Blog

Mi estancia en Tamera IV

(Puedes acceder a Mi estancia en Tamera I’, a ‘Mi estancia en Tamera II’ y a ‘Mi estancia en Tamera III’)

¿Dónde está Jon?

Nuestro segundo día en Tamera lo empezamos con mal pie: uno de los tripletes se ha quedado cojo. Hemos perdido a Jon. Nadie sabe dónde está. Algunos no saben ni quién es. Yo hago averiguaciones y me entero de que es un californiano alto, de voz grave y muy seguro de sí mismo, que parecía sacado de una canción de los Beach Boys (solo le faltaba la tabla de surf) y a cuyo lado me senté ayer en la cena. Los facilitadores dicen que harán averiguaciones, pero que si nos enteramos de algo que se lo digamos. Se produce un ligero temblor en el grupo, como el aviso de un terremoto o como si nuestro cuerpo común hubiese perdido una oreja o un trozo de muslo. ¿Le habrá pasado algo? ¿Se habrá marchado sin avisar? Lo primero es preocupante, y lo segundo incómodo como la picadura de un tábano.

Es extraña esta sensación de grupo o tribu que se empieza a gestar en mí, o en nosotros, o qué sé yo dónde. Solo llevamos aquí dos días y ni siquiera conozco de primera mano a todas las personas del grupo, pero ahí está esa sensación de que todos somos uno, aunque cada miembro sea de su padre y de su madre.

La mañana se nos pasa volando, con charlas sobre el amor libre y la transparencia en la comunicación íntima. A veces habla alguno de los facilitadores, y a veces traen «invitados», miembros más mayores de la comunidad o expertos en tal o cual ámbito. Todo lo que nos cuentan lo hacen desde la experiencia personal y comunitaria. Casi cada frase empieza con «Yo personalmente…» o «En mi experiencia…» o «Lo que a mí me pasa es que…».

Se desvían del tópico del «amor libre», y también del tan cacareado «poliamor». Lo que en realidad se busca en Tamera es un «amor libre… de miedo, violencia y abuso». El símbolo de Tamera es una circunferencia con tres radios que se unen en el centro, que representan a los dos miembros de la pareja y a un testigo, que vendría a ser la comunidad. Se necesitan esas tres patas para que se establezca una relación sana en el amor y la sexualidad (que no van separados). Sin ese «testigo», que a la vez actúa de sostén, los dos miembros de la pareja se perderían en la mutua dependencia y depositarían demasiada carga el uno en el otro. El apoyo de un tercero (una persona en concreto o la propia comunidad) asegura un espejo fiable en el que se refleje la relación y también un apoyo y amparo en momentos de duda o conflicto.

En las relaciones amorosas que emprendemos en nuestra sociedad, lo normal es que suprimamos y ocultemos muchas cosas a la otra persona, desde el deseo que podamos sentir por otros hasta nuestras fantasías sexuales, aquello que consideramos vergonzoso de nosotros o todo aquello que choque con la concepción romántica e irreal del amor que nos ha sido inculcada desde pequeños. Todos esos ocultamientos y dobleces (junto con la carga de la codependencia) empiezan a crear una especie de «sombra» en la relación que es causa de miedo, desconfianza, celos, malentendidos, lucha y hartazgo. Por eso es importante crear un entorno seguro en el que prime la confianza y pueda salir a la luz la verdad y la autenticidad, sin el peligro del abandono, el juicio o la venganza. Lo escucho todo con el corazón en vilo, asintiendo internamente y a la vez un poco escandalizada. Anoto frases en mi cuaderno como «La mentira no da ninguna ventaja a la evolución de las relaciones» o «La verdad es el continuo contacto entre la vida que se percibe y la vida que es percibida».

