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Salir del aislamiento a través del amor

aislamiento por coronavirus, superarlo con el amor

14 de marzo de 2020

He pensado tantas cosas en la última semana… Parece que no podemos pensar ni hablar de otra cosa que no sea el coronavirus; incluso cuando hablamos de otra cosa es solo para no hablar de «eso». Así que no voy a ser hipócrita y voy a hablar de ello directamente.

Fuera hipocresía. Sí,  esto va del coronavirus

Somos una legión de cabezas pensantes que buscan salir del laberinto de la incertidumbre. En mi caso, no solo es que piense. El corazón me late descontroladamente, mi cabeza está nublada, mi estómago siente un vacío de ansiedad y las emociones vienen en ráfagas rápidas que me tumban.

Y eso que podría decir que no he dejado de hacer apenas nada que hiciese antes, y tampoco he hecho cosas nuevas, aparte de mirar compulsivamente el móvil. Trabajo habitualmente en casa, la mayoría de mis grupos los llevo online, y los que no, los puedo adaptar a la distancia con relativa facilidad, llevo una vida bastante austera (a mis amigos los veo cada tres meses o más, salgo muy poco al cine, a bares, a restaurantes…), y encima esta semana los niños estaban con su padre. Por eso, me ha resultado doblemente extraño verme metida en esta vorágine emocional.

El chiringuito tan guay que me había montado se ha ido a tomar vientos esta semana, se ha roto la burbuja en la que permanecía, aislada del mundo, y ha entrado una avalancha de gente en tropel. Ahora todo el mundo está confinado,… Share on X

No haber tenido que cambiar apenas mis hábitos a raíz de lo ocurrido cuando a muy buena parte de la población se le ha dado la vuelta a su existencia de un día para otro me ha hecho reflexionar. Esta es la vida a la que me han conducido, por un lado, mis tendencias y, por otro lado, mi laborioso trabajo con ellas. Sabiendo que soy altamente sensible a los estímulos, que emocionalmente me veo fácilmente desbordada, que mis esquemas mentales me suelen llevar al colapso, a la sensación de culpa, fracaso, desesperación, etc., habiendo dedicado años y años a desgranar la madeja enmarañada de mis sentimientos y pensamientos a través de la terapia, la meditación, la escritura, la lectura, el estudio… he llegado a un estilo de vida bastante restrictivo, con ciertas rutinas que me ayudan a no descentrarme, huyendo de aquellos ambientes que me resultan tóxicos (llenos de virus emocionales para los que mi sistema inmune no está preparado), con la visión puesta en mantenerme lo más lúcida y relajada posible para sacar a mis hijos adelante, dañar lo menos posible a las personas que me rodean y, con todas mis limitaciones a cuestas, ayudar a quienes lo requieren con las herramientas que a mí me han servido.

Bueno, pues el chiringuito ese tan guay que me había montado se ha ido a tomar vientos esta semana. Es como si se hubiese roto la burbuja en la que permanecía, aislada del mundo, y ha entrado una avalancha de gente en tropel a la celda de mi convento. Ahora resulta que todo el mundo está confinado (como yo), que todo el mundo tiene las emociones a flor de piel (como yo), que todo el mundo siente incertidumbre y ansiedad (como yo), que todo el mundo siente la fragilidad de la vida (como me pasa a mí constantemente). ¡Pues bienvenidos a mi estado natural!, es lo que me sale decir.

Y digo de verdad lo de bienvenidos, porque, aunque me da por saco, también me ha venido estupendamente que estallase esa mampara que me aislaba del resto. Es curioso que, con este supuesto aislamiento, haya llegado el reencuentro. Y quizá no sea yo la única que lo ha sentido así.

Aislar para tocar: el pasado que siempre es presente

Ayer salí a comprar al super y fue una sensación muy curiosa: todas las personas que nos cruzábamos por la calle éramos conscientes unas de otras. Nos mirábamos, nos sentíamos, nuestros cuerpos se experimentaban, medíamos nuestros movimientos y nuestro acercamiento como en un baile, respirábamos flojito e incluso, justo al cruzarnos, conteníamos unos segundos la respiración, mientras nuestros corazones se fundían solidariamente antes de seguir nuestro camino.

