Blog

LA OTRA DEL ESPEJO

Reflejo de una mujer haciendo yoga, yo misma

Sigo citando a Bessel Van der Kolk (en El cuerpo lleva la cuenta: cerebro, mente y cuerpo en la superación del trauma):

[…] el trauma interfiere con el funcionamiento adecuado de las áreas del cerebro que manejan e interpretan la experiencia. La percepción robusta de uno mismo, una que permita a una persona decir con seguridad: «Esto es lo que pienso y lo que siento» y «Esto es lo que me está pasando», depende de una interacción saludable y dinámica entre esas áreas.

En casi todos los estudios de imágenes cerebrales de pacientes con trauma aparece una activación anómala de la ínsula. Esta parte del cerebro integra e interpreta la información de los órganos internos, incluyendo los músculos, las articulaciones y el sistema del equilibrio (propioceptivo), para generar la sensación corporal. La ínsula puede transmitir señales a la amígdala, que desencadena las respuestas de lucha/huida. Esto no requiere ninguna información cognitiva ni ningún reconocimiento consciente de que algo haya ido mal: simplemente nos sentimos nerviosos e incapaces de centrarnos o, en el peor de los casos, tenemos una sensación de fatalidad inminente. Estos potentes sentimientos se generan en lo más profundo del cerebro y no pueden ser eliminados por la razón o el entendimiento.

Ser constantemente asaltados por las sensaciones corporales pero estar conscientemente alejados de su origen provoca alexitimia: la incapacidad de sentir y de comunicar lo que nos pasa. Solo entrando en contacto con nuestro cuerpo, conectando instintivamente con nuestro yo, podemos volver a sentir quiénes somos, nuestras prioridades y nuestros valores. La alexitimia, la disociación y la desconexión afectan a las estructuras cerebrales que nos permiten centrarnos, saber qué sentimos y emprender acciones para protegernos. Cuando estas estructuras esenciales son sometidas a una shock inevitable, el resultado puede ser confusión y agitación, o puede ser el desapego emocional, a menudo acompñado por experiencias extracorpóreas (la sensación de estar viéndonos a nosotros mismos desde lejos). Dicho de otro modo, el trauma hace que la gente se sienta como si fuera otra persona, o nadie. Para superar el traume, necesitamos ayuda para recuperar el contacto con nuestro cuerpo, con nosotros mismos.

No hay duda de que el lenguaje es esencial: nuestra sensación de yo depende de ser capaces de organizar nuestros recuerdos en un todo coherente. Esto requiere conexiones funcionales entre el cerebro consciente y el sistema corporal del yo, unas conexiones que suelen verse dañadas por el trauma. Solo se puede contar la historia completa después de que estas estructuras se hayan reparado y de que se haya realizado el trabajo de base: después de que nadie se convierta en alguien.

Últimamente me han ocurrido algunas experiencias que tienen que ver con lo que en este fragmento se explica. Desde hace un par de años practico un tipo de entrenamiento físico que me va francamente bien para el trastorno que padezco, aunque no haya podido poner nombre a dicho trastorno hasta hace un par de meses. A la semana siguiente de hacerlo, estaba un día entrenando con Pablo y el grupo, realizando un ejercicio de suelo, cuando alcé un momento los ojos y me vi reflejada en un gran espejo que ocupa toda una pared. Y, por primera vez en mi vida, me reconocí. Es más, vi a una mujer bella. Que era yo. Fue impresionante tener esa sensación de yoidad, de reconocimiento, por primera vez. Solo fue un segundo. Pero fue suficiente para darme cuenta de que, hasta entonces, mi sensación al mirarme en el espejo era la de que otra persona estaba ahí. A veces a esa persona la veía guapa (como quien mira la foto de un anuncio en una revista); otras veces esa persona estaba horrible (como quien mira la foto de una mujer tomada para ingresar en prisión). Pero en ningún caso esa persona era yo. O sea, yo sabía que era yo, pero no sentía que lo fuese. Y esa percepción de otredad estaba acompañada de una sensación de vacío, de anulación, de inexistencia, de muerte.

Ante la sensación impresionante de yoidad, tuve muchos momentos de percepción de otredad, acompañada de vacío y anulación, inexistencia y muerte

Después de ese momento fugaz, una y otra vez fui ansiosa al espejo a buscar de nuevo esa agradable sensación de ser yo misma y, por tanto, de sentirme acompañada, caldeada por mí. Pero no se dio. Día tras día he tenido que enfrentarme a esa horrible sensación de no reconocimiento aunque, por lo menos, ahora sabía de dónde surgía, y lo que era. Podía ponerle palabras.

Hace unos diez días asistí a un coloquio literario sobre el libro publicado por RELEE Lo llamaré frontera, de María José Beltrán, a quien acompañaban Eloy Tizón y Jordi Doce. Eloy introdujo el coloquio, y en un momento dado me mencionó, como generadora de la idea del proyecto RELEE, etc. Soy incapaz de reproducir lo que dijo, pero sé que habló bien de mí, como de una persona emprendedora que promueve proyectos interesantes. De lo que sí me acuerdo perfectamente es de la disociación que me hizo percibir la situación como si Eloy estuviese hablando de otra persona (aunque sabía que estaba hablando de mí). Esto me lleva ocurriendo toda mi vida (supongo que como defensa ante la cantidad de veces, en la infancia y a lo largo de mi vida, que he tenido que sufrir todo tipo de críticas, vejaciones, insultos y reproches), pero fue la primera vez que fui consciente de ello.

