Somos seres relacionales, y en la vida nos movemos en diversos planos de relación, como serían la relación que mantenemos con nosotros mismos, la que mantenemos con nuestra pareja, familia y/o seres más cercanos, la que mantenemos con nuestros conocidos, la que mantenemos con la sociedad y la que mantenemos con el género humano, entre otras.
Ahora mismo lo más seguro es que todos esos planos de relación estén seriamente tocados. Como seres humanos parecemos abocados a la autodestrucción, como sociedad hemos demostrado nuestra incompetencia para el consenso y la paz, con nuestros seres más cercanos estamos muertos de miedo (de perderlos, de no poder mantenerlos, de que no puedan mantenernos…), y de nosotros mismos casi ni nos acordamos, porque estamos demasiado ocupados tratando infructuosamente de que lo de fuera se ajuste a nuestras expectativas.
La relación contigo mismo es la más importante de todas; si esa relación no la cultivas lo suficiente, ninguna de las otras puede funcionar bien. Clic para tuitear
Sin embargo, la relación contigo mismo es la más importante de todas, porque si esa relación no la cultivas lo suficiente, ninguna de las otras puede funcionar bien. Por ejemplo, si estás muy preocupado por la guerra en Ucrania pero no eres capaz de percibir tus propias batallas internas, sin darte cuenta estarás usando la violencia de fuera para echar más leña al fuego interno… y viceversa.
Cuando las circunstancias a tu alrededor permanecen más o menos estables, esta disonancia entre lo externo y lo interno no es tan evidente. Es decir, mientras el exterior se ajuste (más o menos) a tus expectativas acomodaticias, no te das cuenta de hasta qué punto estás desconectado de ti mismo. Pero cuando el exterior te falla, como te estará pasando en los últimos tiempos, cuando pierdes la sensación de tenerlo todo controlado, entonces te das cuenta de que no tienes nada a lo que agarrarte. De que ni siquiera te tienes a ti mismo. Eso es a lo que yo llamo «perder el centro».
No hablo para sentar cátedra ni mucho menos. Te hablo de mi propia experiencia. Yo soy la primera que en los últimos años no tengo suelo bajo los pies. Cuando hablo con mis hijos (de 15 y 16 años) del futuro, de lo que van a ser de mayores, se me pone un nudo en el estómago y por dentro me pregunto: «¿Pero qué futuro?». El otro día me pillé pensando: «En fin, lo bueno de todo esto es que no tengo que preocuparme por los planes de jubilación».
A la vez que me pasa esto, hay dos apoyos que me hacen confiar. El primero es la meditación, que me da la certeza de estar en un camino que me va sacando del autoengaño de creerme un ente permanente, independiente y separado de los demás. El segundo apoyo que me conecta con mi centro es la escritura, porque me aporta un espacio de gozo creativo y libertad donde la consciencia puede expandirse sin las ataduras de eso que considero «real» pero que no son más que los patrones habituales que me hacen sufrir.
Cómo me ayuda a mí la meditación a recuperar mi centro:
- Sé íntimamente que lo que me hace sufrir y me tiene muerta de miedo no es la guerra de Ucrania o quedarme sin trabajo o ni siquiera morirme, sino que es esa frontera que pongo entre yo y los demás, entre yo y mis emociones, entre yo y mis pensamientos, y que me lleva a relacionarme con todo eso con apego y con rechazo. No soy una ilusa, también sé que estoy al principio del camino (aunque lleve más de veinte años meditando), pero lo que llevo recorrido ya me ha compensado con creces, porque no es un camino acumulativo sino experiencial.
- El vínculo con mi maestra me permite saborear en todo momento los efectos del amor y la compasión o, lo que es lo mismo, de una consciencia abierta y no dual. En mi maestra veo (y se me clava) la punta de flecha de todo un linaje de transmisión que no se pierde en los reflejos que produce la proyección de los estados mentales en el exterior. Los efectos benéficos de todo esto los siento en mí y en todos mis compañeros de meditación, lo que me hace abrirme y confiar más y más (en mi maestra, en mis compañeros y en mí). Eso me sitúa en un centro cada vez más expansivo, que no se repliega en sí mismo, es decir, que se va alejando del egocentrismo.
