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Regar el desierto con cuentagotas

un arbol sobre un oasis del desierto

21 de septiembre de 2020

 

Hace un año justo publiqué en el blog un artículo titulado Vivir sin miedo, donde hacía recapitulación del año anterior, en el que había descubierto mi samsara particular (llamado «trastorno de trauma del desarrollo»), y había emprendido bastantes acciones para afrontarlo.

Piedrecita blanca o piedrecita gris: mi balance de 2020

Los coptos metían una piedrecita cada día en una vasija. Blanca si el día había sido bueno, gris si había sido regular. Al final de su vida hacían balance entre piedras blancas y grises. Share on X

Me gustaría ahora realizar un balance de este último año. Por cierto, hablando de balances, cuando era pequeña mi padre me contaba que hubo una civilización (creo que eran los coptos) en que sus miembros cada día, antes de acostarse, metían una piedrecita en una vasija. Si el día había sido feliz, introducían una piedrecita blanca; si el día había sido desgraciado, introducían una piedrecita gris. Y al final de su vida, hacían balance, a ver si su existencia había sido en su conjunto feliz o desgraciada. Esa anécdota me impresionó profundamente, aunque en aquel momento no tenía las herramientas suficientes para saber por qué.

Lo que de niña sabía solo intuitivamente era que los que padecemos este trastorno lo llevaríamos crudo siendo coptos, porque la esencia misma del trastorno tiene que ver con percibir la realidad como una amenaza, y quizá lo último que seamos capaces de soltar sea la negatividad, ya que nos sentimos demasiado identificados con ella, hasta el punto de haberse convertido en nuestro inhóspito hogar interno. Mientras medito, cuando no estoy paralizada, congelada o evadida (lo que me ocurre a menudo), reproduzco una y otra vez ambientes áridos y desagradables. Es una tentación demasiado grande irme a los lugares conocidos, aunque sean horribles, antes que enfrentarme a lo desconocido.

Bueno, pues si el año anterior fui dejando caer las capas de la frialdad, de la ceguera y el orgullo, admitiendo mis limitaciones y poniendo solución a los problemas más acuciantes, como era la propia subsistencia y la de mis hijos, durante este año he ido familiarizándome con esos ambientes inhóspitos. Si nunca has pasado por esto, seguro que piensas que para qué familiarizarse con la aridez del desierto, pudiendo irte a vivir a la selva amazónica. Bueno, en lo que atañe a este trastorno, ninguna solución es simple y directa, quizá por eso también se llama «trauma complejo». Cualquier paso que das para escaparte de tu situación se vuelve en tu contra, aumenta el estrés y entierra más las partes de ti mismo que no quieres ver pero que están ahí, manejando los hilos de tu vida desde el subsuelo.

En lo que atañe al trastorno que me acompaña, cualquier paso que das para escaparte de tu situación se vuelve en tu contra, aumenta el estrés y entierra más las partes de ti mismo que no quieres ver. Share on X

La única solución pasa, pues, por explorar cada granito de arena de tu desierto particular, adoptarlo, ponerle nombre, quitarle la mordaza, permitirle existir, jugar a las excavaciones, dejarte enterrar… Solo entonces podrás, un día, encontrar las fuentes de agua subterráneas que subyacen a las dunas, esos manantiales con los que se topó cierto aviador y su querido Principito y que no son, ni mucho menos, evidentes para los ojos.

Este año, por si vivir en el infierno de motu proprio fuese poco, ha sobrevenido una pandemia mundial. No ha sido mala prueba pasar por la enfermedad en mi propia travesía del desierto, encontrarme de frente con mi muralla china particular y un grafiti enorme en ella dándome la bienvenida: «No pasarás». Echarme a dormir a sus pies en mi tabla de faquir, despertarme una y otra vez dolorida y empapada en sudor con mi eterno pitido en los oídos y una voz incluso más chillona que los acúfenos gritándome: «Nunca descansarás». Rebelarme una y otra vez contra lo imposible: mi cuerpo, mis células, mis pensamientos, mis emociones, toda mi persona en batalla campal contra mi propia existencia.

Cuando escribo todo esto una voz me susurra al oído: «Qué exagerada eres, mujer… ¿Y todas las cosas buenas que te han pasado este año?». Y sí, sé perfectamente que el año me ha traído muchas cosas buenas, pero siempre pueden —siguen pudiendo— en mí las sensaciones desagradables, lo negativo, y esa preponderancia es precisamente el infierno, el desierto, la muralla. Si te escapas, te metes en una mentira mastodóntica; si permaneces, te achicharras como una polilla pegada a un foco incandescente.

Gracias a la persistencia de permanecer ahí, se han dado muchas cosas buenas este año: la conexión con mis hijos, la comunión con mis estudiantes, la autenticidad con mis amigos, la comunicación con mis lectores y, sobre todo, la… Share on X

Y a la vez, gracias a la persistencia de permanecer ahí, cerrando el corazón al abrasarme y volviendo a abrirlo una y otra vez, como una palpitante anémona de secano, se han dado todas las cosas buenas que me han ocurrido este año: la conexión con mis hijos, la comunión con mis estudiantes, la autenticidad con mis amigos, la comunicación con mis lectores, pero, sobre todo y sin lo cual nada de lo otro habría sido posible, la ternura hacia mí misma y mis procesos.

