6 de abril de 2020
Creo que hoy necesito hablar de la descompensación existente entre mi cuerpo, mi corazón y mi mente, que en estos días se está poniendo de manifiesto más que nunca.
Contradicción, ralentización, aceleración
¿Por qué? Quizá porque el mundo se ha parado a mi alrededor, y ante eso mis tres esferas de experiencia me envían mensajes que no acabo de encajar unos con otros. Mi cuerpo me manda señales contradictorias, mi corazón se ha ralentizado (tratando de bailar al son del exterior), y mi intelecto —al que he dado las riendas de mi vida durante demasiado tiempo— está más acelerado que nunca.
Mi nivel de estrés es siempre bastante alto, debido a mi trastorno de trauma de desarrollo, pero en estas circunstancias se ha disparado, junto con la ansiedad, de modo que hay noches que me despierto varias veces y no me puedo dormir durante horas. Eso hace que esté más cansada de lo normal, así que mi cuerpo, al mismo tiempo que está acelerado, no da más de sí y me pide descanso.
Las rutinas se han roto y todo parece que cuesta más esfuerzo, más tiempo, más intensidad y más energía que antes; el horario laboral se ha reducido y se ve interrumpido por multitud de estímulos distractores. Clic para tuitear
Por otra parte, las rutinas se han roto y todo parece que cuesta más esfuerzo que antes: la recogida de los niños, atenderlos, limpiar la casa, realizar la compra o cocinar, estar al tanto de las personas queridas, dedicar el tiempo necesario a quienes lo necesitan, todo parece que lleva más tiempo, intensidad y energía que antes, lo que hace que el horario laboral se vea reducido e interrumpido por multitud de estímulos distractores.
Además, mis previsiones y mi clasificación de las cosas ya no me sirve. Mi plan de acción de aquí a fin de año, mi agenda laboral, los acompañamientos, la fiesta de fin de curso… Todo se ha quedado en suspenso hasta nueva orden. Mi cabeza busca —como un perro cazador que rastrea su presa— el camino hacia un objetivo que ya no existe, y se vuelve loca. No hay nada que planificar, porque nadie sabe qué va a pasar. Sin que se vaya a acabar el mundo, se ha acabado un mundo: el que yo tenía previsto, el único mundo que conocía —o creía conocer—.
Sin que se haya acabado el mundo, se ha acabado un mundo: el que yo tenía previsto, el único mundo que conocía —o creía conocer—. Clic para tuitear
Por otra parte, mi adicción al trabajo y a la acción se ponen de manifiesto más que nunca. Me pongo más y más tareas que no acaban de tener sentido, o que no asumo porque tengan sentido, sino por llenar el tiempo y el espacio de sucedáneos que aplaquen el hambre del perro hambriento en que se ha convertido mi cabeza. Tareas que quizá antes también me imponía, pero antes no me daba cuenta de su falta de sentido, que tenía que ver no con las tareas en sí, sino con su intención de base, y que ahora puedo ver con la claridad con que aflora el agua de un manantial bajo el sol.
El orangután enjaulado
En esta atmósfera algo histérica, en la que mi cuerpo y mi intelecto se comportan como un orangután enjaulado, aporreando las rejas, mi corazón parece el único que, con sensatez, ondea la bandera blanca. Se siente dolorido por el sufrimiento exterior e interior, pero ha decidido, por alguna razón, desprenderse de su coraza de aislamiento y arroparlo todo —incluido al orangután desquiciado— con calidez y paciencia.
Siento un empoderamiento interior que tiene que ver con cierto grado de confianza depositada en esa nueva forma de conocer y acoger a través de los ojos y los brazos del corazón. Gracias a esa nueva faceta que me pide tomar las riendas de mi vida en estos momentos, las cosas van más despacio en esta casa y las prioridades han cambiado de la noche a la mañana. Tiene más importancia asistir a una formación de Economía Humana que de marketing empresarial, hablar con una amiga que agendar las tareas de la semana que viene, jugar al Scrabble con mi hijo que tender la ropa, descansar un rato que pincharme en vena las noticias, compartir una meditación en grupo que terminar de contestar los mensajes, hacer unos crepes que tener una reunión de trabajo, traducir un artículo de mi terapeuta que cumplir plazos, ayudar en el proyecto de una amiga de un largometraje sobre la pérdida que darle vueltas al plan de negocio, abrir hueco a una reunión con mi maestra para revisar una canción sobre el Buda de la Medicina que decir «no tengo tiempo». Según mi intelecto, por supuesto, esto es un puro caos y voy abocada al desastre, por lo que el orangután chilla y se retuerce más que nunca.