Todo este discurso (dado por un coro armonioso de voces diferentes) está salpimentado de ejemplos personales. Una mujer que mantenía relaciones íntimas con dos hombres y quiso tener un hijo sin saber quién era el padre biológico, y que ambos ejercieran como padres, a lo que ellos (después de procesarlo) accedieron. Personas que en el entorno seguro de la comunidad pudieron reconocer su homosexualidad, bisexualidad o su esencia no binaria. La superación de la experiencia de los celos a través de la comprensión de que el origen estaba en el miedo al abandono y en el querer aferrarse a la persona aun a costa de negarle su libertad, así como el empoderamiento posterior al poder aceptar con alegría la posibilidad de que la persona amada fuese amada, a su vez, por otros. Mujeres u hombres que no habían tenido hijos biológicos pero que se ocupaban del cuidado de los niños en la comunidad… Quienes hablan no lo hacen desde la idealización. Admiten que son caminos duros de crecimiento, en que han pasado por muchas fases nada fáciles de superar. Y nunca son procesos concluidos, sino que siguen en marcha, con retos diarios a los que enfrentarse. Empatizo con todos, y a la vez me queda tan grande lo que cuentan… Los miro y los admiro desde la ranura abierta en mi disfraz de ostra y me digo que aún me falta mucho para tener la suficiente confianza en mí misma como para confiar en los demás a ese nivel.

Antes de la hora de la comida nos avisan de que la persona que después de la cena nos iba a dar un pequeño taller de «consentimiento» no va a poder hacerlo, porque está enferma. Vaya, qué pena; no tengo ni idea de lo que es eso del «consentimiento», pero me provocaba mucha curiosidad. En ese momento, una chica alemana del grupo, de cara redonda y luminosa, dice que ella puede ocuparse de hacer un taller de consentimiento para quienes quieran del grupo. Yo me quedo un poco asombrada de que se atreva a sustituir a la profesional que lo iba a impartir, vaya osadía, ¿qué se habrá creído? A los facilitadores les parece bien, pero yo me digo a mí misma que no pienso asistir a un taller dado por una «aficionada».

Cuando me dirijo al comedor ya estoy más que sobrepasada, con el sistema nervioso al borde del colapso y ganas de irme a dormir la siesta. Sin embargo, me pongo a charlar con un centroeuropeo de ojos color fiordo que resulta dedicarse a la pesca del salmón. Nunca hubiera imaginado encontrarme en Tamera a un pescador, y me veo enredada en una de esas conversaciones surrealistas sobre las peripecias de los salmones y de quienes los persiguen, mar abajo y río arriba. Me recuerda a un diálogo que mantuve con un azerbaiyano guapísimo en un viaje a Bielorrusia cuando tenía diecinueve años (hace la friolera de treinta y seis años) y apenas conocía cuarenta palabras de ruso, en que nos pusimos a charlar —mientras paseábamos a la luz de la luna por los jardines de la residencia estudiantil— sobre el sistema de alcantarillado en Bakú y en Madrid (tema del que, por cierto, yo no tenía ni idea). La comunicación humana es de lo más misteriosa, y corroboro una vez más que tiene más que ver con la profundidad de los hoyuelos o el color de ojos que con saber idiomas.

A pesar del repentino interés que me ha suscitado el tema de la pesca del salmón, decido retirarme de la mesa para poder descansar, ya que esta tarde nos toca excursión a pie por Tamera a pleno sol, y temo desmayarme si no duermo un poco, ya que por las noches me resulta difícil conciliar el sueño, entre el misterioso trasiego que se traen las chicas de la habitación (fuera-dentro, cuchicheos, dentro-fuera), el calor, el frío, los mosquitos, la luz del hall y los dos o tres paseítos obligados al váter de compost.

Excursión por Tamera

A las cuatro nos reunimos a la entrada del Tent Hall, provistos de sombreros, cantimploras y crema solar en abundancia. Antes de partir, una de las facilitadoras vuelve a preguntar por Jon. Uno de sus compañeros de dormitorio dice que sus cosas no están allí, así que parece que se ha marchado. Pero que quizá habría que probar a llamarlo por teléfono, si en recepción tienen su número. La facilitadora dice que así lo hará, y otro pequeño escalofrío de ausencia vuelve a recorrer el grupo.

Emprendemos la ruta en parejas, como en el colegio, y a mí me toca con una estadounidense de origen asiático que habla demasiado bajito y bien el inglés como para que la entienda. La primera parada la hacemos en un enorme edificio al que llaman el «Aula», que es donde realizan las grandes reuniones comunitarias y algo a lo que llaman «matinée» todos los domingos por la mañana (pienso si será la versión comunal de la misa dominical de los pequeños pueblos). Está construido con madera, fardos de paja y arcilla. El tejado a dos aguas es como un campo de espigas (al parecer se llama «techo verde»). El espacio interior es inmenso (tiene capacidad para trescientas personas). Hay varias filas de sillas en círculo y una especie de estrado o tribuna. Reconozco el espacio porque he visto algunos vídeos de conferencias que se han dado aquí, así que es como si estuviese visitando el Congreso de los Diputados pero en un universo paralelo, mucho más pacífico. Huele a campo y se está tan fresquito que me quedaría aquí a vivir. Pero nos quedan muchas cosas por visitar y nos ponemos en marcha de nuevo.

