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Cómo sanar un corazón roto: del dolor a la ternura

campo de amapolas con mariposas azules volando. Cómo Sanar un Corazón Roto: del dolor a la ternura

Autora: Mercedes Adán

¿A ti te ha dolido el corazón? Supongo que a casi todos nos ha dolido alguna vez.

Cuando más me ha dolido a mí fue cuando murió mi madre. Sentí con mucha claridad que tenía el corazón roto. Y no había un segundo de descanso de ese «algo» que estrujaba y apuñalaba mi corazón de forma lenta e imparable. Constantemente llevaba una dolorosa opresión dentro del pecho.

Durante el día atendía el trabajo y mis obligaciones con esmero porque, aunque seguía el dolor, así podía sentir que aún existía cierta conexión con la vida y lo que ocurría fuera de mí. Y si todavía podía atender otras cosas, tal vez algún día pasara ese dolor o se convirtiera en otra cosa.

Durante la noche era mucho peor, porque nada me distraía de sentir. Al acostarme me entraba un ahogo, un calor y una necesidad de moverme continuamente, como si dentro de mí hubiera un terremoto y la cama tuviera que sostener esa actividad sísmica que brotaba de mi corazón y avanzaba hasta casi escaparse por la boca, por los pies, por las manos, por la tripa… Pero parecía encontrar algo con lo que chocaba y que le impedía salir, se quedaba dentro y yo no sabía qué hacer con eso.

Pasé por esas diferentes fases que dicen que tiene el duelo pero, para mí, todo era dolor de corazón Share on X

Entonces NO practicaba movimiento expresivo libre en Río Abierto, donde en cada encuentro nos invitan a que saquemos fuera lo que hay, al movernos al ritmo de la música. Si entonces hubiera tenido este espacio, lo habría aprovechado para gritar, sacudir el cuerpo y bailar como si estuviera pisando fuego. Hubiera hecho lo posible para dejar todo el dolor en la sala y no volver con ello a casa. No creo que lo hubiera conseguido, porque durante meses ese dolor parecía que estaba cosido a mi piel y no había manera de que se soltara por muchas sacudidas que sintiera mi cuerpo.

Hubiera necesitado muchas sesiones de movimiento expresivo libre para que saliera ese dolor tan grande. Era tan profundo, que sentía que en cualquier momento podía estallarme el corazón y, sobre todo, tenía la convicción de que nunca se iba a pasar. Los primeros días podía llorar, pero pasadas unas semanas ya no salían las lágrimas. Sentía una desesperación seca que se sumaba al cansancio de noches sin dormir y a un desgarro que no sabía reparar. Y a un sentimiento de cercanía con la muerte, con ese mar al que todos vamos, que no sabía cómo encajar.

Supongo que pasé por esas diferentes fases que dicen que tiene el duelo, pero para mí, todo era dolor de corazón.

Solo con el paso del tiempo, mucho tiempo, empecé a sentir cosas más finas.

La tristeza me dejaba blandita y, por fin, enfriaba el volcán y lo regaba con lluvia para convertirlo en algo esponjoso. Me podía hacer un ovillo y dejar que la bola de la garganta se ablandara hasta hacerse líquida y subiera a precipitarse desde los ojos. La rabia empezaba con la incredulidad que tan bien cuenta Rosa Montero en «La ridícula idea de no volver a verte», uno de los libros preferidos de mi madre. Me hacía endurecer la mandíbula, apretar las muelas (la frase hecha habla de apretar los dientes, pero yo aprieto fuerte las últimas muelas), y repetía la frase «no puede ser» montones y montones de veces, a voz en grito, en mi cabeza. La bola de la garganta quería estallar, como mis dedos y mis manos. Imaginar que golpeaba la almohada con los puños y los pies, me aliviaba.

