¿Qué es más importante, el fondo o la forma? Es este un debate muy antiguo, que yo creo que se asemeja a la falacia del huevo y la gallina. Es decir, no tiene mucho sentido hacerse esa pregunta, pero a la vez es interesante, porque apunta a las distorsiones de nuestra mente.
Dividir lo indivisible (cuerpo y mente, significante y significado, observador y observado, placer y dolor) nos lleva a la confusión y al sufrimiento, porque la vida no funciona así. Ni la literatura tampoco. Clic para tuitear
Lo cierto es que fondo y forma son dos aspectos de una unidad, que es el texto o la narración.
La necesidad de dividirlo todo, y el propio lenguaje (que es dual), provienen de una distorsión en nuestra forma de percibir el mundo. Podría ser una simple convención, o una forma de entendernos, lo cual sería estupendo. Lo malo es cuando —por nuestro hábito de aferramiento— lo tomamos por real. Dividir lo indivisible (cuerpo y mente, significante y significado, observador y observado, placer y dolor) nos lleva a la confusión y al sufrimiento, porque la vida no funciona así. Ni la literatura tampoco.
Una narración es una unidad de sentido en la que tan importante es aquello a lo que queremos apuntar (el fondo) como la manera en que lo hacemos (la forma), porque si modificamos el primero cambiará necesariamente la segunda, y viceversa. Es decir, el modo en que nos relacionamos con aquello que queremos transmitir es tan importante como el mensaje en sí, y cómo este le llegue al lector tendrá que ver con las dos facetas.
Esta indivisibilidad entre fondo y forma es algo que quien escribe ha de tener muy en cuenta, porque cuanto más escindididos tenga estos dos aspectos en su cabeza, peor funcionarán sus narraciones.
Ahora, bien, precisamente por la tendencia que tenemos a polarizarlo todo, y también porque para entendernos y aprender necesitamos señalar la diversidad existente dentro de la unidad, es de utilidad tratar fondo y forma por separado (aunque siempre teniendo en cuenta que forman parte de algo unitario que los engloba).
Para ello, voy a hacer 3 clasificaciones que nos van a ayudar a indagar en lo que lleva aparejada la diferenciación entre fondo y forma, desde lo más superficial a lo más profundo.
Cuando escribimos hemos de estar atentos —en el plano del lenguaje— al contenido de las frases que usamos, y también a cómo disponemos las palabras dentro de las frases, las frases dentro de los párrafos y los párrafos dentro del… Clic para tuitear
Plano lingüístico: Contenido y estilo
En una palabra tenemos lo que se llama «significado» (por ejemplo, el significado de la palabra «silla» alude al «objeto de cuatro patas que usamos para sentarnos») y el significante (es decir, los fonemos concretos que conforman la palabra, que en este caso y en castellano serían la /s/, la /i/, la /l/, la /l/ y la /a/). Significado y significante están interrelacionados, ya que si para designar el objeto de cuatro patas en el que nos sentamos usáramos otro significante, por ejemplo, «p-e-r-r-o», no nos entendería nadie. Aunque hemos de tener en cuenta que esto es una simple convención, ya que esta interrelación entre significado y significante puede variar (de hecho, lo hace en otros idiomas).
De la misma forma, cuando escribimos hemos de estar atentos —en el plano del lenguaje— al contenido de las frases que usamos, y también a cómo disponemos las palabras dentro de las frases, las frases dentro de los párrafos y los párrafos dentro del texto.
Y el contenido, la sustancia de lo que contamos, está en interrelación con el continente o el envase en que se lo ofreces al lector. Si ofreces aceite de oliva en un frasco de perfume resultará tan desconcertante como si ofreces orquídeas en una garrafa. El léxico, la musicalidad, el tono, la puntuación, la expresividad, las metáforas, el ritmo, la gramática… todo esto ha de ser armónico con el significado de lo que queremos transmitir, para que llegue a quien lee como una sola cosa, como algo indivisible (que es lo que es, en el fondo).
