No te voy a engañar: escribir una novela no es sencillo, ni algo que se pueda hacer deprisa y corriendo. Más vale tener cierta experiencia con la técnica narrativa y una buena dosis de paciencia.
Pero también es una maravillosa y eficaz forma de explorar el mundo: tu mundo interior y tu mundo exterior. Es como meter esos dos mundos infinitos en una maqueta abarcable y sumergirte en ella a vivir durante unos meses. Ahí se ven un montón de cosas que en nuestra realidad caótica, múltiple y condicionada se nos pierden.
Durante toda mi experiencia como profesora de creación literaria —de más de treinta años— cada persona a la que he visto entrar en el microcosmos de una novela ha salido de él cambiadísima. Supone una maduración acelerada, tanto en el terreno de la escritura como en el personal.
Acompañar a las personas en ese doble camino de exploración (el de la escritura y el de la vida) es mi especialidad, y nada mejor que un taller de novela para experimentarlo en todo su esplendor.
Tanto si eliges el camino de la ficción como el de lo autobiográfico, te vas a encontrar contigo mismo a través de tus personajes. La ficción está más cerca de ti de lo que crees, y lo autobiográfico cobra autenticidad a través de la imaginación.
En cualquier caso, se trata del viaje del héroe o de la heroína, tú te convertirás en él o ella, y te enredarás en laberintos imposibles de los que —milagrosamente— lograrás salir incólume.
Con ayuda, eso sí. Porque no te voy a dejar solo ni un minuto.