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DEJARME SENTIR

Alambrada y garita de un campo de concentración en blanco y negro

Sigo citando a Bessel Van der Kolk (en El cuerpo lleva la cuenta: cerebro, mente y cuerpo en la superación del trauma):

Si nos ocultamos a nosotros mismos que nuestro tío abusaba de nosotros cuando éramos pequeños, somos vulnerables a reaccionar ante los detonantes como un animal en una tormenta eléctrica con una respuesta de todo el cuerpo entero ante las hormonas que indican «peligro». Sin lenguaje y sin contexto, nuestra conciencia puede estar limitada a «Estoy asustado». Sin embargo, decididos a no perder el control, es probable que evitemos a cualquier persona o cualquier cosa que nos recuerde incluso vagamente nuestro trauma. También es posible que alternemos entre estar inhibidos y estar tensos o reactivos y explosivos, o todo ello sin saber por qué.

Mientras nos guardemos secretos y eliminamos información, nos estamos declarando la guerra a nosotros mismos. Esconder nuestros sentimientos profundos requiere una gran cantidad de energía, mina nuestra motivación para perseguir objetivos que valgan la pena, y nos deja con una sensación de aburrimiento y de desconexión. Mientras tanto, las hormonas del estrés siguen inundando nuestro cuerpo, provocando dolores de cabeza, dolores musculares, problemas intestinales o sexuales, y comportamientos irracionales que pueden ponernos en un aprieto y hacer daño a las personas que nos rodean. Solo cuando identificamos la fuente de estas respuestas podemos empezar a utilizar nuestros sentimientos como señales de problemas que requieren nuestra urgente atención.

Ignorar la realidad interior también devora nuestra sensación de identidad, de conciencia y de propósito. […] Los síntomas del TEPT suelen incluir afirmaciones como «Me siento muerto por dentro», «Nunca podré sentir emociones normales de nuevo», «He cambiado a peor para siempre», «Me siento como un objeto, no como una persona», «No tengo futuro» o «Siento como si ya no me conociera».

La cuestión crítica es permitirnos saber lo que sabemos. Esto requiere una valentía enorme.

[…]

Poder adoptar cierta perspectiva sobre nuestro terror y compartirlo con otras personas puede restablecer la sensación de ser miembros de la raza humana.

(Pág. 262 y 263)

Una de las cosas que estoy experimentando es que no quiero creerme ese terror, que quiero minimizarlo. Tan acostumbrada estoy a negar la parte asustada y víctima de mí misma (permanentemente encapsulada), que dejarla salir ahora me está resultando desmesurado, abrumador, más terrorífico que el miedo en sí. Porque lo peor no es el miedo, lo peor es la reacción de la otra parte de mí, la que ha estado llevando las riendas toda mi vida (y a la que supongo que he de estar agradecida, porque solo buscaba mi supervivencia); porque esa parte a la que yo creía la reina de la coherencia ha sido, en realidad, el guardián del campo de concentración. Y ahora que la niña maltratada está saliendo a la luz, gracias al «aliado» de la consciencia (que todo lo engloba), el guardián lanza todo su odio sobre la niña, que está incumpliendo todas las normas que aseguraban la estabilidad del gueto.

Lo peor no es el miedo, sino la reacción de esa otra parte de mí (a la que supongo debo estar agradecida por buscar mi supervivencia), que es el guardián del campo de concentración

Ahora resulta que hay que hacer caso a los sentimientos, tan locos, tan poco ordenados, tan irracionales, tan a su bola… Eso es inadmisible para el guardián. Ahora resulta que tengo que cuidarme, medir los tiempos y los espacios, a quién veo y a quién no, no trabajar hasta alienarme, admitir mi debilidad y limitaciones, entender que soy un ser humano y no un robot. Lo peor, entonces, no son esos sentimientos enclaustrados con olor a podrido que están saliendo a borbotones, sino lo duramente que me trato a mí misma por permitirlos salir. «Ya te vale, haciéndote la víctima…», «¿Cómo puedes perder el control de esta manera?», «Eres débil, tendrías que poder con todo», «¿Qué van a pensar de ti?», «Estás rompiendo todas las reglas, ¿qué te has creído?», «Mala hija, mala madre, mala hermana»…

En esos momentos comprendo que la apreciación hacia los demás solo puede surgir de la apreciación hacia mí misma, porque yo soy también los demás

Por momentos, sin embargo, me dejo, me dejo simplemente sentir. Es más que sentir, es dejarme conectar con la globalidad de la situación, con las conexiones que han marcado mi vida, con la imperfección. Y entonces lloro, y me dejo llorar hasta que me parece que me voy a deshacer. Y hasta el guardián se compadece al ver tanta tristeza acumulada en el corazón, y deja caer las vallas de pinchos. En esos momentos comprendo que la apreciación hacia los demás solo puede surgir de la apreciación hacia mí misma, porque yo también soy los demás. Volcarme en los demás olvidándome de mí misma solo puede dar lugar a una ayuda condicionada, basada en el miedo y la ignorancia. Como dice el maestro Chögyam Trungpa Rinpoché:

Lleva mucho tiempo dejar caer nuestras defensas. El primer paso es aprender a amarnos a nosotros mismos, hacernos amigos de nosotros mismos, no torturarnos más. Y el segundo paso es comunicarse con la gente, establecer una relación y ayudarlos gradualmente. Lleva mucho tiempo y un largo proceso de paciencia y disciplina. Si aprendemos a no molestarnos a nosotros mismos y luego a abrirnos a otras personas, entonces estamos listos para la tercera etapa: la ayuda desinteresada.

1 comentario en «DEJARME SENTIR»

  1. Gracias por abrir la ventana. Como dice el propio Trungpa vivimos tan encorsetados en nuestro propio olor corporal que a veces nos asusta ducharnos y sentir el frescor del agua y jabón.
    Bailemos, cantemos en la ducha y soltemos por la cañeria todo eso que nos hizo sufrir por no querer verlo.
    Gracias valiente

    Responder

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