Cada escritor tiene su propio estilo y también sus propios contenidos (que están interrelacionados), pero, aparte, en cada narración que escriba habrá variaciones sustanciales de lenguaje, en función de lo que en esa narración en concreto se esté contando. No se pueden usar las mismas palabras, metáforas, ritmo, etc. si el narrador es un niño o un adulto, si se está narrando algo con ironía o de forma solemne, si se trata de un relato de terror o intimista. De la misma forma, dentro de una misma narración, estos elementos variarán también si estamos realizando la descripción de un paisaje o contando una persecución.
Y, como nuestra tendencia es a dividir y tenemos muy fragmentada nuestra interioridad, a veces se produce una fragmentación también en nuestros textos: usamos un lenguaje de formulario de Hacienda cuando a nuestro protagonista se le acaba de morir un ser querido, ponemos a un niño a hacer disquisiciones filosóficas o usamos frases retorcidas y larguísimas que atentan contra la naturalidad de nuestros personajes.
El lingüístico es el nivel más superficial, pero esencial, porque si el escritor comete errores en este nivel, si contenido y estilo no están compenetrados, el lector no se creerá nada de lo que está leyendo, por muy profundo que sea lo que quiere trasladar el autor. De hecho, lo más posible es que no pase de la segunda línea, porque las distorsiones entre contenido y estilo podríamos decir que hacen daño a la vista.
Plano discursivo: Tema y argumento
Tema y argumento serían los aspectos que, en el plano discursivo, se corresponderían con fondo y forma.
El tema es la idea fundamental de la historia. Es un común denominador, una constante que aparece una y otra vez en una narración: los celos, el amor frustrado, la muerte, el dinero, la solidaridad… Es aquella palabra, expresión o frase que podría resumir, en abstracto, aquello de lo que trata nuestra historia.
Un tema no debería resultar confuso ni rebuscado y deberíamos desconfiar de aquellos temas que nos exijan demasiadas palabras para ser enunciados. De hecho, el tema no debería expresarse con mucho más que una simple oración.
Un relato en el que el autor no se remite al tema se desmigaja, pierde fuerza, se malogra.
Decía Juan Rulfo que solo hay tres temas: el amor, la vida y la muerte. Pero lo cierto es que se pueden hacer muchas combinaciones de esos tres temas básicos. Sexo, poder, dinero, enfermedad, el paso del tiempo, la familia… son otros temas que tocan lo profundo del ser humano.
El tema que elijamos no es lo único importante, sino la forma que se le dé, su tratamiento, el modo en que se refresque dicha temática a través de una narración original Clic para tuitear
Casi todo lo que se nos ocurra escribir, tendrá que ver con alguno de estos tópicos que la literatura ha tratado reiteradamente y desde tiempos inmemoriales. Cuando se ha leído mucho sobreviene la inseguridad. ¿Qué es lo que yo puedo decir con originalidad sobre estos temas que ya han tratado los mejores escritores?
Y aquí entra la otra parte de la ecuación. El tema que elijamos no es lo único importante, sino la forma que se le dé, su tratamiento, el modo en que se refresque dicha temática a través de una narración original: es decir, el argumento. Cuanto más personal sea la manera de tratar el tema (que es universal), más interesante será la historia.
El tema principal es la columna vertebral de cualquier narración. El lector no quiere ser despertado de ese sueño vívido de la ficción por incoherencias o por estar preguntándose «¿de qué va todo esto?, ¿qué me están contando?». Eso se produce cuando el tema es errático o cuando quiere abarcar, sin conseguirlo, demasiados asuntos diferentes.
Por poner un ejemplo, el tema de La metamorfosis, de Kafka, sería la soledad, la incomunicación y la dificultad para sobrevivir que tienen los débiles o los que son diferentes.
El argumento de un relato sería aquello que se cuenta, mientras que el tema sería lo que se quiere expresar con lo que se está contando. Clic para tuitear
Vaya por delante que un buen tema (un tema válido) no tiene por qué ser original ni único ni inolvidable (algo que un argumento sí tiene que preocuparse por ser). Pero sí debe encerrar una paradoja, un conflicto, una escisión, un descuadre. «El amor prohibido» es claramente un tópico literario, porque ya de entrada nos plantea un obstáculo, una paradoja, un misterio que resolver. «Los ricos también lloran» es otro buen tema porque, de nuevo, nos plantea una disonancia, la ruptura de un tópico. «La alegría de hacerse rico», sin embargo, difícilmente constituirá un buen tema (o sea, un tema válido) para un relato, porque no plantea nada: es una mera constatación, y bastante obvia.
