciones y tienes la sensación de estar tratando de convencer a alguien de algo, es señal de que estás más en el pensar que en el sentir Share on X

Entonces, se establece como un doble rasero, porque en esa interpretación de tu sentir real se cuelan todos los patrones habituales y creencias heredadas. Ahí no hay libertad, sigues atado por tus condicionamientos. Y, desde luego, no hay congruencia ninguna entre lo que sientes y lo que escribes.

¿Has conocido a alguien que dice unas cosas y hace otras? ¿Y qué te provoca ese tipo de personas? Desconfianza, ¿verdad? Bueno, pues esta doblez es la que has de evitar a toda costa cuando escribas, porque te aleja de la verdad y la autenticidad. Ningún lector se va a fiar de alguien que escribe lo que no siente.

Pero, ¿cómo darnos cuenta de cuándo estamos pensando y cuándo estamos sintiendo mientras escribimos?

Aquí van algunas señales que te pueden ayudar a ver que estás más en el pensamiento que en el sentimiento:

  • No sientes tu cuerpo. Te has desconectado de tus sensaciones físicas.
  • La energía la sientes, sobre todo, en la zona del cráneo. También puedes sentir dolor de cabeza, espesura mental, pesadez o hundimiento.
  • Al escribir, te salen sobre todo términos abstractos.
  • Tu texto se llena de contradicciones y tienes la sensación de estar tratando de convencer a alguien de algo.
  • Te metes en un bucle conceptual del que no sabes cómo salir.
  • Tienes muy activado tu crítico interno.
  • Sientes miedo a estar diciendo tonterías.
  • Crees tener toda la razón, y te regodeas en ratificar lo que ya sabes.
  • Expresas opiniones o juicios de valor.
  • Estás más pendiente de lo próximo que escribirás que de lo que estás escribiendo en este momento.
  • Sientes ganas de terminar de una vez.
  • Te tomas muy en serio lo que estás escribiendo. Incluso puedes llegar a aburrirte.

Por el contrario, estas son las señales de que estás en contacto con tu sentir mientras escribes:

Si no te importa mucho si lo estás haciendo bien o mal, si la experiencia vale la pena por sí misma, es porque has entrado en contacto con tu sentir mientras escribes. Share on X
  • Tu cuerpo vibra. Te recorren todo tipo de sensaciones físicas (agradables y desagradables).
  • La energía se extiende por tu cuerpo, e incluso va más allá de él, como si tu campo energético y de percepción se hiciese mucho más amplio. Sientes ligereza, como si estuvieses a punto de levitar.
  • Al escribir, te salen sobre todo términos concretos, metáforas espontáneas, símbolos, frases imaginativas que no tienes ni idea de dónde proceden.
  • Tu texto adquiere una extraña congruencia que nada tiene que ver con la lógica racional. Las piezas parecen encajar solas, sin que tengas que hacer ningún esfuerzo especial para ello.
  • Hay movimiento en tu escritura, las emociones se suceden unas a otras, liberándose por sí mismas, los hechos avanzan, se producen cambios en tus personajes y/o en ti.
  • No te importa mucho si lo estás haciendo bien o mal. La experiencia vale la pena por sí misma.
  • No te importa, y hasta te divierte, decir tonterías.
  • Te internas en un territorio inexplorado, desconocido, en el que no tienes certezas.
  • Se mantienen suspendidas tus opiniones o juicios, que nada tienen que hacer ante lo que está sucediendo en el texto.
  • Estás inmerso en aquello que estás escribiendo a cada instante, sin saber lo que escribirás a continuación.
  • Se suspende la sensación de paso del tiempo.
  • Hay una noción de juego, lúdica, te sientes como un niño jugando en el barro.

Como verás, no es tan difícil distinguir cuándo estás sintiendo y cuándo estás pensando. Solo tienes que querer hacerlo y poner la atención en ello.

Seguro que ahora te surge otra duda:

¿Cómo mantenerte en la experiencia del sentir mientras escribes sin deslizarte hacia el pensar?; ¿cómo plasmar con palabras aquello que sientes?

Ahí es donde te tienes que apoyar en el legado que nos ha dejado todo un linaje de escritores a lo largo de los siglos.

De esto te hablo con más detalle en mis artículos «Las dos claves para escribir desde el corazón» y «Los seis fundamentos para arrancar a escribir desde el corazón».

En este artículo me interesaba centrarme, sobre todo, en que entiendas con qué facilidad confundimos el pensar con el sentir, y la importancia de distinguirlos a la hora de escribir.

Si lo he conseguido, me doy por satisfecha.

3 comentarios en «La importancia de distinguir entre pensar y sentir mientras escribes»

  1. Hola, Isa, qué maravilloso lo que nos dices. Te diré que un verano me quedé sola en un pequeño apartamento en la playa ocho días. Tenía entre manos mi novela. Dormía cuando tenía sueño, comía cuando tenía hambre, paseaba cuando necesitaba estirarme. Pues, bueno, cuando estaba cansada, agotada de teclear, de releer, de tener en cuenta de dónde venía la historia y a dónde quería llegar, se producía una especie de apagón cerebral y entonces aparecía una escritura más sensible, más auténtica. Me trasformaba en Rose, o en Johann, como si los personajes me hubieran abierto la puerta de su casa y me hubieran dicho, «pasa, adelante, conócenos».
    ¿Puede que a falta de conseguir ese estado medidativo al escribir, el cansancio físico nos abra otra puerta? Quien sabe, en todo caso, bienvenida sea toda experiencia, 🙂
    Y una cosa, ¿estás de acuerdo en que la lista de pistas para identificar si escribes conectada a los sentimientos, es intelectual? ¿No sería estupendo que esa lista fuera imposible de escribir? 😉
    Muchísimas gracias por todas las aportaciones que nos regalas con tanta generosidad.
    Un abrazo.

    Responder
    • Marusela, puede ser que cualquier cosa que nos haga bajar la guardia y dejar nuestras defensas, nos sirve. Aunque mejor que sepamos acceder a eso a que tengamos que recurrir al agotamiento 😉 Espero que Rose, Johann y todos… ya estén a punto para salir al mundo.
      Un abrazo grande,
      Mer

      Responder

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