La semana pasada salió en la consulta de mi terapeuta una palabra: «TRAUMA». La mencionó él. Me eché a llorar. Mucho. Y mucho tiempo. Llevo más de quince años asistiendo a diferentes terapias, a veces por necesidad, a veces por autodescubrimiento. Con mi actual terapeuta llevo alrededor de seis años. Era consciente de que había padecido traumas en mi vida (por lo menos, era consciente de haber padecido uno bien gordo). Pero en realidad no tenía ni idea de lo que son los traumas ni el transtorno por estrés postraumático (TEPT). No sabía que uno podía padecer esos síntomas años y años (y años) después del suceso que provocó el trauma. En mi caso, llevo padeciendo esos síntomas (inconfundibles) desde que tengo uso de memoria, aunque luego hayan sucedido cosas (otros traumas) que los hayan agravado.
Los síntomas del trauma pueden padecerse durante años, incluso agravarse con el paso del tiempo
Es muy extraño creerte que la vida (al menos la tuya) es de una manera, y de pronto enterarte de que tu cerebro actúa como si permanentemente te encontrases en peligro, en estado continuo de alerta. De pronto entender que ese árido desierto que solo tú habitas en tu interior, ese lugar de aislamiento, desconexión, alerta, terror… no es una marca de la existencia (ni siquiera de tu existencia), sino un mecanismo de defensa que tu cerebro creó en un momento dado y del que no supo salir. Ver que has conformado tu vida en función de una disfunción. Que la —a veces insoportable— intensidad con la que percibes todos los estímulos exteriores tiene que ver con un bloqueo del tálamo, el cual no cumple su función de «filtro», sometiéndote a una continua sobrecarga emocional. Llevo muchos años tratando de descubrir por qué (POR QUÉ) este maldito sufrimiento. Por qué tanta claridad y tan poquita apertura en la meditación. De dónde vienen las toneladas de tensión que no logro relajar.
Existen dos factores para que se produzca este hecho: que ocurra algo que te sobrepase emocionalmente y que no tengas apoyos externos que te sostengan
Parece ser que para que se cree un trauma y el trastorno subsiguiente se tienen que dar dos factores: que ocurra algo que te sobrepase emocionalmente, y que no tengas en ese momento apoyos exteriores, personas que te quieran, te ayuden, te sostengan. En ese caso, los mecanismos de defensa del cerebro te pueden llevar a un colapso… que marque el resto de tu vida.
He empezado a leer un libro que me ha recomendado mi terapeuta: El cuerpo lleva la cuenta (Cerebro, mente y cuerpo en la superación del trauma), de Bessel van der Kolk, M.D. Voy por la página 94. Se ha convertido estos días en mi compañía (no me separo de él). Me ha enfrentado al sufrimiento de tener que mirar hacia atrás y ver una vida marcada por algo que desconocía, pero también me ha proporcionado el alivio de saber que no tengo por qué seguir viviendo en este infierno particular.
Mi mente ahora se siente muy confusa y saturada. Me ha entrado una enorme desconfianza de mí misma. De pronto, no me puedo fiar de mis percepciones, y me veo actuando de un modo disfuncional. Y, sobre todo, no tengo la más remota idea de quién soy yo, siempre tratando de esconder ante el mundo ese horrible paisaje interior, pretendiendo ser alguien totalmente diferente de quien me sentía, tratando de culpar a los demás de mi falta de habilidades sociales, desconfiando de las muestras de amor, aislándome por sobrecarga de estímulos, padeciendo terror cada vez que tengo que asistir a un acto o presentación, hablar en público, enfrentarme a los demás…
Empecé este diario de emociones queriendo acompañar a mis alumnos y alumnas en su periplo. ¿Quién me iba a decir lo que iba a descubrir por el camino?
Me sorprendo de la increíble capacidad del ser humano para subsistir y encontrar la luz, y agradezco a todas las personas que a lo largo de la vida me han ayudado a ver
Y, a la vez, me sorprendo de la increíble capacidad del ser humano para, a pesar de todos los pesares, subsistir y encontrar la luz (aun sumido en la más absoluta oscuridad). Me siento como una especie de heroína, siempre a la búsqueda de un por qué, tratando de mostrar a otros lo que iba aprendiendo, porque, a pesar de todo, he aprendido tantas cosas… cargando siempre con una piedra de mil toneladas a la espalda de la que no me podía deshacer pero que, de alguna manera, intuía que no me pertenecía. Cargando. E intuyendo. Pasando de ser prácticamente autista (de pequeña, sufriendo ya de la implacable desolación y disociación interiores) a ser madre, profesora, llevar un proyecto editorial, enseñar a otros a meditar y a trabajar con sus emociones… ¿Cómo puede darse simultáneamente tanta oscuridad y tanta luz?
En el muro se van abriendo grietas pequeñitas por las que entra el sol y por las que sale un inmenso agradecimiento a todas las personas que, a lo largo de mi vida, me han ayudado a ver. Y que me esperan, sonrientes, al otro lado.
10 comentarios en «Trastorno por estrés postraumático»
Admirable entrada, por la exactitud y por la valentía. Me siento en la obligación de agradecértelo, por esto y por tu labor en los cursos que impartes. Un abrazo.
Muchas gracias, Mikel :-). Me anima mucho lo que me dices. Tú también eres un valiente. Un abrazo fuerte.
Gracias por tu generosidad, valentía y rigor, que son admirables, de los que aprendo. Muchos besos.
Gracias a ti, Mª José. Estamos todos en el mismo barco (de la escritura, no del trauma ;-)). Un abrazo enorme.
Tu YA ESTAS EN EL OTRO LADO, nadie te tiene que esperar, y bien PRESENTE QUE ESTÁS.
Honesta, integra y valiente, Isabel.
Gracias me veo en tu espejo.
Mil gracias, Lidia. Las fronteras y los muros nos los montamos nosotros mismos… Es una suerte que, aunque uno los sienta, los demás le recuerden que no existen. Ser vista y comprendida es muy sanador. Un abrazo fuerte.
Querida Isabel,
Gracias por compartir las reflexiones y alcances de esta lectura, que más que un simple descubrimiento es un sambullirse en el ocèano de la propia vida. A penas veo las letras delante del velo de kagrimas que me nublan después de sentirte tan cerca y con el corazón generoso abierto para los que tenemos la suerte de seguirte.
Un abrazo austral y todo mi cariño
Ligia
Gracias, Ligia. Tú sí que tienes el corazón abierto, en él cabe el océano y mucho más. Un abrazo desde el mismo barco.
Isa
Isa, yo también te siento como una especie de heroína, con la que el mundo es más emocionante y más lleno de luz y espacio.
Siento en mi garganta la emoción al leerte, que no sabe si salir o quedarse. Y siento mucho agradecimiento por tu compañía y por los pequeños (y grandes) empujones que me has dado y que yo he sabido aprovechar. Eres un lujo.
Un enorme abrazo de tu alumna,
Mer
Lo que es un lujo es tener alumnas como tú, Mer :-). Bueno, y amigas. Enseñar es un intercambio continuo, y los empujones son mutuos.
Un abrazo enorme,
Isa