Si tecleas «corazón» en Google te vas a encontrar la friolera de 421 millones de entradas. Es el símbolo más usado en nuestros días para representar el amor o las emociones. Lo asombroso es que todavía funcione, que sea una palabra que continúe latiendo en nuestro idioma (y en todos los idiomas).
Nuestra experiencia humana es muy compleja y podría clasificarse en tres esferas: la esfera de la mente, la esfera del corazón y la esfera del cuerpo. Están totalmente interconectadas, aunque aluden a diferentes ámbitos de energía. Clic para tuitear
Lo cierto es que cuando sentimos algo con intensidad, el ritmo cardiaco aumenta y percibimos muy claramente esa zona del cuerpo. Cuando algo nos estremece, si vamos a hacer una promesa o cuando decimos la verdad, si queremos asegurarnos de que alguien está vivo, cuando consolamos a un niño, en un momento de amor sin palabras con nuestra pareja, al rezar… nuestras manos van instintivamente a guarecerse en nuestro pecho o en el de la otra persona.
Las tres esferas de la experiencia humana
Nuestra experiencia humana es muy compleja y podríamos hacer numerosas clasificaciones sobre lo que nos sucede pero, para entendernos, vamos a escoger ahora estas tres esferas: la esfera de la mente (en la que entrarían el intelecto, nuestra capacidad analítica, la imaginación, el sentido del humor, la memoria…), la esfera del corazón (en la que entrarían las emociones y los sentimientos) y la esfera del cuerpo (en la que entrarían las sensaciones, las percepciones, la noción de espacio, de posición, de movimiento o de quietud…). Estas tres esferas no son independientes, sino que están totalmente interconectadas y operan simultáneamente, aunque a la vez nos sirven para diferenciar ámbitos energéticos diferentes, y también para observar la tendencia que tenemos a la disociación y a la parcialidad.
Escribir desde el corazón significa no permitir que nuestra experiencia vital se muera camino del papel. La escritura está justo para dar alas a las emociones, para liberarlas como pájaros enjaulados. Clic para tuitear
Cuando empezamos a escribir estamos dominados, por lo general y aunque no nos demos cuenta, por el intelecto. Aun cuando se estén generando sensaciones, emociones y sentimientos, estos suelen pasarse por el filtro del pensamiento antes de llevarlos al papel. En ese trasvase pasan a convertirse en ideas o conceptos; es decir, se pierde todo el fluido vital, el latido de la vivencia, la chispa experiencial, y llegan al lector convertidos en una naturaleza muerta.
Escribir desde el corazón significa no permitir que nuestra experiencia vital se muera camino del papel. Para eso, ante todo, no hemos de desconectar en ningún momento de nuestro corazón mientras estamos escribiendo. Dada nuestra tendencia a huir de la intensidad de las emociones, que nos asusta, usamos sin querer la escritura para amortiguarlas como sea, transformándolas en cadáveres. Preferimos hacer reflexiones muy sesudas sobre el amor que dibujar a una pareja haciendo intentos infructuosos de quererse mientras desayuna. Sin embargo, la escritura está justo para lo contrario, para dar alas a las emociones, para liberarlas como a pájaros enjaulados.
Por otra parte, dado que siempre vamos huyendo de lo que nos desagrada y buscando aquello que nos agrada, podemos cometer otro error, el de manipular nuestros escritos para que «parezca» que creamos un mundo ideal y fantasioso en el que nunca ocurre nada malo. Nada más lejos de escribir desde el corazón. Si en nuestro mundo no ocurre nada malo, tampoco puede ocurrir nada bueno.
Entonces, si no hemos de caer en la tentación de convertir nuestros sentimientos en ideas ni en la de crear mundos idílicos donde solo ocurren cosas agradables y convencionales, ¿qué hemos de hacer para escribir desde el corazón?
Darnos cuenta de estas tendencias a aniquilar la experiencia para transformarla en conceptos o forzarla para convertirla en un ideal es el primer paso si queremos escribir desde el corazón.