Ya dejé atrás ese dolor tan profundo del duelo. Ahora tengo conflictos y desencuentros de esos del día a día, que no tienen que ver con la pérdida, que parecen de otro material diferente al dolor. Intento afrontarlos como mejor sé: escuchando, hablando, intentando entender cada punto de vista, incluido el mío, que a veces me cuesta ver.

Y es curioso, pero de pronto me he dado cuenta de que en estos conflictos que parecen de orden menor, pero que no consigo resolver, hay algo en el fondo, cubierto por otras cosas, con lo que me ha costado conectar. Y es también dolor. Ese al que tan rápido me conecto en las pérdidas importantes, pero que he visto que en el día a día está envuelto en una niebla en la que no apetece entrar.

Mi corazón es ese pequeño motor que alimento a cada instante con el aliento de mi respiración y que está resguardado en mi cuerpo. Share on X

He notado que si aparto otras emociones menos pesadas, escondido al fondo, está ese mismo dolor que sentí cuando murió mi madre. En algún momento que he conseguido parar en silencio y mirar allí dentro, asoma un desgarro, como si hubiera tratado a mi corazón, como una bolsa de plástico que cargas sin medir el peso y que guardas en un cajón aplastado por mil cosas que la deforman.

Me duele sentir que se trata a mi corazón como a una bolsa de plástico aplastada. No sé si lo hacen otros o solamente me lo hago yo a mí misma. Mi corazón es ese pequeño motor que alimento a cada instante con el aliento de mi respiración y que está resguardado en mi cuerpo. Me siento con el deber de protegerlo y cuidarlo, y ahora dudo de si lo estoy haciendo bien.

Así que me calmo.

Paro.

Visualizo mi corazón mientras respiro.

Y le prometo que lo voy a tratar como una valiosa joya, cuidando de que sentir el dolor no lo dañe más de lo necesario.

Entre lo que trae sentir el dolor, llega una ternura enorme hacia mí y mi corazón, al que quiero cuidar como esa joya pequeña y vulnerable que es. Noto la pulsión de mi latido en el cuerpo. Ahora siento el corazón como una roja amapola ondeando con la brisa. Y de pronto, sin que yo la convoque, llega una mariposa a posarse en uno de sus pétalos. Aletea moviendo el aire, y el rojo de los pétalos de la amapola vibra como si fuera el mar. Y hago las paces con mi capacidad de sentir; aunque sea tan complicado, también es muy hermoso.

Me abro al lugar al que me lleva el dolor, pues también parece muy bello. Y al hacerlo, veo un inmenso prado plagado de amapolas vibrando como si fueran el mar. Y montones de mariposas que agitan sus alas o se posan sobre ellas.

Ahora descanso en el mismo corazón de mi madre y siento latir suave mi corazón, entre el dolor y la ternura.

15 comentarios en «Cómo sanar un corazón roto: del dolor a la ternura»

  1. Hola Mercedes,
    Muy bonito.
    Al conectar con el dolor nos liberamos y nos sentimos ligeros. Esa ligereza y liberación es belleza.
    Me encanta: «Ahora siento el corazón como una roja amapola ondeando con la brisa.»

    Muchas gracias.
    Abrazo.

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  2. Es precioso como expresas ese dolor mezclado al final con ternura y como descansas en el corazón de tu madre que es tb el tuyo.
    Gracias Mer ❤️

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  3. Mercedes,
    al leerte me he afligido por el dolor que sentiste, cuando falleció tu madre, es un dolor intenso, furioso que se agarra al corazón como si quisiera desgarrarlo.
    ¿Cómo puede doler tanto la pérdida de la madre?
    Sólo el tiempo apacigua ese corazón roto que ahora empieza a jugar con amapolas, para reposar en el amor y ternura de vuestros corazones.
    Gracias.