No era una sensación desconocida para mí la de percibir con intensidad a las personas que me cruzo por la calle, que veo en el metro, que me encuentro en el supermercado; eso es lo que me suele pasar. La diferencia estaba en que ayer me sentía acompañada en lugar de aislada de ellas. Yo pensaba que esta maldita hipersensibilidad era una tara mía, debida a que mi amígdala no filtraba bien todo lo que entraba por mis sentidos. Bueno, pues ahora resulta que todos vamos a ser altamente sensibles, que eso no va a ser tan malo después de todo, que a lo mejor era yo la que estaba interponiendo un aislante para que nadie me tocase la fibra sensible y que miraba a los demás siempre a través de un cristal.

Qué extraño esto de haber tenido que aislarnos para tocarnos.

Junto con esta hipersensibilidad generalizada, ha venido también un aluvión de pensamientos aparejados, la necesidad de fijar, explicar, proyectar, opinar, reivindicar, someter a juicio, prever, establecer, decretar e instaurar. Share on X

Ayer decidí que, para recuperar un poco el centramiento dentro de esta avalancha de gente que se ha colado en mi celda, tenía que racionarme el whatsapp, dedicar un mínimo de hora y media diaria a la práctica de la meditación, hacer ejercicio, seguir trabajando y escuchar música. Tanto whatsapp me estaba aturdiendo. Junto con esta hipersensibilidad generalizada ha venido también un aluvión de pensamientos aparejados, la necesidad de fijar, explicar, proyectar, opinar, reivindicar, augurar, someter a juicio, prever, establecer, decretar e instaurar. Estaban los abanderados del despertar, los defensores del virus, los detractores del virus, los conspiranoicos, los ingenuos, los entretenedores, los del papel higiénico, los alarmistas… y yo en un mar de pensamientos sin fin. Y sin finalidad.

Esta mañana me he despertado prontito y he hecho jujong (un tipo de yoga tibetano). Luego he meditado, y me he preparado el desayuno mientras encendía el ordenador. Le ha costado un montón arrancar, y luego no me funcionaba el programa de correo. He pensado que los servidores estarían colapsados. Tampoco me funcionaba bien el navegador. No podía abrir el Word. Nada. He entrado en pánico. Y sin poder salir de casa. ¿Qué iba a hacer yo sin ordenador? ¿Qué nos iba a pasar? Iban a ser meses así. Mucha gente sin trabajar, sin ingresos. ¿Qué iba a ser de nosotros?

Al ver por dónde iba la cosa, he decidido parar la avalancha de pensamientos y echarle paciencia. Eso era lo que había, así que tranquilidad. Me he puesto en el móvil Los conciertos de Brandenburgo, de Bach, mientras poquito a poco iba haciendo pruebas en el ordenador, con cariño, con mimo, con aceptación. Lo he reiniciado varias veces. Hacía muchísimo que no escuchaba música. Y menos música clásica. Los conciertos de Brandenburgo era lo que ponía mi padre todos los domingos por la mañana, mientras desayunaba pan con tomate y jamón y leía El País en la mesa del salón de casa. A veces también escuchaba el Concierto para mandolina y orquesta, de Vivaldi. O a Raimon, María del Mar Bonet, Marina Rosell…

Mi padre es una luz muy brillante que alumbra mi camino. Y no siempre le dejo espacio a esa luz. Hoy sí. Share on X

Me he acordado mucho de mi padre (que murió en 1997). Murió de neumonía o de tuberculosis (no se llegó a saber). Tenía los pulmones muy tocados, toda su vida defendiendo el comunismo y fumando Ducados, no se habría llevado nada bien con el coronavirus. Mientras escuchaba la música he borrado más de 5.000 mensajes que tenía almacenados en el programa de correo (desde enero de 2018). Mientras los borraba, me daba cuenta de lo absurdo de almacenar el pasado como si se pudiese recobrar. Y, sin embargo, mi padre está muy presente en mí. Hay pasado que se queda en el pasado y que mejor borrar del ordenador; y hay pasado que siempre es presente. Mi padre es como una luz muy brillante que alumbra mi camino. Y no siempre le dejo espacio a esa luz (me he tirado muchos años enfadada con ella). Hoy sí.