El jueves pasado fue la presentación de Ninguna mujer ha pisado la luna, de Kike Parra. Me habría encantado decir algunas palabras de cariño sobre el libro y sobre Kike, porque ambos son muy especiales para mí, pero ni lo intenté, porque me sentía demasiado vulnerable y sabía que si decía algo me iba a poner a llorar. Fui pensando que me marcharía prontito a casa. Tuve la suerte de poder quedar un rato antes de la presentación con mi amiga Elisa, que me acompañó y me ayudó con sus ojos a verme con los míos. Creo que fue su simple presencia amorosa (y nuestra indestructible conexión) lo que me permitió experimentar lo mucho que me quiere la gente que me rodea. Había alumnas y alumnos, ex alumnas y ex alumnos. Amigas y amigos. Colaboradores que son amigos. Amigos que colaboran… Todos ellos me mostraban su cariño… y yo lo recibía. A algunos de ellos los veo todas las semanas en clase; debería sentir su aprecio… Pero no, me negaba ese regalo. Fue increíble sentirme tan calentita. Estaba tan absorta recibiendo que ni siquiera sé si pude dar algo a cambio. Incluso me quedé hasta las cuatro de la madrugada, porque no me quería marchar lejos de esa hoguera.

Cada descubrimiento de este tipo tiene una parte dura, porque ha de pasar por el reconocimiento de que nunca antes habían sido las cosas así (o sea, normales), de que siempre iba a las presentaciones aterrada como si me fuese a encontrar con el enemigo, que permanecía encogida y distante cuando hablaban conmigo, por más que en las fotos saliera con una careta sonriente, que no podía encajar el cariño y la calidez porque eso no coincidía con mi sentimiento de ser culpable e indigna de la aceptación ajena. Es un golpe para el orgullo reconocer esto, y me produce la sensación de caminar hacia atrás. Pero puedo decir que merece la pena.

Ahí estaba yo. Con ojeras y bastante perjudicada, pero era yo, y el amor. Se me hizo claro como la luz del sol que lo que me había mantenido alejada de mí misma era la falta de amor

El viernes me levanté con una resaca del copón, pero cuando entré en el baño y me vi en el espejo, ahí estaba yo. Con ojeras y bastante perjudicada. Pero eran mis ojeras, mi nariz, mi boca, mi cuello. Y el amor. Porque se me hizo claro como la luz del sol —que ya entraba a raudales por la ventana— que lo que me había mantenido alejada de mí misma era la falta de amor. Un amor que era incapaz de autogenerar ni acababa de permitir que me llegase de fuera.

 

4 comentarios en «LA OTRA DEL ESPEJO»

  1. Isa, me alegro un montón que, después de todo, haya un final feliz para tí.
    A mí me ha pasado desde que escribo, a ratos, no siempre, que me siento disociada, como si lo auténtico de mí fuese el cerebro, y lo físico (en donde caben también las emociones) no lo reconozco, de tal forma que percibo el cerebro como mi aliado y lo físico como algo a vigilar por pertenecer a otra persona-mente. Al principio del curso también me pasaba que me veía desde un punto superior, podía estar cocinando o en el trabajo, me asaltaba en cualquier momento esa doble visión que ahora ha desaparecido y creo que esto, en concreto, tiene relación con el inicio en meditación.
    ¿Qué será de la humanidad cuando conozca y maneje la mente en su totalidad?
    En el fondo somos bioquímica pura.
    ¡Un beso grande luchadora!

    Responder
  2. Qué bonito Isa, me encanta tu diario, apenas me he acercado a él en dos ocasiones, pero me gusta mucho tu forma de escribir y expresarte. Gracias por compartirlo.

    Responder
  3. Maravillosa, tú manera de expresarte. Me alegro de estar entre los tuyos (aunque solo fuese el marco de ese espejo extraño y cercano). Relee es una extensión más de tu hermoso reflejo, sí señor. Lo digo así, telegráficamente, mientras desayuno. Tengo suerte de estar por aquí; la imagen es como de mi casa.
    Mil besos y una braaaazo enorme (¡gruaaaah!) de oso.

    Responder
  4. Querida Isa, aunque no lo sientas todavía, todo el cariño que nos das a través de la escritura algún día te inundará y no podrás sacártelo de encima.
    Un abrazo
    Sole

    Responder

Deja un comentario

Buscar

¿Quieres aprender a escribir y meditar?

Suscríbete ahora y recibe gratuitamente mi guía para escribir y meditar. Tendrás además acceso a artículos semanales sobre escritura, meditación y trabajo con las emociones, acceso a las meditaciones guiadas en directo y mensuales, así como a recursos para vivir con plenitud y sin autoengaños

¿Quieres conocer mis cursos?

Abrir chat
1
¿Necesitas más información?
Hola,
¿Cómo puedo ayudarte?