- No tener centro me hace sentirme perdida, y sentirme perdida me lleva a la desconexión y la ceguera de lo que realmente estoy experimentando en mi mente, en mi corazón y en mi cuerpo. Al meditar, conecto con esas tres esferas, y experimento lo que ocurre en ellas. A menudo no me gusta nada lo que experimento y lo que veo, pero las pautas de la meditación me ayudan a relacionarme con ello —incluido con mi desagrado— sin lucha. Al relacionarme con ello con menos violencia, se va abriendo el campo de lo que veo, mi comprensión —una comprensión no intelectual que no caduca— aumenta y vuelvo a sentirme centrada.
- Cuando pierdo mi centro, pierdo también el control de mi vida y me muero de miedo en ese terreno de nadie. Cuando medito y me permito sentir ese miedo y esa pérdida de control, ya no son tan terribles. Lo que los hacen terribles son los pensamientos y creencias que superpongo sobre ellos. La experiencia en sí es, simplemente, experiencia. Es más, es justo lo que me permite dar un hilo de continuidad a mi vida. Si hay algo que en ningún momento he perdido, es la experiencia (la tache de mala, buena o regular). Eso me aporta un punto de referencia que me hace poder navegar en mares revueltos.
La escritura también me ayuda a encontrarme a mí misma:
- Escribir me conecta con mi esencia más allá de lo que me da miedo, más allá de las convenciones, más allá de lo que me gustaría o no me gustaría, más allá de mis pensamientos y creencias. Al relajar mi «ser social» y dar rienda suelta a mi «ser creativo» me encuentro con algo más auténtico y experiencial en lo que sí puedo confiar. Es como poder quitarme de una vez todas esas máscaras tan incómodas con las que me cubro en mi vida cotidiana para aparentar normalidad. Y, desde mi esencia desnuda, me resulta mucho más fácil relacionarme con el exterior.
- A través de la exploración de mis personajes, disuelvo mi egocentrismo y me permito empatizar con cualquier clase de persona con ecuanimidad, comprendiéndola sin juicios. Mis personajes no son yo y, sin embargo, son más yo que nadie. Me enseñan que no soy la que creo que soy, sino que soy un ser múltiple y que, precisamente, eso es lo que me aporta estabilidad y fluidez, mucho más que agarrarme a una serie de ideas fijas y rígidas sobre mi persona que nada tienen que ver con la realidad y que se desmoronan a cada instante.
- Cuando escribo atravieso las experiencias emocionales que en mi vida me desbordan, y gozo de ello. Trabajo creativamente con el miedo, los bloqueos, la vergüenza, la rabia, la desesperación… Saber que cualquier emoción, por horrible que nos pueda parecer, es digna de vivirse, y también que podemos dejarla pasar, me tranquiliza y me hace estar centrada, aunque el oleaje emocional sea intenso.
- La escritura aplaca mi tendencia a dividirlo todo en bueno y malo, positivo y negativo, blanco y negro. En literatura tiene el mismo valor una flor delicada que una caca de perro. Lo aparentemente «malo» y conflictivo me proporciona, a través de la ficción, momentos maravillosos e inspirados. De ese modo, mi consciencia se expande sin perder el centro, porque el centro (el mío y el de todos) siempre tiene que ver con el amor, la compasión y la ecuanimidad.
Estos son algunos de los aspectos de la escritura y la meditación que a mí me ayudan cada día a no volverme loca en esta locura de mundo. Me hacen ver, de hecho, que la locura es solo un punto de vista, y no necesariamente el que quiero adoptar, por mi bien y por el de los demás.
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Aquí tienes la información sobre mi programa RECUPERA TU CENTRO.
1 comentario en «Recupera tu centro a través de la escritura y la meditación»
¡Buenísimo!