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La inmersión en el personaje

Un haz de luz entrando por un agujero, la inmersión del personaje

Hay escritores que poseen una voz narrativa muy potente y prometedora, pero en ocasiones esta se pone en contra de la propia historia, ya que el narrador se «come» —por decirlo de alguna manera— a los personajes. Quiere estar por encima de ellos, ve las cosas a su manera y quiere contarlas como le gusta contarlas, a veces forzando la narración.

Considero que esta es una faceta más del control que solemos ejercer sobre nuestra escritura (para protegernos del vértigo que nos produce abandonarnos a ella), o una faceta más de la división que establecemos siempre entre un observador y algo observado. El observador sería el narrador, que quiere hacerse con el control, y lo observado sería el personaje, que se ve maniatado y condicionado por el observador. Es algo que se va relajando con el tiempo, cuando vamos comprobando que no pasa nada por abandonarnos a las narraciones y a los personajes.

Solemos ejercer un control sobre nuestra escritura, estableciendo siempre una división entre un observador y algo observado; el observador sería el narrador y lo observado, el personaje

A veces creemos que crear un personaje es inventarlo al completo, conocerlo de cabo a rabo, saber al dedillo todo de él. Pero justo de eso —que, de nuevo, es nuestra parte controladora— es de lo que hay que ir deshaciéndose poco a poco. Es como una tensión constante, un sobreesfuerzo que hacemos para tenerlo todo bajo observación y que no se nos escape ni un detalle. Tampoco se trataría tanto de deshacerse de esa tensión, como de relajarla. Porque es la que nos impide, en buena medida, abandonarnos del todo a la inmersión en el personaje.

Sumergirse en un personaje no es una cuestión de «saberlo todo de él», o no es algo que se consigue por acumulación de datos, que es la idea que tenemos habitualmente del conocimiento. Es mucho más orgánico, como una cuestión de pura empatía. Vemos a alguien (a veces ocurre con alguien conocido, pero a veces con alguien imaginario que aparece en nuestra mente) y de pronto estamos como dentro de él… Y, si nos dejamos, el «como» desaparece y «somos» él. Ya está, así de simple, no hay nada que llegar a conocer ni que estudiar ni tampoco tenemos por qué darnos explicaciones a nosotros mismos de por qué ocurre así o de si es real lo que estamos experimentando… Es como si alguien te preguntara: «¿Cómo llegar a ser el que eres?». Pues siéndolo, y punto. E igual que soy yo (o experimento ser yo), puedo ser muchos seres diferentes.

Sumergirse en un personaje significa hacer desaparecer el «como» y ser el que eres, podemos ser yo y muchos otros diferentes

A nuestra parte controladora y racional esto le parece mágico, como imposible, le produce una irreprimible desconfianza que no hace sino complicar las cosas… Pero eso es porque estamos muy acostumbrados al pensamiento lineal, que solo es capaz de ir de un punto (el observador) a otro (lo observado). Afortunadamente, somos mucho más que eso, y podemos captar las cosas de una forma mucho más panorámica o integradora, en la que se incluye esa línea, pero también todas las demás. Sería como la diferencia entre estar alumbrando la historia con una linterna, o encender la luz de la habitación.

En la novela y el cuento

A los personajes de novela, que son personajes redondos, es verdad que no es tan fácil llegar a conocerlos (o más bien a analizarlos) en sus recovecos, o digamos que los personajes planos (o personajes de cuento) no tienen recovecos, y los redondos sí. Y eso, en muchos casos, está asociado a la propia trama de la novela. Es decir, la línea de acción de la novela se desarrolla en base a esa complejidad del personaje, que es como si fuese desplegándose a lo largo de la historia hasta hacerse comprensible y sostenible para el autor, y luego para el lector. Por experiencia (tanto como escritora como profesora) puedo decir que no se trata de saber todo de tu personaje antes de comenzar a escribir, aunque sí conviene tener una noción de sus características esenciales y, sobre todo, una base argumental en la que podamos articular esa complejidad de la que hablamos.

No es necesario antes de comenzar a escribir saberlo todo de tu personaje, sí conviene tener una noción de sus características esenciales, y una buena base argumental 

En base a eso hemos de sumergirnos o encarnarnos en el personaje igual que lo podríamos hacer en un personaje de cuento o, más bien, con más libertad todavía, porque nuestra investigación de la complejidad del personaje ha de comenzar precisamente con el abandono. Somos esa persona y, ahora, vamos a ver qué pasa, qué quiere, qué anhela, cómo lo anhela, por qué quiere dirigirse hacia allí, o por qué hacia allá, cómo se enfrenta a los obstáculos, qué hace que se hunda, y qué hace que se vuelva a levantar, etc. A veces el guión argumental que nos habíamos confeccionado (de una forma un poco artificial, cuando aún no habíamos entrado en la «experiencia», porque sería como trazar un mapa antes de emprender el viaje) se nos vendrá abajo en algún punto, y eso forma parte del descubrimiento.El personaje siempre nos sorprende, y por eso escribimos. Y no es sino al terminar la novela cuando tenemos plena conciencia del personaje, porque ese es precisamente el viaje. No podemos pretender tener plena conciencia al principio. Además, si la tuviéramos, ¿para qué escribir?