Regar el desierto desde abajo

Ese pálpito de un corazón abriéndose y cerrándose en medio del desierto es el que va bombeando el agua de las fuentes subterráneas hasta regar la arena desde abajo. Lo sé. Es de locos. ¿A quién se le ocurriría regar el desierto, y menos desde abajo? Y, sin embargo, según la lógica aplastante aunque no lineal que rige este trastorno, la única forma de subsistir en el desierto es regarlo grano a grano. O, diciéndolo de otra forma, conectar con los ríos subterráneos del amor que subyacen a todos los seres y a todas las cosas y dejar que el agua vaya subiendo en dosis mínimas.

Hace falta paciencia y perseverancia para regar el desierto desde abajo con cuentagotas. Nunca las tienes todas contigo, los espejismos quieren arrastrarte a otro lugar (el de siempre), y la muralla está ahí todo el tiempo, no desaparece por más que intentes ignorarla. Pero gracias a las ráfagas en que el corazón permanece abierto, has podido vislumbrar la verdad subyacente, la ilusión del constructo que te hace la vida imposible, la inutilidad de querer escapar de algo que no existe y la preeminencia de algo mucho más grande y generoso que abraza todo lo demás. Así que te levantas cada día de tu tabla de faquir, pones en marcha el bombeo de tu corazón y vas regando con cuentagotas la parcela que te toque ese día, sabiendo que la aparente solidez del desierto que aún te mantiene atrapada es proporcional a su inexistencia, igual que la del oasis que, muy poco a poco, va aflorando.

Si a día de hoy fuese una copta que va a acostarse, no sabría si meter en la vasija una piedra blanca o una gris. Incluso podría decir que ambas tendrían igual valor.

Mi acompañamiento Romper el Hielo está dirigido a las personas a las que, como a mí, se les hace la vida cuesta arriba y desean explorarla con las herramientas de la escritura, la meditación y la indagación de las emociones. Share on X

Hace un año justo inauguré mi acompañamiento Romper el Hielo, que ahora abre su segunda convocatoria y está dirigido a las personas a las que, como a mí, se les hace la vida cuesta arriba y desean explorarla con las herramientas  de la escritura, la meditación y la indagación emocional (que son las que conozco a fondo y a mí, personalmente, me han ayudado).

Con el grupo que llevó a cabo este acompañamiento el año pasado, y ante el deseo de seguir profundizando en lo explorado, vamos a continuar con otro curso que hemos dado en llamar «Echar Raíces». Dirás que vaya rollo si primero hay que descongelar el mundo para luego atravesar el desierto, aprendiendo a acariciar todos los granitos de arena, y solo después de mucho riego con cuentagotas puede brotar algo. Pero, como te decía, esto no sigue una lógica lineal, y las prisas por avanzar no son sino un síntoma más de que estás evadiéndote y negándote la oportunidad de abrir el corazón y experimentar cada precioso instante del recorrido.

Si deseas compañía en un viaje (sin prisas) hacia la autenticidad, espero que podamos romper el hielo juntos a golpe de corazón y creatividad.

12 comentarios en «Regar el desierto con cuentagotas»

  1. Me ha emocionado imaginarte regando el desierto grano a grano, como si supieras apreciar el prodigio de cada cosa pequeña, que renuncia a desplegar su maravilla para hacer algo más grande.
    Gracias por hacer Romper el Hielo y darnos tu calor.

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  2. El desierto de Atacama es el desierto más seco de la tierra, pero cada aprox. 7 años ocurre un milagro y este paraíso de la aridez florece, yo personalmente no lo he visto, pero sí conozco a personas que han podido asistir a esta gran metáfora de nuestra propia aridez.
    saludos

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  3. Solo de leer la entradilla que escribes para introducir el post ya se me han llenado los ojos de lágrimas. Leyéndolo he llorado bastante más, aunque también me ha salido alguna carcajada. Para mí eres una maestra mostrando el alma humana. Aprendo mucho de tí.
    Gracias Isa.
    PD. Me ha encantado la historia de las piedras blancas y grises.

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    • Gracias, por tus palabras, Paloma. Me encanta poderte arrancar alguna carcajada entre las lágrimas ;-D.

      Un fuerte abrazo,

      Isa

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  4. Me ha faltado decirte que estoy de acuerdo en que el valor de las piedras blancas y grises es el mismo. Además he comprobado que la palabra PD. no está en el Diccionario de la lengua española. Solo aparece postdata o posdata.
    Un abrazo enorme.

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    • «P. D.» no es una palabra, sino una abreviatura para «Postdata». No esta en el DRAE, porque en el diccionario no aparecen las abreviaturas, pero es perfectamente correcto usarla, con puntos, eso sí.

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      • ¡Gracias! Acabo de aprender algo nuevo. No sabía que no aparecen las abreviaturas, la busqué porque me parecía que tenía que haber puesto los dos puntos pero como no la encontré llegué a una conclusión errónea.

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  5. Hola, Isa.

    Tus artículos son siempre muy interesantes, esclarecedores y aportan, dentro de esta oscuridad que nos rodea ahora, un camino por el que transitar. Leer y escribir son grandes opciones: ensancha el mundo, alerta nuestra mente. Gracias por tu generosidad, como siempre. Un fuerte abrazo.

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