A la vez que los chillidos del orangután están a punto de hacerme estallar la cabeza, el tiempo adquiere un sentido secreto, y la vida me devuelve cosas que jamás me dio con esta intensidad. Clic para tuitear
Sin embargo, a la vez que los chillidos están a punto de hacerme estallar la cabeza, el tiempo adquiere un sentido secreto, dúctil, y la vida me devuelve cosas que jamás me dio con esta intensidad. La empatía directa de mis amigos, los besos más dulces de mis hijos, sueños increíblemente bellos y nítidos por las noches, textos preciosos y perfectos de mis alumnos/as, espacios de paz entre un pensamiento y otro, enseñanzas espontáneas de oro puro por parte de mi maestra,.. Me siento más rica que nunca por más que el orangután me vea ya tirada en el arroyo.
La leona tranquila
El jueves el informático que estaba remodelando mi web (una de esas cosas prioritarias que tenía pendientes) me dijo que se le había estropeado el ordenador y que hasta esta semana (martes o miércoles) no irían a arreglárselo. El viernes paralizaron las cuentas de anuncios del Facebook y, con ellas, las campañas pendientes para los cursos. El orangután se llevó las manos a la cabeza y empezaron a latirle las sienes, mientras la leona tranquila lo abrazó y le dijo: «No pasa nada. No hay tanta prisa. Tranquilízate, yo estoy aquí para cuidarte».
Llevo unos días con los ganglios de la garganta inflamados, diciéndome que claro, que con este estrés, normal que empiece a somatizar. Me sentía débil, tenía mucha fatiga y me costaba un poco respirar, pero hasta ayer no se me ocurrió ponerme el termómetro para comprobar que tenía 37 y medio y empezar a preguntarme si igual había cogido el bicho este de las narices. Curiosamente, era lo último con lo que mi mente contaba, tan alerta que estaba con todo. Parece increíble, ¿no?
Anoche me tomé un paracetamol, he dormido como un lirón, me he despertado sin el despertador y esta mañana mi intelecto me he dicho que ya parecía que iba un poco mejor, que eso de ponerme enferma no me lo podía permitir. A los cinco minutos mi cuerpo ha dicho que nanay, que iba a ser que tenía que seguir descansando, mientras mi corazón lo apoyaba. Mi mente —sibilina— ha susurrado: «Sí, sí, termino este par de cositas que tengo pendientes y ya os dejo descansar». Me he liado y al final he estado toda la mañana trabajando. Mis hijos me han ayudado con la comida y ahí he podido tirarme un rato en el sofá, mientras daba vueltas a cómo sobrellevar la logística familiar si empeoraba.
Después de comer me he echado la siesta y a continuación he hecho una asamblea con mi cuerpo, mi corazón y mi intelecto. Entre todos, hemos decidido que esta tarde solo tocaba escribir, meditar un poquito a las siete, aplaudir a las ocho, y tirarme a leer el resto del tiempo. Todos han encontrado su huequito, el orangután se ha hecho un ovillo por un rato y el corazón ha podido abarcar, con su suave manto intemporal, incluso a la enfermedad.
Muchas gracias de corazón a todas las personas que me estáis leyendo en estos días. Si no escribiera y si no me leyerais mi cuerpo, mi corazón y mi mente caerían en la depresión y el colapso. Clic para tuitear
Muchas gracias —de corazón— a todas las personas que me están leyendo en estos días, porque creo que sin escribir mi cuerpo, mi corazón y mi mente caerían en depresión y colapso, y sin la cocreación de quienes leéis, no habría escritura posible.
12 comentarios en «Un orangután desquiciado y una leona tranquila»
Cuando te leo me pregunto como es posible que expreses tan bien emociones tan complejas, diferentes. Hacer con ellas un ovillo y tejernos un acogedor envoltorio en el que reposar plácidamente.
Me encanta. Me identifica. No se porque de pronto el tiempo tiene otra dimensión….. lo importante son otras cosas.. este confinamiento me ha hecho replantearmelo todo, o casi todo, y tu , me has dado la oportunidad de envolverme plácidamente en este planteamiento sin sentieme tan sóla…… gracias.