Entonces, el argumento de un relato sería aquello que se cuenta, mientras que el tema sería lo que se quiere expresar con lo que se está contando. A simple vista parece obvio que si cuando nos sentamos a escribir no sabemos qué queremos contar, difícilmente podremos llegar a darle un tratamiento adecuado. Y, sin embargo, esa es una de las principales dificultades con las que se encuentra el aprendiz (y no tan aprendiz) de escritor. Muchas veces a los profesores se nos van horas en tratar de delimitar qué es lo que un/a alumno/a se trataba de contar a sí mismo con aquella sucesión de hechos argumentales sin aparente conexión que ha volcado al papel. Lo que le tocará a continuación, ya te puedes imaginar lo que es: reescribir el cuento… o poner más atención a lo que quiere contar en el siguiente.
Dado que, como decíamos al comienzo del artículo, la división que establecemos entre forma y fondo no es real sino meramente operativa, se hace evidente que si el tema (el fondo) está fallando en un relato, el modo en que lo concretamos (la forma) fallará en la misma medida, porque no tendrá un terreno firme al que adecuarse. Y viceversa, si no damos con un buen argumento (personal, original) con el que hacer llegar el tema, también estaremos abocados a una ficción mediocre.
Ir del tema al argumento sería como pasar del estado gaseoso al estado líquido. O de las buenas intenciones a un proyecto de actuación. Clic para tuitear
Plano estructural: Trama y acción
Pero vamos a seguir profundizando, y a pasar del plano discursivo al estructural, en el que fondo y forma equivaldrían a trama y acción.
Ir del tema al argumento sería como pasar del estado gaseoso al estado líquido. O de las buenas intenciones a un proyecto de actuación. Si sabemos lo que van a hacer nuestros personajes estaremos a tiempo de rectificar errores tan comunes como escribir una anécdota en lugar de un relato, irnos por las ramas o demorarnos en extensas descripciones.
Un relato es fundamentalmente acción, y el hilo de acción que ha de atravesar de principio a fin la historia más vale tenerlo claro desde el principio. Así que, igual que hemos de tener claro sobre lo que queremos escribir, también tenemos que saber por medio de qué hechos lo expresaremos.
Las acciones que se han delimitado en el argumento habrá que colocarlas de tal modo que adquieran una conexión entre ellas («esto ocurre porque ha ocurrido esto otro», y no «esto ocurre después de esto otro»), de tal forma que adopten una estructura que resalte las acciones más importantes del argumento. ¿Cuáles son esas acciones importantes? Aquellas que ayuden a que el tema sobresalga entre líneas. Es decir, de alguna forma, la trama sería la bisagra que une la temática con el argumento.
El tema es la base; el argumento, las acciones en su sucesión cronológica; y la trama, las acciones en su sucesión causal. Clic para tuitear
Resumamos: el tema es la base; el argumento, las acciones en su sucesión cronológica; y la trama, las acciones en su sucesión causal. El autor tendrá que decidir ese orden según lo que quiera transmitir, es decir, según cómo quiera que llegue el tema al lector.
Y dando una vuelta de tuerca a este asunto, podríamos decir también que la acción de una historia serían los hechos colocados unos detrás de otros, mientras que la trama tendría que ver con un análisis lógico-causal de estos.
Lo ejemplifico con un corto pasaje de Madame Bovary en el que Carlos Bovary, el día que conoce a Emma y después de haber entablillado la pierna a su padre, se va a marchar de la casa:
Cuando Carlos, después de subir a despedirse del padre, volvió a la sala antes de marcharse, encontró a mademoiselle Rouault de pie, apoyada la frente contra la ventana y mirando al jardín, donde el viento había tirado los rodrigones de las judías.
Se volvió.
—¿Busca algo? —preguntó.
—La fusta, por favor —repuso el médico.
Y se puso a buscar sobre la cama, detrás de las puertas, debajo de las sillas; la fusta se había caído al suelo, entre los sacos y la pared. Mademoiselle Emma la vio; se inclinó sobre los sacos de trigo. Carlos, por galantería, se precipitó sobre ella, y, al alargar también el brazo en el mismo movimiento, notó que su pecho rozaba la espalda de la muchacha, inclinada debajo de él. Emma se incorporó muy sonrojada y le miró por encima del hombro, tendiéndole el látigo.