Bordeamos el lago grande y luego nos desviamos por un camino hacia la derecha. Pronto nos encontramos con otro lago, algo más pequeño y alargado, lleno de nenúfares y con ringleras de árboles frutales a ambos lados. El paisaje es tan precioso que me da la impresión de estar en un sueño, o en un cuento de niños. Llegamos a una zona llena de huertos y cultivos, donde nos detenemos para que nos expliquen el modo en que la comunidad se sustenta. No son totalmente autosuficientes, pero sí en un setenta u ochenta por ciento. Para aprovisionarse del resto, hacen tratos con agricultores de la zona.

Algo que me gusta de Tamera es que no es una comunidad que tienda al aislamiento, sino todo lo contrario, hace lo posible por expandir su modelo a otros lugares, se hermana con otras comunidades y aprende de ellas, se comunica con los pueblos vecinos y llega a acuerdos con ellos… En fin, no pretenden ser un «oasis» dentro del desierto tóxico en el que vivimos, sino que se mantiene firme en su manera de hacer las cosas, pero intentando entrar en sintonía con otros puntos de vista para buscar la intersección, y también tratando de que su visión penetrante, su sentido común, su continuo aprendizaje y su mayor grado de conciencia permee los alrededores.

Nos dicen que ahora están en pleno proceso de transformación. La generación de los fundadores está pasando el relevo a la de la gente más joven, lo cual no está resultando nada fácil, pero ahí están. Del grupo de personas que lleva los huertos y los cultivos, quienes toman las decisiones finales son las más jóvenes, precisamente para favorecer la transición. Me parece una idea maravillosa, y una muestra de la capacidad de los tamerienses para soltar el control y el poder.

Lo siguiente que visitamos es Aldeia da Luz (la «Aldea de la Luz»), un pequeño pueblecito de cuento construido por mujeres mayores de sesenta años, cuyas casas (azules, amarillas, naranjas…) son en realidad talleres y tiendas de costura y ropa, cerámica, hierbas medicinales… En Tamera los edificios están dedicados a usos comunales y al alojamiento de los visitantes, mientras que los habitantes viven, en su mayor parte, en caravanas o tiendas de campaña, ya que no tienen permiso para edificar viviendas. Visitamos las diferentes casas, disfrutando del fresquito y la belleza de su interior. Da hasta cosa irrumpir en el sosiego lleno de olores de cada uno de los pequeños talleres, en cada uno de los cuales resulta difícil separar del decorado a una mujer de pelo blanco sentada muy quieta en un rincón, con mirada silenciosa y sonrisa indulgente.

Después de esa visita refrescante volvemos al calor del camino. Pasamos de largo la Escuela de Tamera, donde tienen un método de educación propio, inspirado en las escuelas Waldorf y otras fórmulas alternativas, y en donde no solo educan a los niños de Tamera, sino también invitan a asistir a los de los pueblos vecinos. También vemos de lejos lo que nos dicen que es el Ashram Político, un lugar de estudio en que los portavoces y profesores de Tamera se reúnen diariamente para profundizar en la combinación de la política con la espiritualidad, pues aquí se parte de la base de que no se puede liberar al mundo de la guerra sin un alineamiento interior con la matriz sagrada de la vida. Luego nos muestran un camino que sale a la derecha y que lleva al Templo del Amor, al que llaman también Bodega (pues antiguamente allí se almacenaba vino), y que es el lugar de celebración de la sensualidad y el amor. Allí, por ejemplo, se reúnen las parejas jóvenes para practicar el sexo por primera vez, y también es una especie de «escuela del amor» interna, para los habitantes de la comunidad. Me encantaría que nos mostrasen la Bodega, pero también me gusta el respeto con el que tratan los espacios privados de la comunidad, de la misma forma que nos dicen que podemos pasear por donde queramos, pero que no nos acerquemos a las zonas donde veamos caravanas.

