Autora: Mari Luz López
«Puede que sea el gallo el que canta,
pero es la gallina la que pone los huevos»
Margaret Thatcher
La abuela Paz, de nuevo, se quedó sola.
El jueves al amanecer, la abuela Paz oía los aullidos lastimeros de su perro, se le rompía el alma, esperaba un milagro…
Dieron las siete en el campanario del pueblo. El toque de las campanas resonaba entre las montañas, era su hora, la de siempre. En ese momento se levantó acelerada, no quiso perder tiempo en vestirse, salió descalza y envuelta en una manta, no podía dilatarlo más.
Se acercó al sobrado, y allí, bajo la tejavana, al lado de la leñera estaba Wolfy sin vida. Se sentó a su lado.
Apuró su compañía durante tres días y medio. Paquita, la gallina, venía a cada rato moviendo inquieta la cabeza y agitando su pequeña cresta roja, banderola en todo lo alto.
Se lo trajo recién nacido una rubicunda alemana. Su perra se había escapado un día, volvió triste y preñada. Al tiempo tuvo tres cachorros.
—Paz —le dijo—, quédate con éste, te hará compañía, no es de pura raza, pero tiene una carita preciosa, llámale Wolfy, porque parece un lobito.
En primavera haría nueve años que vivían juntos.
—Anda, deja de renquear y ven a cenar —dijo la abuela Paz a Wolfy la noche antes de su muerte—. A lo mejor el domingo viene a vernos Pedro. Es el mayor, pero es el que más viene y el que más te quiere. Siempre te trae pienso del que te gusta. Y mejor sería que no viniese con los niños, que aquella vez que vinieron te hicieron correr mucho con sus juegos y tú, ahora, no estás para bromas…No me mires así, con esa cara de pena, sé muy bien que hace más de un año que no viene nadie, pero ya verás, este domingo seguro que alguno de los hijos se acercará por aquí.
Wolfy se acercó a la mesa. Se paró delante de la silla, las patas le fallaban, la abuela Paz tuvo que ayudarle a subir. Ni acercó el morro al pan, pero las orejas se le pusieron tiesas al oler la tortilla que la abuela Paz le había preparado. Se la comió allí, en el plato y en la mesa frente a ella, como todas las noches. Luego se bajó lentamente de la silla, y se fue a su rincón en el patio.
La abuela Paz recogió los cacharros y limpió las migas. Para ello siempre arrimaba su delantal a la mesa, y con la otra mano guiaba las migajas y los restos, como si fuera un rebaño, hacia el delantal.
Abría el portillo y se lo echaba a Paquita, la gallina, que siempre estaba al acecho.
Quiso enterrarlo en su sitio, en el que había dormido siempre. El hijo de la vecina hizo con su azadón el agujero y se marchó. La abuela Paz tardó todo el resto del día en acabar la faena. Solo Paquita ponía con su inquieto ajetreo un poco de vida en medio de aquella tristeza.
La abuela Paz no cenó aquella noche, ni tampoco las dos siguientes.
La cuarta noche iba a beber un vaso de leche caliente cuando, al pasar junto al portillo, oyó un ruido extraño, como si alguien raspase con las uñas. Al asomarse por la portezuela vio a Paquita arañando la madera, con el pico y una pata.
La abuela Paz abrió del todo la puerta y, asombrada, contempló cómo la gallina entraba en la casa, se dirigía a la mesa, se subía a la silla, justo en el mismo lugar que lo hacía Wolfy, y con la cabeza erguida se puso a mirar a un lado y a otro moviendo alegremente su cresta.
—¿Qué quieres? ¿Cenar? ¿Pero te comerías una tortilla de tu propio huevo?
Como la gallina no se movía del sitio y estaba claro que esperaba la cena, la abuela Paz exclamó:
—¡Señor, Señor, lo que hay que ver!
Y dibujando una triste sonrisa:
—Bueno, pues esta noche volveremos a ser dos para cenar.
18 comentarios en «SOLA- De Mari Luz López»
Es precioso! Gracias por tanta sencillez y hondura!
Tod@s l@s que tenemos y amamos algun animal sabemos lo bien que has relatado esos momentos en los que hay que decir adios.
Un corazon abierto al amor hace lo que sabe hacer, AMAR.
Muchas gracias por tu relato.
Conmueve hasta lo más hondo, retrata la soledad y también como hacerle frente, un perro y una gallina. Me gustó mucho el relato, está muy logrado. Gracias
Felicitaciones!!! Un gusto leerte
Gracias a ti por tu atención. M.LUZ
Muchas gracias Mari Luz, por tu relato tan bello y tan reconfortante en estos momentos.
Gracias Isa por compartirlo.
Me ha encantado, Mari Luz, es un relato precioso y tiene razón Isa, a pesar de la soledad en que se encuentra la abuela Paz, su corazón sabe abrirse a lo que la vida le ofrece.
Un beso enorme
Sole
Es una belleza de relato. y muy bien elegido el nombre de la abuela, Paz.
Mariluz, que relato más tierno.
La soledad es menos si te saben acompañar y Paquita tiene más intuición que algunas personas y sabe donde le van a tratar bien 😉
Un gran abrazo.
El estómago se encoge y se arruga mientras la emoción crece leyéndote. Felicidades por esta preciosa historia
Mari Luz un gran realato lleno de emociones, vividas en el momento que hay que vivirlas. Qué ternura la abuela Paz.
Mary Luz. He terminado el relato con una pequeña carcajada. ¡Qué bonito y reconfortante! Es tan tierno y tan dulce. Yo amo a todo tipo de animales. Hasta las gallinas que parece que van siempre a lo suyo tienen su alma y reconocen el dolor en nosotros.
Felicidades Mary Luz y un gran abrazo. Matilde
Relato sencillo, tierno y enriquecedor, con un final lleno de positivismo, que nos deja una enseñanza. ( Nunca estaremos solas/os si sabemos mirar a nuestro alrededor y nos abrimos a compartir)
Muchas gracias Mari Luz y a ti Isa por compartirlo.
Precioso cuento, Mari Luz. Ha hecho vibrar las cuerdas de mis sentimientos y emociones, rasgándolas como si fuesen las de una vija guitarra. Y me has hecho recordar a Blue, un conejito con el que jugaba mi nieta en el jardín de casa. Nos hacía tan felices… pero una mañana no despertó, se quedó dormido para siempre.
Agradezco a todos vuestros positivos comentarios y el cariño con el que habéis leído mi relato. M.LUZ
Simplemente precioso, muchas gracias.
Muy bonita historia Mari Luz.
La soledad es terrible, pero a veces es mejor estar sola que mal acompañada.
Precioso! muy entrañable la forma en que expresas la soledad.