 

Algo que me resulta muy gratificante ver como profesora (y como persona) es cómo con la primera novela (que es como el primer parto, el más doloroso y largo) se van superando las dificultades en torno al personaje. Al principio suele haber bastantes problemas con la inmersión, el narrador suele ejercer un excesivo control sobre el personaje y el autor sobre el narrador. Poco a poco se van deshaciendo esos nudos a base de relajarlos, de masajearlos, de darnos cuenta de que no pasa nada (no cae el cielo sobre nuestras cabezas por no sujetarlo con nuestros brazos) y de que no solo no pasa nada, sino que todo fluye con mucha más facilidad. Y entonces, suele llegar un punto, que suele estar en el tercer tercio de la escritura de la novela, en que el nudo se deshace por completo.

Por ejemplo, esto es lo que comentaba hace unos días en el foro de su grupo Sole Román, una alumna que está pasando por esta experiencia:

Hola a todos:

Llevo encerrada escribiendo desde ayer. Creo que ya pasé de las quince páginas y eso para mí es todo un récord que quería compartir con vosotros. Y NO CAÍ EN COMA, pero estoy exhausta. Exprimí mi inconsciente como un limón maduro.

Si se lo dijera a alguna de mis amigas me mirarían con cara de «¿Y ahora que le digo a esta pobre?». En realidad, mis amigas y algún amigo que tengo me contemplan como si desde hace años estuviera atacada por una especie de delirium tremens que me obliga a estar encerrada las horas que me deja libre el trabajo. Nadie ha leído una línea y solo de vez en cuando, muy de vez en cuando, me atrevo a comentar algo de lo que escribo por aquello de compartir con ellas una parte de mi vida, pero al cabo de minuto y medio ya estamos hablando de otra cosa que no es la novela.

En realidad nadie me pregunta, No sé  lo que os pasa a vosotros, quizás algo parecido o quizás no, pero me apetecía contarlo.

Y encima, verdaderamente ando obsesionada con la novela.  De verdad.  No sé si es bueno o no. Pero creo que es la única forma que yo sé y no quiero ni pensar cómo me sentiré cuando la acabe porque entonces no la acabaré.

Pero este fin de semana he escrito tanto que tengo la impresión de que no volveré a ser la misma, de que dentro de mí se abrió una rendija por la que entro y salgo a voluntad, pero luego me doy cuenta de que no es así, de que la rendija si no la abro con frecuencia, no tiene memoria y se olvida de que existe.

Y todo fue porque le dije a Isa que si escribiera quince hojas seguidas (como le había oído decir a Kike que hacía) me daría un «coma literario». Me di cuenta de que no era un problema de capacidad, sino de ese miedo a la velocidad del que habló Isa en su blog.

Gracias por escucharme.

A la pregunta de otra persona de cómo había conseguido eso, Sole contestó:

Pues verás, la verdad es que lo hice haciéndolo. Parece una receta de esas de autoayuda, pero no, lo hice sin pensar que lo estaba haciendo. Medité quince minutos y luego me puse y me olvidé de casi todo. Cuando me sentí cansada, me levantaba, pegaba cuatro patadas (esto es literal) y me decía ¿seguimos?, y seguía. Confiando en que podría seguir sacando agua del manantial.  Y como el agua seguía saliendo, pues yo he continuado. Pero al final me he quedado exhausta y contenta.

A mí me pasaba lo que explicas.  No podía escribir más de una escena y a veces ni eso. Pero hoy y ayer he escrito y reescrito y a medida que lo hacía es como si no lo hiciera yo. Parecía que alguien que no era yo me iba guiando. Ha sido maravilloso, toda una experiencia. Pero ya ves.  No tengo una receta, ni siquiera sé si volveré a repetir la experiencia.  Espero que sí, pero de lo que sí me doy cuenta es de que he acumulado dentro de mí demasiado miedo junto a una falsa exigencia. No sé si esa es la definición del ego. Pero a mi todo eso no me ha dejado escribir lo que yo misma necesitaba, pero puede que esa necesidad me haya ayudado a romper mis miedos y mi exigencia. En fin, me salió un galimatías pero seguro que tú me entiendes mejor de lo que yo me sé explicar.

Lo que se ha llamado a lo largo de la historia inspiración, musa, éxtasis, orgasmo literario es simplemente dejar de esforzarse por escribir, ser un canal a través del que pasan las cosas que quedan plasmadas en el papel

El objetivo de la escritura

Esa impresión de que no es uno el que está escribiendo, sino alguien que no es uno aunque no es nadie identificable, es lo que se ha llamado a lo largo de la historia inspiración, musa, éxtasis, orgasmo literario y tantas cosas más… Es como dejar de hacer, dejar de ejercer un control, dejar de esforzarnos por escribir, y entonces eres como un canal a través del que pasan las cosas que se van plasmando en el papel, pero tú no intervienes, solo dejas que pasen a través de ti, eres simplemente la herramienta para que otros las puedan experimentar.

Ese es el objetivo de la escritura. Pero ni el tratar de conseguirlo de entrada ni el tenerlo en la cabeza mientras escribes te va a ayudar a alcanzarlo. Es más, solo aparecerá (siempre cuando menos te lo esperes) a través del abandono y de la renuncia.

Eso es lo que os puedo contar, y hasta ahí llega mi experiencia. Más allá no puedo ir, pero sí os puedo asegurar que, hasta este punto, es fiable. Pero, también, que todo depende de cada uno, de hasta dónde esté dispuesto a llegar en el aprendizaje y del manejo de toda una serie de herramientas personales (como pueden ser la empatía, la honestidad, la valentía o la paciencia) que aparentemente poco tienen que ver con la técnica propiamente dicha y sin las cuales, sin embargo, es imposible avanzar en este oficio.

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