En vez de volver a Les Bertaux tres días más tarde, como había prometido, volvió al día siguiente, y luego dos días fijos por semana, sin contar las visitas inesperadas que hacía de vez en cuando, como por equivocación.
La acción de este fragmento sería:
Carlos baja a la sala después de despedirse del padre de Emma. Se la encuentra junto a la ventana y ella le pregunta si necesita algo, a lo que él responde que busca su fusta. Emma se pone a registrar la habitación y, cuando la encuentra, Carlos se precipita a cogerla. Roza la espalda de la chica. Ella se vuelve y le tiende el látigo. [El médico se marcha.] Carlos vuelve al día siguiente, y luego dos días fijos por semana, haciendo también algunas visitas inesperadas.
La trama la podríamos resumir así:
Carlos empieza a visitar con sospechosa frecuencia la casa de los Rouault a partir del día en que, tras haber atendido al padre de Emma, mantiene con ella, con la excusa de una fusta caída entre algunos sacos, una escena galante sazonada de erotismo.
Probemos a darle otro apretón sintético al texto:
Acción: Carlos baja a la sala y Emma lo ayuda a encontrar su fusta. A partir de ese día, el médico realiza frecuentes visitas a la casa.
Trama: Carlos se está enamorando de Emma, y a ella no le repele.
Como se puede observar, la acción pertenece más al nivel textual y la trama al nivel intelectual, analítico o interpretativo. Para entender la acción, nos basta con saber leer y conocer el significado de las palabras; para llegar a la trama, tenemos que utilizar la razón. Un niño que acabe de aprender a leer, de este fragmento extraerá la acción, pero no la trama.
Este engranaje de poleas compuesto de acción y trama lo está manejando constantemente el escritor de forma intuitiva o consciente; el escritor y, en su momento, el lector, que analiza los hechos concretos y saca sus propias conclusiones, que en general coinciden con las pretensiones del escritor (si este ha sido hábil). En el fragmento de Madame Bovary lo que acaba concluyendo el lector es: «Vaya, vaya. Estos dos van a acabar liándose».
Si en vez de un pasaje analizamos una obra entera siguiendo la pista a estas dos orugas que son la acción y la trama, nos encontramos con que en cualquier ficción de calidad hay dos historias: una en el nivel superficial o textual, que es a su vez la que mantiene la atención directa del lector, la narración visual y concreta; otra, en un estrato más profundo o conceptual, cuyo entendimiento exige un esfuerzo de abstracción por parte del lector y a la vez le proporciona un enriquecimiento espiritual.
Las dos historias (que en realidad son dos facetas de la misma) deben llevar el mismo paso; una por la superficie, otra por el subsuelo. Si una avanza más rápidamente que la otra, la conexión entre ambas se pierde y la narración se ve descompensada.
Que la trama permanezca escondida no quiere decir que no exista. Imaginemos que la acción es la carretera bien asfaltada y visible —hecha de sólidos materiales— por la que avanzamos, y la trama un río que siempre corre paralelo pero oculto en su cauce, fluido y escurridizo. Pues bien, cada una de las acciones, objetos y diálogos que nos encontramos en la carretera son grandes señales de tráfico que apuntan al río que se esconde tras los matorrales, a la historia paralela y oculta, pero que el lector podrá descubrir e interpretar.
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Espero que todas estas clasificaciones no hayan servido para fragmentar más tu mente, porque mi intención es la contraria: hacerte comprender que forma y fondo, contenido y estilo, tema y argumento, trama y acción, son indisociables en cualquier narración. Es bueno saber que existen estas dos esferas (que tienen que ver con el todo y las partes, con lo universal y lo particular, con lo absoluto y lo relativo, con lo divino y lo humano), y que tendemos a vivirlas de una forma disociada, porque eso nos permitirá realizar el camino hacia la integración.
1 comentario en «¿Qué es más importante, el fondo o la forma? 3 clasificaciones que te ayudarán con la respuesta»
Qué interesante, Isa, gracias.
Feliz día.