La Aldea Solar

Por fin llegamos a un lugar con sombra en el que podemos rellenar nuestras cantimploras y donde realizamos una parada larga. Se trata de Solar Village (la «Aldea Solar»), un grupo pequeño de construcciones, algunas al aire libre y otras cerradas. Para mí es un poco como caminar por otro planeta, porque lo que veo no se parece a nada que haya visto con anterioridad. Nos sentamos en sillas alrededor de un hombre de unos setenta y pico años, alemán, que nos habla de esa especie de campo de pruebas energético que, además, es la cocina de la comunidad. Es un hombre delgado y algo seco, y él mismo nos confiesa que todavía no entiende cómo ha acabado recalando en un lugar como Tamera, dada su misantropía y escepticismo en torno a la raza humana. Reconoce, no obstante, que hasta esas características suyas se ven abrazadas en algo más amplio, que es la comunidad, y que lo que da sentido a su existencia es poder cooperar para propiciar un sistema sostenible más acorde con la vida.

Nos habla de la constante labor de investigación que alrededor de treinta personas realizan en torno a la cocina y el taller de pruebas, utilizando espejos, biogás, tecnología solar y ciclos termodinámicos, con el objetivo de proporcionar modelos viables, fáciles y económicos que puedan crear autonomía energética descentralizada en todo el mundo, demostrando cómo una comunidad puede vivir perfectamente utilizando dichos modelos. Un par de espejos, nos dice, son suficientes para que esta cocina funcione para toda la comunidad. A mí me deja noqueada. ¿Realmente es tan sencillo como eso? ¿Hay una posibilidad tan simple al alcance de la mano de toda la humanidad por la que no somos capaces de optar —hasta el extremo del autoexterminio— por avaricia, miedo y aferramiento a patrones egoístas de comportamiento?

Lo que han aprendido en Tamera con respecto a la sostenibilidad lo resumen bien clarito en su página web:

  • Contamos con una gran cantidad de energía procedente de fuentes limpias y renovables. El sol envía a la Tierra 15.000 veces más energía de la que la humanidad necesita actualmente.
  • Dejar atrás la industria de los combustibles fósiles es un imperativo existencial.
  • En una cultura no violenta, las tecnologías energéticas se basan en la resonancia, el crecimiento y la sinergia, en lugar de en principios de decadencia y ruptura de resistencias.
  • La construcción de comunidad es la base de cualquier sostenibilidad verdadera.
  • No nos faltan conocimientos técnicos o ecológicos, sino la decisión de colaborar en profundidad para que los nuevos sistemas puedan cobrar vida.
  • Utilizando los principios de diseño de la permacultura, podemos crear un modelo para la regeneración urbana.
  • Los sistemas descentralizados de agua, alimentos y energía han de estar interconectados y brindar independencia respecto del suministro global. Las comunidades descentralizadas y el intercambio entre ellas ofrecen la base para un mundo futuro pacífico.
  • Esto trae beneficios regionales, ya que el dinero y la mano de obra se quedan en la región, lo que apoya la producción local.
  • Creamos una transferencia de conocimiento esencial al invitar a las personas a venir, experimentar y aprender con nosotros mientras vivimos con los sistemas y los adaptamos a las necesidades de la comunidad.

Lo que dice este hombre crea un gran impacto en todos nosotros, pues empezamos a comprender la magnitud de la enfermedad del sistema (o del planeta) del que venimos. En el turno de preguntas, surgen cuestiones que tratan de buscar las fisuras en esta comunidad que pone de manifiesto lo absurdo de nuestra forma de vida hasta un extremo casi ofensivo. No es posible que sea tan «fácil». ¿Qué sistema de «gobierno» usan? ¿Cómo llegan a acuerdos para tomar las decisiones? ¿Hasta qué punto está siendo «pacífica» esa transferencia de poderes entre la antigua y la nueva generación? ¿No hay peligro de que reine la anarquía y el caos entre los distintos puntos de vista? Él no niega las dificultades. No es nada fácil la toma de decisiones. Hay muchos grupos de trabajo (la parte energética, la política, lo espiritual, los animales, la agricultura, el agua, la enseñanza, la escuela del amor, etc.), muchas reuniones, y es difícil encontrar quien quiera tomar decisiones. Aparte, no se lleva un registro claro de todas las decisiones que se toman, y pasa a veces que alguien decide algo y luego se olvida, tomando al cabo del tiempo una decisión diferente. También admite que la transición hacia que las nuevas generaciones dirijan la comunidad no está siendo fácil, pues estaban acostumbrados a funcionar en torno a un líder, Dieter Duhm, que ahora está enfermo. Que todo es un proceso vivo y complejo en el que están inmersos y que tratan de abordar respetando la visión central del proyecto, en torno a la confianza, la transparencia y la conexión con la matriz del amor.