Hemos de entender que la escritura nos lleva sin escalas a la libertad y al gozo, pero antes hemos de pasar por la aduana de enfrentarnos a nuestra experiencia tal como la vivimos en realidad, y eso, en primera instancia, nos puede parecer abrumador o incluso desagradable.
Una vez que consigamos permanecer en contacto con lo que sentimos mientras escribimos, se empezará a operar el milagro: nuestras palabras estarán en conexión directa con nuestro corazón. Clic para tuitear
Sin embargo, una vez que conseguimos permanecer en contacto con lo que —de verdad de la buena— sentimos mientras escribimos, se empezará a operar el milagro, porque entonces nuestras palabras estarán en conexión directa con nuestro corazón, el discurso será algo vivo, palpitante, y se podrá producir el acto de transmisión, que casi podríamos decir que es una transfusión de vida que le hacemos al lector (que está tan asustado ante sus propias emociones como nosotros).
El corazón y la técnica
Pero aún nos quedaría un paso importante para escribir desde el corazón (aunque hay que combinarlo con el primero), y aquí es donde entra la técnica. Estar «experimentando» mientras escribimos es esencial, y nos pone en contacto con el lector, pero no solo queremos hacerle una transfusión temporal, sino que nuestra aspiración es hacerle un trasplante de órganos. No es suficiente con que acceda a aquello que queremos transmitirle (eso es muy transitorio): ha de vivenciar por sí mismo —con sus propias cualidades y por sus propias facultades— aquello que queremos trasladarle. Es decir, hemos de ser capaces de desprendernos de nuestra experiencia, mientras la sentimos y escribimos, para cocrearla junto con el lector.
Para esto precisamente está la literatura y las técnicas narrativas, para proporcionarnos las herramientas que nos permiten recrear un mundo en el que vivir y sentir a través de nuestros personajes, y en el que invitaremos a vivir y a sentir, a su vez, al lector. Nosotros viviremos nuestra propia experiencia, y el lector vivirá la suya. No son una ni son dos: es una cocreación. Sin lector, nuestro mundo y nuestra experiencia carecerían de sentido y conexión con el mundo; sin autor, el lector no tendría acceso a «esa» experiencia ecuánime y única de su propia realidad.
En definitiva, estos dos pasos son fundamentales para escribir desde el corazón:
- Estar en contacto con nuestra experiencia emocional del presente mientras escribimos y superar las tendencias a convertirla en ideas o en mundos idílicos.
- Recrear dicha experiencia a través de unos elementos concretos (personajes, acciones, lugares, objetos, situaciones…) para que el lector pueda sumergirse en ese mundo y realizar su propio viaje experiencial.
Si trabajamos en estos dos frentes, estaremos en el camino de escribir desde el corazón. Es un viaje que merece la pena, y que no nos atañe solo a nosotros, sino a nuestra conexión con el mundo y con el resto de seres humanos.
¿Te atreves?
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3 comentarios en «Las dos claves para ‘escribir desde el corazón’»
Qué bonito, sincero y esclarecedor post.
Gracias por compartir, Isa
Escribir desde el corazón es volcar todo lo que tienes dentro, eso que quiere salir a borbotones, sin que nada te detenga sobre todo tus pensamientos sobre lo que estas escribiendo. Apartar el pensamiento, solo sentir, escribir y volver a sentir, entonces ves que te ha salido algo hermoso porque es verdadero. Y si quien lo lee conecta contigo, entonces es que has conseguido concretar y sintonizar con la vida.
¡Muchísimos gracias por todas estas propuestas tan inspiradoras!
Escribir desde el corazón debiera evitar la manipulación mental, en lo personal me pasa q escribir y hasta pensar ha sido una tortura xq los demás piensan q yo debo pensar y solucionarles sus problemas y como dice Jorge Bucay la existencia no admite representantes. Saludos cordiales