03 de diciembre de 2019
«Siento un poco de tensión al llevar la atención al soporte, lama. ¿Cómo puedo hacer para que se vaya?». Share on X
De las primeras cosas que descubrí meditando, hace ya diecisiete años, fue que yo no era esa persona tímida, callada y reflexiva que me creía, sino que esa aparente quietud era una enorme lona que escondía debajo una torre de alta tensión llena de emociones contenidas, deseos insatisfechos, cortocircuitos pasionales, ganas irreprimibles de gritar, de subirme por las paredes, de experimentar con elementos tóxicos, de devolverle los puñetazos a la realidad. Recuerdo la inocencia con la que, en la primera entrevista con mi maestra, le comenté: «Siento un poco de tensión al llevar la atención al soporte, lama. ¿Cómo puedo hacer para que se vaya?».
La tensión es como los buenos desodorantes
Y hablo de inocencia porque ahora veo que esa tensión ha sido como los buenos desodorantes: no me ha abandonado en ningún momento. Al principio solo la sentía al meditar, porque en la realidad todo era muy confuso y yo estaba como adormecida. Cuando desperté un poco más de la anestesia en que me tenían sumida mis fantasías sin fin, empecé a sentirla también en la vida.
En la siguiente fase de la meditación me casé, tuve dos hijos, abandoné mi trabajo de empresaria para dedicarme a cambiar pañales y creí que me moría porque nada en mi vida era ni lejanamente parecido a mis fantasías. No creo que hiciese cosas muy diferentes de las que habría hecho sin meditar. La diferencia estaba en cómo me sentía al ver mis propias distorsiones con tanta claridad. Me viene a la mente esa tortura antigua consistente en atar cuerdas en las extremedidades de una persona y que cuatro caballos estiren de ellas a la vez en sentidos opuestos. Algo parecido fueron para mí aquellos años.
El método de mi maestra: certificado de autenticidad
En ese tiempo, eso sí, desarrollé una confianza total en el método de mi maestra. Dolía a más no poder, pero tenía certificado de autenticidad. Si no había muerto despedazada después de esos años con las torturas que me infligía el darme cuenta de lo que estaba haciendo con mi vida, quería decir que mi lama tenía razón y que la muerte no existe. También por entonces decidí que prefería el dolor agudo de la claridad y de mi autocrítica despiadada al sufrimiento sordo de la anestesia. O quizá era que ya no tenía elección.
En la siguiente fase de la meditación decidí separarme de mi marido, me puse a trabajar a destajo para sostener los gastos, me volví a enamorar, vendimos el piso común, me fui a vivir con mi amado, la convivencia se convirtió en breve en otra película de terror y me volví a mudar por segunda vez en seis meses. Había una cosa buena, eso sí: a la torre de alta tensión ya no había lona alguna de autoengaño que la cubriese sin que saliera despedida a la estratosfera.
Después de eso, me puse por fin a desenredar la madeja que durante tantísimo tiempo me había entretenido enredando. Con paciencia, muy poco a poco. Y también con impaciencia cuando se me hacía un nudo. ¿Os imagináis a una torre de alta tensión desenredando una madeja de lana muy fina sin calcinarla? Pues así de torpe me sentía en la práctica de la meditación, en la relación con mis hijos, con mis alumnos, al relacionarme con el mundo, cuando a un hombre se le ocurría acercarse a mí (cosa que rara vez les ocurre a las torres de alta tensión)…
Una paradoja dolorosa llena de matices
La tensión seguía ahí, apoteósica, en cada uno de mis actos. La diferencia era que al principio vivía negando la tensión. Después vivía a pesar de la tensión. Luego empecé a vivir dentro de la tensión, ya que era aquello que parecía constituirme. Aprendí a observarla, a seguir la cuerda atada a mi brazo e identificar al caballo que tiraba de ella; y luego seguía la cuerda que tiraba del otro brazo e inspeccionaba qué había allí. Después miraba a los dos caballos alternativamente y me decía: «No puede ser». Pero era. Quería irme con uno de los caballos (el negro, brillante, enérgico), pero entonces el otro tiraba de mí (el blanco, sedoso, envolvente). Y ahí me encontraba, en una paradoja dolorosa plagada de matices.