Muchas gracias, Mercedes :-). Entre el que escribe y el que lee vamos tejiendo significados que, en efecto, nos hace no sentirnos tan solos en nuestro universo mental. Un abrazo muy fuerte,
Isa
Isabel, te envidio por tu atenta y consciente escucha a esas tres partes, piezas superimportantes de este puzzle del q todxs estamos hechos. Mi envidia es sana, y por ello eres modelo para mi
Hola, Mariló,
Muchas gracias por tus palabras… Si escuchara tanto a estas partes, no hablaría de estas incompatibilidades que se dan entre ellas ;-). O, por decirlo de otro modo, la única forma de escucharlas es admitiendo que no las escucho lo suficiente. A partir de ahí, ya se puede hacer algo con ellas… como una asamblea ;-D
Un fuerte abrazo,
Isa
Isa, querida:
Me he sentido muy identificada con esa lucha interna entre mente y cuerpo, en que el corazón logra armonizarlo todo. El corazón como director de la orquesta que somos, la orquesta que a veces se convierte en banda que recorre las calles con fanfarrias, y otras, como ahora, se transforma en orfeón de una marcha de funestos sonidos.
Lo que tu haces es un verdadero diario de confinamiento de las emociones que nos ha tocado vivir y contener. Te abrazo y pronto estaremos cercanas otra vez.
Mi cariño de siempre.
Querida Ligia,
Cómo me alegra oír de ti… Supongo que siendo médico, esta situación debe de ser bastante desesperante para ti. Espero que las cosas estén mejor que aquí en ese rincón austral…
Un abrazo enorme, y espero verte pronto, sí :-),
Isa
Que magia más bonita tienes para juntar las palabras y escribir de una forma tan emocionante todos tus sentimientos. Me encantan y me encantas. Disfruto mucho leyendo todo lo que escribes.
Querida Isa:
Gracias por compartir tu experiencia con todos nosotros. A mi también me ayuda aunque si tuviera que buscar una imagen que me reflejara sería la de una niña mirando un temporal a través de la ventana, una niña que contempla los cambios que se producen a su alrededor con estupor y también con algo de miedo. Me siento terriblemente pequeña y a la vez me alegro de la simplicidad de que me permite, como dije en un relato “que cada segundo cuente”. Se que mis 10.000 pasos comienzan en el primero, la meditación en el esfuerzo (lo es) de romper con lo que este haciendo. Pero sobre todo mi vida se alimenta de la hora (o más) diaria en que mi nieto de tres años y medio y yo inventamos cuentos y nos decimos que ganas tenemos de que se vaya el coronavirus para abrazarnos.
Es lo que más echo de menos de mi vida anterior: abrazar a los que quiero.
Gracias Isa. Es un placer leerte y un impulso para no abandonar mi deseo de poner palabras a mis sentimientos. Cuídate mucho.
Muchas gracias Isabel por escenificar a través de la escritura, esas emociones que muchos/as llevamos dentro en estos tan aciagos que nos está tocando vivir. A mi particularmente leerte me calma, llenas espacios, me abres puertas para expandir mi mente y sobre todo me ayuda a encontrarme conmigo misma, a reflexionar.
Muchas gracias otra vez!!!
Gracias a ti, Isa, por escribir. Ayer acababa de sonar en la radio la canción de “El Orangután” cuando entró en mi móvil “Un orangután desquiciado y una leona tranquila”. Me hizo gracia la coincidencia. Cuando lo leí sentí tristeza, pero no por el podcast que destila ternura, sino porque leí también “Trastorno de trauma de desarrollo”. Sabía que algo te había pasado de pequeña pero no el sufrimiento que había albergado tu corazón. Y, tal y como me has enseñado, dejé estar a la tristeza.
Esta mañana me he levantado peleándome con mi orangután. Había dormido inquieta porque ya me había acostado enfadada con él. Entonces me he acordado del tuyo y llorando le he dicho que le iba a querer mucho. Gracias a ti he podido abrazar al mío.
Querida Isabel, magnífica la resolución del problema; esa asamblea de la pandilla «granuja» (no sé, me ha salido esa palabra?); me la imagino en negociando en el sofá y me inspira para visualizar lo mismo.
Gracias por tu capacidad de profundizar lo cotidiano, maestra.
Con cariño, Alicia.