Resulta un intercambio intenso y chocante, y en el camino de regreso yo voy silenciosa, con muchos tirones internos respecto a lo que aquí en Tamera se manifiesta, que es humano y salvaje, que no elude el conflicto, la imperfección ni la crudeza, sino que los atraviesa con una flecha de verdad. Es casi insoportable para mí, y me entran muchas ganas de irme con Jon, esté donde esté, pero fuera —en todo caso— del reino de la incomodidad.

(Continuación: ‘Mi estancia en Tamera V’)

12 comentarios en «Mi estancia en Tamera IV»

  1. Esta todo muy bien explicado pero a veces no entiendo muchas cosas y creo que yendo de tu mano conseguiré entenderlo todo.
    Lo primero que admiro de tí es tu valentía para estar con un grupo de personas de tan variadas nacionalidades. Yo me pondría muy nerviosa.
    Te abrazo con todo mi cariño.

    Responder
    • Hola, Matilde,

      Tú hablas inglés mejor que yo, así que seguramente te desenvolverías bien, porque además, todo el mundo te adoraría de entrada ;-). Así que deja de subestimarte y disfruta sin más ;-).

      Un fuerte abrazo,

      Isa

      Responder
  2. Me trasportas a ese lugar, a mi me gastaría vivir allí, mi ansia de tribu me puede, necesito la comunidad para llevar una vida más acorde al humano y la naturaleza, hemos perdido tantos valores, tanta desconexión con el amor interior. A mi me pasa como el Aleman mayor que decía » escepticismo a la raza humana». Me encanta tu relato, me lleva hacer el viaje con tigo gracia Isa

    Responder
    • Muchas gracias, Almudena. Me acordé varias veces de ti estando allí, de tus relatos relacionados con lo comunitario y la necesidad de tribu. Yo creo que en algún momento encontrarás tu lugar en el mundo, rodeada de naturaleza y personas afines. Lo deseo con todo mi corazón.

      Un fuerte abrazo,

      Isa

      Responder
  3. Isabel, es muy interesante y suscita mi curiosidad e ilusión por saber más. Por ese reino de la incomodidad que trae cada día con lo nuevo.Es curiosidad y aventura. Desde casa y tras el ordenador, claro! Lo mismo allí hubiera durado menos que JON!

    Responder
    • Bueno, Blanca… Yo hace un año ni me imaginaba que podría hacer una cosa así. Una va avanzando por su caminito, y si no esquivas lo que te vas encontrando, el avance se hace solo. Bueno, solo no, con mucho esfuerzo, pero no esfuerzo de resistencia, sino de ser capaz de atravesar lo que te toque en cada momento. Sé que sabes de lo que te hablo, porque tus avances son espectaculares ;-).

      Un fuerte abrazo,

      Isa

      Responder
  4. Es como leer una novela de ciencia ficción, una utopía… me estás dando unas ganas enormes de investigar y leer y saber… conozco a algunas personas que viven en ecoaldeas, pero no a este nivel, todo lo que cuentas es tan fácil y tan marciano a la vez…

    Responder
    • Muchas gracias, Carmen :-). Me encanta que lo que cuento provoque ese efecto en ti, porque es justo lo que quería… Yo te recomiendo que te leas el libro «La matriz sagrada», de Dieter Duhm, porque te puede dar muchas claves interesantes y que pueden ayudarte en tu día a día.

      Un fuerte abrazo,

      Isa

      Responder

Deja un comentario

Buscar

¿Quieres aprender a escribir y meditar?

Suscríbete ahora y recibe gratuitamente mi guía para escribir y meditar. Tendrás además acceso a artículos semanales sobre escritura, meditación y trabajo con las emociones, acceso a las meditaciones guiadas en directo y mensuales, así como a recursos para vivir con plenitud y sin autoengaños

¿Quieres conocer mis cursos?

Abrir chat
1
¿Necesitas más información?
Hola,
¿Cómo puedo ayudarte?