La lama me decía que me zambullera entre una fuerza y otra, que había espacio de sobra, que no era necesario esforzarse en mantener la tensión, que detrás no estaba la nada sino el todo. Share on X
Quería meditar y quería evadirme. Quería la felicidad pero no quería entregarme a ella. No quería sufrir pero me daba miedo lo desconocido. Me veía ahí en medio y trataba de relajarme, pero estaba tan identificada con ese tirón, con esa tensión, que me agarraba con uñas y dientes al dolor que me producía. La lama me decía que me zambullera entre una fuerza y otra, que había espacio de sobra, que no era necesario esforzarse en mantener la tensión, que detrás no estaba la nada sino el todo. Pero yo no sabía hacerlo todavía, iba tan poco a poco con mis torpes brazos metálicos desatando el fino hilo de la consciencia…
No era nada cómoda esa fase por la que estaba pasando, como no lo había sido ninguna. Me dolía el culo en el cojín y quería salir corriendo y gritar y subirme por las paredes y dejar de ser una torre de alta tensión torpe y rígida. Pero también, paradójicamente, me di cuenta de que le estaba profundamente agradecida a esa paradoja que me mordía el culo y que era la que me mantenía alerta en el camino del despertar; a esa tensión que amablemente me señalaba lo que no era tensión; a esa dualidad que le abría la puerta, a cada instante, al darse cuenta; a todas esas emociones contrapuestas que estaban y que no estaban y que, con su inconsistencia, me enseñaban la ecuanimidad.
Algunas personas cojean, otras son mudas, otras carecen de algún órgano. Yo tenía desde la infancia el miedo congelado en mis células. Share on X
Hace relativamente poco, descubrí de dónde provenían todas esas toneladas de tensión, de algo diagnosticado como trastorno de trauma del desarrollo. Algunas personas cojean, otras son mudas, otras carecen de algún órgano. Yo tenía desde la infancia el miedo congelado en mis células.
A día de hoy sigo con la tensión agarrada a los huesos. Me voy haciendo amiga de ella, dejándola estar. Puedo decir que la siento con más intensidad que nunca, en forma de un pitido en los oídos que antes no escuchaba, agarrotamiento en las mandíbulas y dolor muscular. Sé de dónde viene y que por más que luche no se irá, así que he renunciado a que se vaya. Eso ha hecho que la paradoja se disuelva. La tensión es ahora una amiga muy llamativa a la que le gusta jugar a estrangularme, pero es inofensiva y flota en un espacio mayor de paz y salud incondicional. Mi amiga no me deja relajarme, pero le saco partido a esta vida de torre de alta tensión conectada a tope con la intensidad emocional de cada segundo. Las tormentas eléctricas tienen su belleza según se mire.
La tensión es ahora una amiga muy llamativa a la que le gusta jugar a estrangularme, pero es inofensiva y flota en un espacio mayor de paz y salud incondicional. Share on X
Con esta sensación de torpeza de torre de alta tensión que aporrea el teclado me he sentado a escribir, como un cocinero se pone a hacer una tortilla de patatas para el desayuno o un granjero a ordeñar a las vacas o un yogui a realizar su práctica de la mañana. Da igual si es de noche y solo cantan los mirlos o es de día y los trinos de miles de pájaros invaden el aire. Da igual si el paisaje es bonito o feo, claro u oscuro. Da igual si la silla es mullida o se te clavan las aristas en el culo. Da igual si hay tensión o relajación. Es una cuestión de compromiso con la realidad. No hay mejor silla en la que sentarse que la que verdaderamente se tiene debajo del culo, por incómoda que sea.
8 comentarios en «Soy una torre de alta tensión»
Impresionante.la honestidad y descripción de los sentires con tu querida torre de alta tensión, me ha hecho zambullirse de nuevo en mi ser. Gracias
Gracias, Pilar, por tus palabras, que me hacen compañía 🙂
Me encanta la belleza de tu escritura.
Isa, me estremece tu valentía al desnudarte emocionalmente y me enamora la verdad que desprendes.
Gracias por tu generosidad al compartir tanta intimidad. Por favor, no dejes de hacerlo.
Un abrazo tierno, maestra!!
Muchas gracias, Chara, eres un amor 🙂
Gracias Ida por transmitir con tanta belleza la vivencia de la tensión. Siempre nos ayuda por aprendizaje tradicional , la vivencia del otro para igualar la propia ❤️???
Gracias, Gladys, preciosa 🙂
Tu soltura al escribir es encantadora! Respeto tu sentir y tu expresión! Gracias
Muchas gracias, Carmen 🙂