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    • No sé cómo puede doler tanto. Hay pérdidas que duelen mucho. Recuerdo como verdaderos dramas la pérdida de algunos amores cuando era joven. Y a pesar de lo que me dolió, cuando murió mi madre tenía recursos para entender que ese dolor tenía un sentido más grande, y si me conectaba con la muerte, me unía mucho más a la vida. Saber que algo se va a perder lo da su verdadero valor. Y abre el corazón a otras emociones y a compartir de otra manera y hablamos poco de ello.
      Gracias a ti por acompañarme en esta reflexión.
      Un abrazo.

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  4. Hola Marta.

    Ese sitio del dolor es en el que nos podemos encontrar con otro, que seguro que también ha estado ahí. Que no nos guste mucho tocar ese lugar es lo que lo hace un poco difícil que ese sea el sitio en el que nos podemos unir. Pero sí, es liberador, mirar el dolor propio y el ajeno.

    Un beso,
    Mer

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  5. Muy hermoso texto, Mercedes. Nuestro corazón, ese gran olvidado que momento a momento produce esa energía que nos mantiene vivos. Poner la mano sobre el pecho y sentir su latido, produce una gran sensación de bienestar. Agradecerle ese esfuerzo que nos acompaña, incluso antes de nuestro nacimiento. Esas «pequeñas grandes» cosas. Gracias por recordarme que nuestro corazón es un regalo que nos acompaña siempre.

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    • Me gustó mucho lo que dices. El corazón es un gran olvidado, igual que el resto del cuerpo, y son las grandes puertas a lo más real que tenemos.
      Gracias a ti por comentar.

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  6. Que hermosura Mer! Qué bonito expresas ese dolor tremendo.
    Me encanta tu frase: «la tristeza me deja blandita,,,,para convertirlo en algo esponjoso» Así lo he sentido yo tambien, pero me encanta como quieres a ese corazón maltrecho y con la inmensa ternura que lo acoges. Y la imagen del corazón revoloteando entre las mariposas, me ayuda mucho a mirar con un poco mas de ternura al mio.
    Gracias, va a ser un año fantástico!

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    • Sí, va a ser un buen año 😉 yo también lo creo.
      También he visto, que si no conectamos con ese dolor, a veces se lo achacamos a los demás o lanzamos cosas fuera aumentando la importancia de cualquier tontería… Bueno, que veo que el dolor tiene mucho trasfondo.
      Un abrazo muy fuerte,
      Mer

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  7. ¡Qué belleza, Mer! Y qué curioso, porque hace muchos,muchos años, cuando hice mi primer curso de escritura creativa en otra escuela, escribí un cuento en en el que el leif motive era una amapola roja, un campo de amapolas… Y curiosamente tenía que ver con la pérdida de mi abuela materna. Gracias por devolverme mi propio viaje del dolor a la ternura.

    Te abrazo fuerte y cariñoso

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    • Chus, me gusta esto que dices porque hay lugares comunes, como el dolor y la ternura, que parece que incluso nos llevan a los mismos espacios, el corazón y las amapolas.

      Un abrazo fuerte 😉

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  8. Querida Mer. Me parece haber llegado la última a comentarte tu bello escrito. Pero te entiendo a la perfección. Sabes que yo perdí a la mía al cumplir mis diecisiete años y te puedo asegurar que es de las cosas mas dolorosas y dificiles de aceptar. Y me han pasado muchas cosas malas, pero no habrá otra más dolorosa que la muerte de mi madre.
    Qué bonito tu campo de amapolas, a mí, sin embargo me quedó tal dolor que todo lo veía negro. Negro. Negro. De noche soñaba con ella y la llamaba en voz alta pero nunca había una respuesta. Han pasado tantos años, pero no importa el tiempo sino en dolor en el fondo de mi corazón.
    Mer, cariño. Sabes lo dificil que es superar esto. Siempre pienso en la buena voluntad de vivir conformándome con su recuerdo y tener mi casa llena de fotos de ella. Cada día la veo y le hablo. Y ante su sonrisa otra sonrisa brota de mi corazón y así pasa y pasa los años.

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