Hay pasado que se queda en el pasado y que mejor borrar del ordenador; y hay pasado que siempre es presente. Share on X

Iba borrando mensajes muy lentamente, al tran-tran, de 100 en 100, así que he estado por lo menos tres horas delante del ordenador. La música sonaba y en mi corazón pasaban cosas. O yo dejaba que pasaran. Me he acordado de Markus, el amor de mi vida, con el que corté todo contacto a finales de 2018. Hacía mucho que no me permitía acordarme de él. Acordarme de él significa llorar. Me he preguntado, una vez más, cómo se puede amar a alguien para siempre comprendiendo, a la vez, que es imposible estar junto a él. Me he preguntado cómo estará ahora allí en Alemania, confinado en su pequeña ciudad de Koblenz. He sentido muy claramente cómo él estará preguntándose exactamente lo mismo de mí y sintiendo la impotencia de no poder decirnos al unísono «¿Cómo estás, amor mío?». Le he transmitido interiormente el mensaje de que estoy bien, de que los niños están bien, de que mi madre está bien, de que no tiene por qué preocuparse y nos podemos seguir amando silenciosamente en la intimidad de la hoguera de nuestros corazones. Transmitirle ese mensaje me ha hecho bien, me he sentido en paz. La contradicción se ha disuelto y el amor ha podido, por fin, abrazar a la imposibilidad.

Una vez borrados los mensajes obsoletos, la memoria prescindible, el ordenador ha empezado a funcionar con normalidad. No ha sido necesario apagar la luz de mi padre, eliminar el amor que siento por Markus ni detener Los conciertos de Brandenburgo.

Uno mi corazón al de todas las personas y familias que están sufriendo las consecuencias de esta pandemia, con el deseo de que el sufrimiento se alivie con el amor entre los vivos, así como de y por nuestros muertos y ausentes. Share on X

Otras personas a lo mejor están confinadas. Yo creo que, por fin, estoy saliendo del aislamiento. Desde ese resurgir, uno mi corazón al de todas las personas y familias que están sufriendo las consecuencias físicas, económicas y emocionales de esta pandemia, con el deseo de que el sufrimiento se alivie con el amor entre los vivos, así como de y por nuestros muertos y ausentes.

 

 


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20 comentarios en «Salir del aislamiento a través del amor»

  1. Ole, Ole y olé. A la voz del corazón, se la escucha tan claro en estos tiempos … Gracias por regalarnos tu voz. La de los adentros!

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  2. Que maravilla Isabel!!…gracias gracias gracias….. a pesar de lo duro de este momento, no se porque, he tenido en la cabeza la idea de que este interrogante que nos ha soltado la vida, es una oportunidad para volver hacia nosotros. Que bien lo has definido!.. ahora todo@s tendremos que hacer frente a nuestras hipersensibilidades, impermeabilizadas por las prisas, el ruido, el alboroto y el individualismo. Asi que como dirían los japoneses, aprovechemos este PROBLEMA, que ell@s definen con dos vocablos: CRISIS+OPORTUNIDAD, para resolver desde nosotros y hacia nosotros.

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  3. Yo solo sueño cuando estoy despierta. Al levantarme pienso que estoy soñando. Luego creo que alguien está mandando un mensaje a esta sociedad de la prisa, del miedo al vacio del tiempo, ese vacio nos aterra. Tendremos que superarlo a la fuerza.
    Inmersos en la incertidumbre, veremos qué pasa. A veces también soy optimista, todo va a ratos, muy deprisa.
    Joana

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    • Gracias por tu aportación, Joana… Esto que comentas pienso que tiene que ver con la desazón de la gente. Ver cómo nuestra vida cambia tan radicalmente de un momento para otro nos hace cuestionarnos qué es eso a lo que llamamos realidad, nos sumerge como en un sueño y nos hace ver que esas cosas tan firmes a las que nos agarrábamos… son en realidad bastante frágiles y efímeras.

      Un abrazo muy fuerte,

      Isa

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  4. Gracias por compartir tu sentir. Comparto muchas de lo que cuentas, también llevo una vida casi de ermitaña, convivo con un anciano que tiene Alzheimer. Estudio virtualmente y doy clases virtuales. Vivo en Barcelona y toda mi familia está lejos.
    Me ha quedado la curiosidad de saber por qué si se aman, tú y Markus, es un amor imposible.
    Me gustaría unirme al grupo de meditación.
    Soy Silvia

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  5. Muy sentido el escrito, me ha explotado por dentro. Gracias. Me han vuelto ganas de escribir ahora que toca «aislarnos»…Un abrazo gordo, querida Isa.

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    • Hola, Silvina,

      Qué alegría saber de ti :-). Son buenos tiempos para la escritura. Mucho ánimo, y un abrazo enorme,

      Isa

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  6. Isa, a veces soy, en algunas cosas, tu opuesto. Hacía siglos que no estaba un rato bueno en casa. Y aquí estoy, redescubriendo las habitaciones, los armarios, ordenando y recogidita en total novedad.
    Y en la calle o en casa, sigo siendo tu alumna siempre, aprendido de tu apertura y de tu sentir.
    Un beso gordísimo,
    mer

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